Comenté aquí solo la segunda mitad del Concierto de San Silvestre 2024 de la Filarmónica de Berlín y Kirill Petrenko, porque me perdí la primera: Concierto para piano nº 2 de Johannes Brahms con Daniil Trifonov. Como lo recupero ahora a través de la plataforma Stage + (también está en Youtube), ya puedo dejar mi opinión.
Tras sendos maravillosos solos de Stefan Dohr y Emmanuel Pahud, entra el pianista ruso con sonido poderoso y denso, muy adecuado para Brahms, haciendo gala de un temperamento incandescente, también algo más nervioso de la cuenta, pero dejando claro su compromiso expresivo. A partir de ahí se explaya en un Allegro non troppo magníficamente dicho y sabiamente matizado al que le sobran algunas frases dichas un tanto de pasada. Petrenko se muestra muy centrado y ofrece una recreación tan vistosa como elocuente en la que, él también, cae en cierta falta de flexibilidad. La orquesta es ideal para el compositor hamburgués, aunque extrañamente hay algún momento en el que la cuerda no parece funcionar al cien por cien.
El segundo movimiento me ha gustado algo menos, siempre dentro de un alto nivel: aquí la tendencia de los dos artistas a quedarse en la superficie se hace más patente. Hay tensión interna y hay riqueza en los claroscuros, pero el nerviosismo del que hacen gala parece una manera de compensar la falta de una idea expresiva detrás. Dicho esto, el virtuosismo tanto de Petrenko como de sus músicos es tan alto, y tan grande la capacidad de todos para diseccionar los planos sonoros sin que se pierda el empaste brahmsiano, que uno no puede sino rendirse de admiración.
La cosa cambia en el sublime Andante: un Brahms bonito en el peor de los sentidos. Que sí, que tiene que haber delicadeza, ternura y todo eso, pero semejante dosis de suavidad tanto sonora como expresiva, de ausencia de tensión interna, de descuido del sabor agridulce que debe destilar la página, conducen a una tan bella como tramposa ensoñación que no hace justicia a la enorme profundidad poética de las notas. En cualquier caso, entiendo que habrá melómanos que prefieran esta música así, dicha de manera por completo ajena a los conflictos. Pues vale: a mí no me convence, pero la opción puede ser válida.
Lo que no es válido ni razonable, lo que ya no tiene que ver con las preferencias personales sino con una cuestión de mero buen gusto, es lo que Petrenko y Trifonov –sobre todo este último– hacen con el movimiento final: un horror de los horrores consistente en confundir la distensión que el cuerpo pide después de las experiencias vividas con la frivolidad, cuando no el lirismo con la blandura (¡qué toque más relamido el del pianista!) y la felicidad con la más detestable cursilería. Todo ello, por descontado, expuesto con una limpieza absoluta e imponente opulencia sonora cuando esta corresponde, con independencia de que algunos primeros atriles de la orquesta también se contagien de la ligereza generalizada.
Para los que gusten de las puntuaciones del uno al diez, ahí va el veredicto: ocho para los dos primeros movimientos, siete para el tercero y seis para el cuarto. Y ahora, que alguien me explique de qué van Kirill y Daniil, por favor. Porque yo no les entiendo.
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