jueves, 27 de agosto de 2020

Barenboim, Pires y la más grande Cuarta de Schumann

Este concierto lo transmitió en directo la Digital Concert Hall el 8 de junio de 2019. Celebraba los 50 años (¡ahí es nada!) de Daniel Barenboim poniéndose al frente de la Orquesta Filarmónica de Berlín con el mismo programa de aquella ocasión: Sinfonía nº  95 de Haydn, Concierto nº 4 de Beethoven y Sinfonía nº 4 de Schumann. Suponía, además, el primer encuentro entre el músico de Buenos Aires y Maria João Pires, tras una cancelación a última hora de Radu Lupu por enfermedad. Los resultados me impactaron tanto que fue incapaz de escribir. Lo voy a intentar ahora que he vuelto a ver el concierto, esta vez en mi nuevo televisor 4K: fue filmado con esa tecnología y ahora ofrece una imagen excepcional, además de una toma sonora que felizmente se realizó a volumen muy bajo, y por ello no sufre esa compresión de la gama dinámica que se aprecia en algunas filmaciones de esta plataforma.

 

La descomunal interpretación de Haydn es toda una bofetada en la cara a los que consideran que las maneras “históricamente informadas” son necesariamente más adecuadas. Está claro que esta Sinfonía nº 95 no suena en absoluto como sonaba en vida del compositor, pero esto no quiere decir que no se haga justicia a su música. Todo lo contrario. Este es un Haydn con carne sonora y sangre expresiva, ajeno a esas anemias con la que algunos artistas –HIP o no– abordan este maravilloso universo sonoro. Un Haydn que, además, suena precisamente a eso, a Haydn, con toda su rusticidad bien entendida (¡no confundir con falta de refinamiento!), con su elegancia viril, su humor jocoso, su reconfortante calidez humana –nada que ver con el sabor agridulce de Mozart– y también con sus claroscuros teatrales: el Finale alcanza una potencia que parece anunciar a Beethoven, lo que en absoluto resulta un disparate. Que no encontremos aquí el pathos que hallaba un Klemperer es lo de menos: el de Breslau, siempre punto y aparte, es demasiado personal como para ser comparado con cualquier otro. La orquesta está increíble (¿cuántas décadas hará que no ofrece un Haydn así?), empasta maravillosamente y se entrega por completo en la expresión, al tiempo que el violonchelista Ludwig Quandt demuestra enorme altura en sus importantes intervenciones.

Podía haber sido muy desafortunado este encuentro de dos artistas tan distintos entre sí, al menos en Beethoven, como Barenboim y la Pires. Felizmente, ambos pusieron de su parte y nos entregaron una interpretación maravillosamente apolínea en la que Barenboim recreó la obra de manera mucho más lírica de lo en él habitual, menos teatral y menos contrastada, sin grandes fogosidades en el movimiento conclusivo, al tiempo que se centraba en el vuelo lírico, la belleza sonora y el equilibrio, mientras que Pires se dejaba de preciosismos, de delicadezas y de blanduras y se concentraba mucho más a la hora de destilar poesía, haciendo gala de un perfecto dominio de la pulsación y de una cantabilidad maravillosa; aún así, una mayor tensión interna y un más desarrollado sentido de los claroscuros, por no decir una más amplia variedad expresiva, hubieran sido bienvenidas por su parte. Los portentosos solistas de la orquesta cantaron en absoluta sintonía y redondearon una interpretación de enorme altura. De propina, y enlazando con la segunda parte del concierto, una curvilínea recreación de “El pájaro profeta” de Schumann.

En la Sinfonía nº 4 de este último autor el maestro da una vuelta más de tuerca al enfoque de su registro para Teldec dieciséis años anterior. Obviamente esta es una versión que no quiere saber nada de ese Schumann alado y esquizofrénico que se viene últimamente a reivindicar. Antes el contrario, Barenboim entronca con la pura tradición interpretativa centroeuropea de localizar en él las semillas de Brahms, incluso de Bruckner, y por ello reivindica aspectos tan denostados por las maneras HIP como pueden ser la densidad sonora y expresiva, la nobleza en el fraseo, la atmósfera cargada, la hondura meditativa y la grandeza visionaria, además de un concepto que viene directamente de Furtwängler como es el tratamiento orgánico del fraseo, concibiendo la partitura como una única transición desde la primera nota hasta la última. Ningún disparate para esta obra en concreto, claro está: recuerden cómo está escrita esta op. 120.

Pero que nadie se piense que estamos ante una visión eminente gótica, menos aún masiva o pesadota. Volver a escucharla me ha permitido reparar en que, a pesar de todo lo expuesto, hay mucho de clasicismo en esta lectura. Particularmente en un primer movimiento lleno de equilibrio, denso pero al mismo tiempo pleno de agilidad, hermosísimo en lo sonoro sin que haya delectación alguna, apolíneo pese a estar recorrido por la emoción. Barenboim quiere mirar tanto el futuro como al pasado. El Andante tampoco quiere cargar las tintas y encuentra el balance perfecto entre vuelo lírico, ternura y amargor, fraseando con perfecta lógica y añadiendo  algunos asombrosos descubrimientos. Tras un irreprochable Scherzo viene una transición todavía más genial que las que hasta ahora le habíamos escuchado, en no sé ya cuantos conciertos, discos y retransmisiones, al maestro porteño; toda una demostración de técnica de batuta y de virtuosismo por parte de la increíble formación berlinesa, que supera no solo a la Staatskapelle de Berlín, sino también a todas cuantas orquestas se han acercado a esta sinfonía. Se les veía satisfechos, por cierto, como diciendo “por fin hacemos una interpretación normal de esta partitura, y no lo de Rattle”.

Tras un Finale rebosante de energía, de fuerza y de emoción –aquí sí, el maestro se pone más Florestán que Eusebio–, aunque sin ceder al arrebato, sino manteniendo siempre un perfecto control, la obra se cierra con una coda electrizante. El público estalla en medio de su prolongado acorde final y se entrega con un entusiasmo muy superior al que se suele escuchar en esta misma Digital Concert Hall. Y es que el respetable tenía clarísimo que lo que había presenciado no era nada “normal”, si siquiera dentro de la altísima calidad media que preside las interpretaciones de la Berliner Philharmoniker. Se trataba, quizá, de la más modélica e indiscutible Cuarta de Schumann que se haya escuchado.

2 comentarios:

JavierF dijo...

Hola Fernando, estoy totalmente de acuerdo con tu opinión sobre la 4ª de Schumann, la mejor intepretación que yo haya escuchado de esta obra. Sin embargo, en la sinfonía de Haydn, Barenboim no terminó de convencerme.

¿Has podido ver el concierto inaugural de la Filarmónica de Berlín con Petrenko? Me gustaría poder leer tu comentario sobre la 4ª de Brahms.

Un saludo.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Me has llevado a escuchar lo de Petrenko. "Nunca te lo perdonaré, Carmena".

http://flvargasmachuca.blogspot.com/2020/09/kirill-petrenko-un-error-historico.html

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