domingo, 10 de septiembre de 2023

Oberturas de Rossini por Chailly en Milán

En 1981 y 1984 Riccardo Chailly grabó sendos discos de oberturas de Gioachino Rossini al frente de la National Philharmonic Orchestra, y lo hizo con verdadera excelencia técnica y expresiva. En 1995, nuevamente para Decca, registró un ramillete de diez oberturas, esta vez al frente de la Filarmonica della Scala de Milán. Se repetían la mitad: Guillaume Tell, Il signor Bruschino, Il barbiere di Siviglia, Semiramide y La gazza ladra. El resto eran novedad en su discografía, y son las que más deben interesar al melómano por su carácter poco habitual en este tipo de recopilaciones: Bianca e Falliero, Armida, L'inganno felice, Matilde di Shabran y Demetrio y Polibio.

Otra cosa son los resultados. El maestro empezaba por aquellas fechas a evolucionar hacia peor, y eso queda muy en evidencia cuando acudimos a las oberturas que ya había grabado. La elegancia, la agilidad y la buena planificación de los crescendi siguen ahí, pero hay una clara tendencia a buscar una ligereza mal entendida tanto en lo sonoro como en lo expresivo: escúchese cómo en La gazza ladra Chailly recuerda a veces al peor Claudio Abbado, al de las sonoridades ingrávidas y relamidas, al que sustituye la tensión dramática por la suavidad y el recochineo por un humor en exceso suave. 

En Guillaume Tell la sección inicial posee sensualidad y amplio sentido cantabile, aunque luego no sea el colmo de la electricidad. También hay belleza en el canto de la introducción de Bianca e Falliero, si bien luego incurre en cierta sosería que afecta también al resto de las oberturas. La de Armida podría estar más cargada de pathos, cosa que Chailly evita cuidadosamente. Quizá sean las de L'inganno felice, Matilde di Shabran y Demetrio y Polibio las que más me han gustado, sobre todo esta última: ahí está el carácter rusioeño y bullicioso que esta música necesita.

Hay dos limitaciones adicionales. Una, la orquesta es la que es. Dos, la labor de los ingenieros de sonido deja que desear, aunque quizá parte de la culpa del carácter turbio de la toma lo tenga la acústica de la Chiesa della Pace. Total, un disco que interesa solo por las oberturas infrecuentes, y una confirmación de la fecha en que el maestro milanés comenzó a ir a peor.

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