martes, 15 de julio de 2025

Ópera en Sevilla: el ombliguismo y el éxtasis

Andan los sevillanísimos que no los sevillanos en plan orgásmico-levitativo con la primera edición del Festival Ópera en Sevilla, a celebrar entre septiembre y octubre. Con independencia del mayor o menor interés que pueda suscitar el programa a mí su lectura me hace bostezar, la iniciativa del ayuntamiento me parece un perfecto ejemplo del ombliguismo de una ciudad que lleva siglo y medio viviendo de vender su imagen al turista. Una imagen que lo han explicado voces muchísimo más autorizadas que la de quien suscribe poco tiene que ver con la historia. Que es pura (re)invención.

De nada servirá decir que en el campo de la ópera Sevilla no es más que un topos literario: "Érase una vez en....". Que en El barbero de Sevilla de Rossini hay de esta ciudad lo mismo que en El Barbero de Bagdad de Cornelius hay de Bagdad: absolutamente nada. Ni en Don Giovanni, ni en Fidelio, ni en Carmen, ni en Bodas en el Monasterio. "Soy el rey de los peces del Guadalquivir, del Guadalimar y del Guadalbullón", decía uno de los personajes de este formidable título de Prokofiev mezclando los más distantes puntos de nuestra geografía. Les da igual: si se hace el título de Rossini, alcanzan el delirio cuando se alza el telón y aparece un cuadro de Carmen Laffón pintora de espíritu radicalmente opuesto al que demanda la genial partitura y luego se suceden interiores hispalenses "históricamente recreados" en la que se desenvuelve una dirección de actores sosísima, cuando lo que piden los buenos de Fígaro, Almaviva y Rosina es un despiporre a lo Dario Fo. 

Insisto: les da igual. La Sevilla inventada es para ellos al menos lo es para el consistorio, al que corresponde vender el producto la verdadera; justo como todos hemos llegado a creer que la auténtica arquitectura doméstica hispalense es la que se inventó para la Exposición Iberoamericana de 1929 en el barrio de Santa Cruz, con el indisimulado objetivo de que los turistas pudieran ver desde la calle los patios típicos. El día en que alguien les diga que esa profunda demostración de fe llamada Semana Santa es, en su configuración actual, un maravilloso invento de estética gay pacientemente diseñado por el homosexual José Manuel Rodríguez Ojeda a lo largo de las dos primeras décadas del siglo XX, a esta gente le va a dar algo.

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