El primer contacto que tuve en mi vida con la música de Isaac Albéniz fue gracias a la orquestación que de la genial Suite Española realizó, y dirigió frente a la New Philharmonia Orchestra, un joven Rafael Frühbeck de Burgos a finales de los sesenta; un arreglo, por cierto, a medio camino entre el topicazo de la época de los “Festivales de España” y el “Decca Full Stereo” que pretendía deslumbrar al oyente con castañuelas por un lado y campanitas por el otro. Mi padre tenía un ejemplar de la edición realizada para nuestro país por Discolibro, y desde muy pequeño quedé enganchado tanto por el contenido musical, todo lo hortera que se quiera pero de enorme vistosidad, como por la portada con una hermosísima foto nocturna del Patio de los Arrayanes.
Comprenderán ustedes, pues, que me hiciera mucha ilusión escuchar ayer domingo esta obra –no completa: faltaron Cataluña, Cádiz y Cuba– al mismísimo Frühbeck que, a sus ochenta años recién cumplidos, volvía después de dos décadas al madrileño Teatro de la Zarzuela. Dirigió de pie –usó una banqueta en la segunda parte del programa– y sin partitura. Lo hizo con la enorme sabiduría de años y años llevando por todo el mundo con orgullo estos arreglos salidos de su mano. La Orquesta de la Comunidad de Madrid sonó además bastante mejor de lo que suele, quizá también lo hiciera el Coro del Teatro de la Zarzuela, y hubo además una espléndida intervención de la flautista en “Granada”. Lo mejor, tanto por la labor del maestro como por el propio Albéniz, la impresionante “Asturias”. El público, integrado fundamentalmente por abonados de elevadísima media de edad, aplaudió entre cada una de las piezas mientras exclamaba en alto “qué bonito”. Y a mí cayéndoseme la baba, qué quieren que les diga. Si les interesa, en Spotify pueden escuchar las mismas cinco piezas con la Philadelphia Orchestra y el propio Frühbeck.
Salvando la bellísima romanza “Sierras de Granada” y, claro está, el zapateado de la tarántula, hasta hace unos días un servidor no había conocido completa La Tempranica, zarzuela en un acto que el sevillano Gerónimo Giménez estrenó en 1900 precisamente en el teatro de la calle Jovellanos a la que ha vuelto este fin de semana. La escuché en la grabación protagonizada por María Bayo y Víctor Pablo Pérez, no en la antigua de Frühbeck; la interpretación me gustó bastante, hasta el punto de perdonarle al director burgalés sus horrorosas Bodas de Fígaro en el Real, y en cuanto a la partitura del sevillano me ha parecido de una enorme inspiración dentro del inevitable deslavazamiento dramático que es propio de este género. Eso sí, muy chocante el homenaje al Freischütz weberiano en el coro de cazadores inicial.
Notable, no excepcional, la interpretación en versión de concierto –ligeramente recortada: eché de menos el vals– ofrecida en La Zarzuela. Lo fue tanto por la labor de Frühbeck, cuidadoso a más no poder, concentrado y muy musical a pesar de andar falto de un último grado de compromiso expresivo, como por la actuación de María José Montiel, voz de pura crema para un canto sensual y altamente emotivo. Que la madrileña se mostrara más segura en el agudo que en el grave cuando tendría que haber ocurrido lo contrario tratándose de un papel escrito para soprano –la Montiel es mezzo– parece lo de menos cuando se ofrece tanto arte. Carlos Bergasa estuvo muy correcto como Don Luis, y Juan Manuel Cifuentes tuvo una buena intervención en la subyugante nana.
Los cantantes fueron ubicados tras la orquesta, delante del coro. Estando yo en la fila tres del patio, no tenía la menor visibilidad de las voces. Aprovechando que los aplausos de la tarántula iban a ser largos, pegué una carrera y me fui a la última fila, prácticamente vacía, donde pude seguir el concierto con normalidad. Por eso mismo, por haber estado durante los primeros diez minutos en la referida ubicación, no puedo decir si el no escuchar apenas a Virginia Wagner durante el célebre zapateado se debió a insuficiencias de la soprano bonaerense o más bien a la deficiente proyección de las voces en las primeras filas derivada de tan discutible decisión. En cualquier caso, muy mal por parte del teatro no avisar a los clientes que esas localidades tenían visibilidad NULA sobre los cantantes: me hubiera sacado una entrada más arriba y, además de ahorrar algo de dinero, hubiera mejorado considerablemente en acústica y visibilidad.
Y ya puestos a poner pegas: está muy bien que el programa de mano, que se vendía a tres euros, incluyese los textos cantados y se editase en cartulina rígida con gran calidad, pero no hubiera costado añadir a las notas de Enrique Mejías García sobre La Tempranica algunas líneas referentes la Suite española de la primera parte. Qué manera de ningunear a un compositor de la talla de Albéniz, tratándolo como a un simple telonero.
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