En este recorrido por los testimonios del jovencísimo Tarmo Peltokoski me toca acercarme a su único disco, grabado nada menos que para Deutsche Grammophon: Sinfonías nº 35, 40 y 36 –en este orden– de Wolfgang Amadeus Mozart al frente de la Deutsche Kammerphilharmonie de Bremen. Aviso que no he escuchado el CD, sino que he acudido a los vídeos en 4K que ofrece la plataforma Stage + de la propia DG, que avisa que lo que ahí se ve no es exactamente el contenido del disco, sino tan solo una de las sesiones de grabación. Supongo que variarán multitud de detalles, pero obviamente el concepto ha de ser el mismo. Y eso es lo que interesa.
El asunto se explica rápido, aunque es necesario apuntar unos matices importantes. Este es un Mozart de "tercera vía": orquesta pequeña de instrumentos modernos, flauta y metales "de época", timbales de baquetas duras, tempi muy rápidos –es posible que se acerque a los récords en la historia de la fonografía–, fraseo de gran agilidad, articulación incisiva, escaso vibrato y un equilibrio de planos en el que la cuerda no tiene el protagonismo. La lección de Harnoncourt se la sabe de memoria el director finlandés.
Los matices antes referidos son dos. Uno, que al contrario de Herr Nikolaus, que Norrington y que otros maestros, entiende que esa agilidad y ese primer plano alcanzado por vientos y percusión no debe conducir a que la cuerda suene ligera en el mal sentido, es decir, ingrávida y sin densidad sonora. La de Bremen suena bajo su batuta prieta y densa, lo que no tiene nada que ver con la "musculatura germánica". Dos, que Peltokoski ornamenta mucho. Muchísimo. Yo diría que más que nadie, poniéndole considerable imaginación al asunto, asumiendo riesgos y conduciendo la música hacia un terreno expresivo que, aquí entra en juego la percepción subjetiva de quien escribe estas líneas, contradice el espíritu que en principio el director parece plantear: si su Mozart comienza pareciendo dramático –léase teatral–, vibrante e impetuoso más no poder, la decoración resulta en no pocas ocasiones frívola y meramente esteticista, cuando no cursi.
Concretemos un poquito. La Sinfonía nº 35, Haffner, engancha en un primer movimiento lleno de nervio y muy contrastado que hará las delicias de los más partidarios del mundo HIP. Los movimientos centrales se exceden en lo que a ornamentación se refiere: demasiada frivolidad. El Finale se inclina por una interesante mezcla entre efervescencia y fuerza teatral.
No convence la Sinfonía nº 40. Lo difícil de esta partitura es hacer que resulte inquietante sin que resulte inquieta, que desprenda nervio sin caer en lo nervioso. Cuadratura del círculo, vamos. Peltokoski no consigue. Tampoco hay su recreación sensualidad, espiritualidad ni nada que se le parezca. Eso que habitualmente conocemos como "espíritu mozartiano", que no niego que pueda ser invento de la "tradición contaminada", brilla por su ausencia. Yo me he aburrido.
La Sinfonía nº 36, Linz, es quizá la que sale mejor parada, aunque de nuevo el concepto resulta en exceso galante y hay más de un detalle repipi que estropea las cosas. Chispeante a más no poder, para lo bueno y para lo malo, el movimiento conclusivo: un amigo diría que le recuerda a la "música de Pixie y Dixie" que acostumbraba a hacer Norrington en los finales. La orquesta suena divinamente y la batuta la controla de maravilla.
Así las cosas, parece claro que Peltokoski posee muchísima técnica e ideas propias, con independencia de que podamos compartir estas o no. Que en su primer disco haya optado precisamente por este repertorio abordado con semejantes maneras puede ser interpretado como una manifestación de talento, de riesgo, de ganas de mostrar una personalidad propia o, todo hay que decirlo, de prepotencia. Quizá de todo ello a la vez.
1 comentario:
No me han disgustado esos vídeos.
El nene me recuerda a una especie de Karl Böhm jovencito (en el aspecto).
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