Hay que aplaudir que en Jerez de la Frontera se siga desarrollando –la creación tuvo lugar allá por 1998– el proyecto de la Orquesta Álvarez Beigbeder, formación de tamaño reducido que desde la iniciativa privada, con poquísimos medios y mucho admirable esfuerzo, intenta por un lado ofrecer a jóvenes artistas de la tierra la oportunidad de crecer como músicos, y por otro ocupar un cierto lugar en una ciudad –la mía- que no es precisamente pequeña pero carece de formación sinfónica más o menos estable.
También hay que alegrarse de cómo va progresando el nivel técnico de la misma: desde la última ocasión en que la escuché, un concierto de marchas procesionales, hasta el programa de alhambrismo sinfónico de ayer domingo 17 en el Teatro Villamarta, he notado una sustancial mejoría. Pudo influir que saqué mi entrada arriba, donde se escucha muchísimo mejor que en el patio de butacas –el sonido se pierde abajo, y el empaste también deja que desear–. No es menos cierto que hubo no pocas inseguridades y desajustes, pero a la postre creo que ha alcanzado un nivel digno para la ciudad.
No es menos motivo de satisfacción que la titularidad haya caído en manos de un maestro como José Colomé, un prodigio de musicalidad y buen gusto: anoche se mostró cuidadoso en el tratamiento de las familias, acertadísimo en los tempi –con él la música respira como es debido–, altamente sensual en el fraseo y muy alejado de cualquier tipo de efectismo, folclorismo barato o concesión de cara a la galería. Vamos, que es muy superior a otros directores que andan por Andalucía poniéndose al frente de este tipo de formaciones, y poco tiene que envidiar –más bien al contrario– a batutas conocidas que se han acercado en disco a la música orquestal de los Bretón, Turina y compañía.
Pero a mí, lo siento muchísimo, no me gusta el rumbo que la formación está tomando en lo que a elección de repertorio se refiere. Todo lo que voy a decir (¿realmente hay que insistir en ello?) son opiniones personales. Habrá valoraciones radicalmente opuestas, claro que sí. Se podrán discutir unas y otras todo lo que se quiera, pero no pienso renunciar a escribir lo que pienso. Es lo que he hecho siempre en este blog, y deseo seguir haciéndolo cueste lo que cueste.
Miren ustedes, no me gusta que se reivindique de la manera en la que se está haciendo la música de Germán Álvarez Beigbeder ("Don Germán" por estos lares), un señor que compuso bellas marchas procesionales pero cuya obra sinfónica presuntamente más destacada, Campos Andaluces –hay grabación con la Orquesta de Córdoba–, me parece un bodrio. Tampoco me hace gracia que se ensalce la figura de su más conocido hijo, de nombre artístico Manuel Alejandro –el de Raphael, Julio Iglesias y Rocío Jurado–, cuyas canciones son para mi gusto –por una vez coincido con Arturo Reverter, a quien le robo el calificativo– de una considerable cursilería.
Y no, no me parece que lo que Jerez y su teatro necesiten sea un programa integrado única y exclusivamente por obras “regionalistas”. Vale, La procesión del Rocío es una página tan menor como simpática (yo mismo tengo aquí una discografía comparada), y las Danzas fantásticas del propio Joaquín Turina, de las que incomprensiblemente solo se ofreció el último número, son una muy bella música. Pero no le encuentro interés a Adiós a la Alhambra de Jesús de Monasterio, cuya mayor virtud es la brevedad; imposible decir nada sobre la violinista Collette Baibaud, que parecía muy sensible en el fraseo pero necesita ser escuchada en obras de mayor enjundia. Tampoco le veo gracia alguna a En la Alhambra de Tomás Bretón. Cierto es que hace muy poco Tomás Marco ha escrito en Scherzo que se trata de una partitura nada despreciable (sic). A mí me parece tan mala como la música del propio Marco en su faceta de compositor, qué quieren que les diga. Y lo que ya es el colmo es la Fantasía morisca de Ruperto Chapí: larga, sin rastro alguna de inspiración y decididamente insoportable. Lo pasé muy mal en mi asiento escuchando semejante partitura. La cosa de Alexander Tsfasman que nos endilgó el otro día Yuja Wang en Sevilla (reseña) me parece Mahler al lado de esto.
¿Que hay que defender “nuestro repertorio”? Miren ustedes, esta música se puede enmarcar dentro del romanticismo nacionalista, del regionalismo o de lo que ustedes quieran, pero por sonar “andaluza” o tener tema alhambrista no es más “nuestra” que la de Francisco Guerrero o José María Sánchez Verdú, esos sí unos grandísimos compositores que nacieron, qué cosas, en Linares City y Algeciras City. Pero claro, esos no interesan. Y así estamos, en 2024 mirando hacia nuestras “esencias regionales”.
No, eso no es lo que yo quiero para Jerez. Quiero una orquesta que sepa tocar –y toque, y que lo haga bien– el repertorio realmente importante que, por tamaño de plantilla, esté a su disposición; y que luego, si lo considera oportuno, saque a la luz determinadas cosas que pueda resultar curioso escuchar. Centrarse en marchas de Semana Santa y costumbrismos varios no es el camino. Por eso mismo pienso obviar a esta orquesta a partir de ahora, como me gustaría que ellos obviasen desde la primera hasta la última letra todo lo que yo hasta aquí he escrito. Tenemos un concepto muy distinto de lo que debe ser la música y no hay entendimiento posible. Ni tiene por qué haberlo: cada uno es libre de tocar o escribir lo que le venga en gana.
Por cierto, la próxima parada sinfónica en el Villamarta es (¡agárrense quienes no lo sepan!) la Quinta de Bruckner por Christoph Eschenbach. Igualito, vamos.
PD. Esta entrada está cerrada a comentarios, para evitar que ocurra lo que pasó cuando escribí sobre otra orquesta jerezana, por cierto que a años luz por debajo de esta de la que ahora hablo: la Álvarez Beigbeder toca con dignidad.