martes, 21 de enero de 2020

Babi Yar por Muti: quizá la primera opción

A más de uno le puede sorprender que aparezca una grabación de la Sinfonía nº 13 de Shostakovich a cargo de Riccardo Muti, pero lo cierto es que no se trata de la primera a cargo de este director: ya circulaba un registro en vivo de 1970, cantado en italiano, con la Sinfónica de la RAI y nada menos que Ruggiero Raimondi. Teniendo en cuenta que la partitura había sido estrenada en 1962 y que hasta ese mismo 1970 no conocía su estreno fuera de la URSS –Ormandy con Philadelphia–, parece claro que al joven maestro le interesaba particularmente esta partitura. Su interés lo revalida ahora con este registro de septiembre de 2018 al frente de la Sinfónica de Chicago editado por el sello de la propia orquesta. Por cierto, que la CSO también había grabado la obra: fue en 1995 bajo la batuta de Sir Georg Solti.


Como era de esperar, el resultado de este nuevo registro es una imponente interpretación. ¿Y por qué era de esperar? Pues porque la sonoridad musculada, redonda y oscura que le gusta al maestro napolitano (¡qué diferente suena con él la CSO con respecto a Solti!), su temperamento viril y decidido, su capacidad para levantar grandes edificios sinfónicos con la más sólida arquitectura, su desinterés por la belleza externa para en su lugar potenciar los aspectos más dramáticos, y especialmente su afinidad con esa especial mezcla de rusticidad, opulencia, densidad atmosférica y ardor expresivo que caracterizan a buena parte de la música rusa –ahí están sus memorables recreaciones de Prokofiev, aunque también algunos inmensos aciertos en Tchaikovsky o en Stravinsky–, son características que se ajustan como anillo al dedo a lo que demanda una página como la Babi Yar.

En cualquier caso, y contando con algunos ilustres precedentes discográficos, hay que matizar. No es la de Muti una interpretación extremadamente virulenta y sarcástica como la de Rozhdestvensky; ni reflexiva a la manera de la de Rostropovich, más movida por la compasión que por la denuncia; y poco tiene que ver con la teatralidad, la incisividad y el carácter extrovertido de un Solti. Más bien podrían encontrarse paralelismos con la atmósfera del modélico aunque un punto distante registro de Haitink, o con la inmediatez del más directo Nézet-Séguin en la filmación aquí comentada.

La versión de Muti es ante todo siniestra y opresiva, pero no quedándose en el mero dolor –no especialmente acentuado– sino aportando una dosis importante de rebeldía, de carácter desafiante y de tensión dramática, sin subrayar –insisto en ello– los aspectos más sarcásticos de la escritura, pero también sin olvidarse de aspectos tan importantes como el carácter elegíaco o el humanismo que esta música necesita. La orquesta, ni que decir tiene, realiza una labor descomunal, particularmente en un cuarto movimiento (¡qué tuba, santo cielo!) en el que Muti, aun quedándose un pelín corto en el último clímax, ofrece una recreación a todas luces genial. El Chicago Symphony Chorus está estupendo bajo la dirección de Duain Wolfe, pese a que su dicción del ruso no sea la idónea, mientras que Alexey Tikhomirov, de voz algo menos pesada y oscura de la cuenta, realiza una labor de apreciable calidad canora y bastante centrada en lo expresivo.

Gran recreación, en definitiva, para poner al lado de las arriba citadas, y desde luego muy superior a las de Jansons, Ashkenazy o Kitajenko. Quizá solo la tremenda y muy personal de Rozhdestvensky sea preferible, pero está tan mal grabada que esta de Muti podría perfectamente convertirse en una primera opción para acercarse a la partitura.

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