Esta entrada la publiqué hace ya bastante años. Ahora he vuelto a escuchar el disco y, tras realizar nuevas anotaciones, reelaboro sustancialmente la redacción.
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Hay que ver lo que son los prejuicios. Aun siendo yo un rendido admirador de Barenboim, pensaba que esta repesca por parte de Warner Classics de fondos que el de Buenos Aires dejó grabados pero sin editar en su etapa al frente de la Sinfónica de Chicago (hay también un Concierto para violín de Beethoven con Vengerov que seguramente nunca veremos) iba dar poco de sí. Suponía que un director poco amante de la brillantez orquestal en sí misma, dotado de un sentido del humor mucho antes socarrón que festivo y mucho más atento a la “indagación filosófica” que a la frescura y espontaneidad de las interpretaciones no iba a acertar con este repertorio.
El disco se abre con la Obertura cubana de Gershwin. Ante todo, llama la atención la relativa falta de claridad de esta interpretación. ¿Culpa de la batuta, de la peculiar acústica del Medinah Temple o de los ingenieros de sonido? Quizá un poco de cada cosa. En cualquier caso, Barenboim acierta plenamente en lo que a la expresión se refiere: en las dos secciones extremas rebosa chispa, ritmo, extroversión, colorido y, sobre todo, sabor latinoamericano, mientras que la central es un verdadero hallazgo por su manera de explorar en la atmósfera sensual de la música –como si mirase al impresionismo– al tiempo que atiende a lo que esta alberga de misterioso, incluso de inquietante. Portentosos los chicagoers: ni que decir tiene que aportan muchísimo con su contrastado idiomatismo.
La afinidad de la orquesta vuelve a ser una baza muy a favor de los resultados las Danzas sinfónicas de West Side Story de Leonard Bernstein, pero aquí se impone claramente la personalidad del de Buenos Aires. En los minutos iniciales, no para bien: faltan agilidad y frescura, e incluso el sonido de la CSO resulta en exceso musculado. Pero llega la primera sección de lucha y el maestro ofrece una recreación particularmente atractiva por su mezcla de tensión dramática y agresividad, como si mirase hacia La consagración de la primavera. En Somewhere, quizá podría paladear más la música, si bien ofrece verdaderos hallazgos en el tratamiento de la agógica. El Mambo es un prodigio: su intensísima mala leche lleva más allá la propuesta del propio Bernstein en su faceta de director y pone muy de relieve la tragedia que se está mascando. Rabia, aspereza e intensidad dramática sin concesiones –el director parece mirar mucho antes a la ópera que al musical– vuelven a ser los protagonistas de Cool y Rumble, para luego destilar un lirismo tan contenido como acongojante en la melodía de I have a love. El final resulta especialmente sobrio y distanciado: menos melancólico que el de Bernstein y más nihilista. O sea, puro Barenboim.
Warner tuvo muchísimo morro al sacar este disco: solo esta primera mitad era novedad, pero el lanzamiento se hizo en serie cara. En cualquier caso, en los complementos de Ravel y Wagner también hay lugar para desmontar tópicos. A quien piense que Barenboim nunca fue un gran intérprete del repertorio impresionista le sorprenderá escuchar esta espléndida recreación de la suite nº 2 de Daphnis et Chloé, tercera y última de sus aproximaciones discográficas (aquí la reseña del CD completo). No se puede hablar aquí, en absoluto, de “pesadeces germánicas” ni de nada parecido: todo es un prodigio de ligereza bien entendida, incluso de levedad cuando corresponde, dentro de un estilo irreprochable en el que elegancia y tensión interna alcanzan el más adecuado equilibrio; un punto adicional de sensualidad no le hubiese venido mal. En comparación con su lectura con la Orquesta de París para Deutsche Grammophon, más lenta, esta de Chicago pierde en sensualidad e introversión lo que gana en brillantez, perfección arquitectónica y fuerza dramática. Por lo demás, el trazo global es un prodigio y la claridad alcanzada casi un milagro: supongo que los ingenieros de sonido, por una vez sensacionales en las grabaciones realizadas por Barenboim en Chicago para Erato, contribuyeron lo suyo. ¿El problema? La aparición del registro de Celibidache de 1987, que arrasa con este y absolutamente con todos los demás.
Del preludio y liebestod de Tristán e Isolda se le han escuchado a Barenboim recreaciones superiores, pero esta es una interesante aportación: aun siempre dentro de la más estricta ortodoxia en la sonoridad y en el fraseo –soberano dominio del peso de los silencios–, y haciendo gala de esa perfecta lógica en la construcción de tensiones y distensiones que caracterizan a Don Daniel en general y en esta obra en particular, nuestro artista se aparta de la incandescencia y el desasosiego de otras recreaciones suyas para apostar por una lectura más bien sosegada, introvertida incluso, en la que la sensualidad y la ternura se ponen por encima de otras consideraciones. Puede resultar, por eso mismo, menos emotiva de lo esperado, pero arroja nuevas luce sobre esta música genial. En cuanto a la ejecución orquestal, no hay mucho que decir: pocas veces se habrá tocado esta música con semejante perfección.
2 comentarios:
No estaría mal una discografía comparada de la Rapsodia de Gershwin...
Uf, yo no me encuentro en condiciones de hacerla. Tengo demasiados discos pendientes para hacer discografías de otras cosas como para meterme en este follón ahora. Gracias por la sugerencia, en cualquier caso.
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