El concierto sinfónico más morboso en lo que va de siglo, probablemente: Jordi Savall al frente de la Filarmónica de Berlín. Suite de Naïs de Rameau, Don Juan de Gluck y (¡arrea!) la Júpiter de Mozart. Hasta hace pocos años imaginar al de Igualada en el podio de Karajan era auténtica música-ficción, pero claro, poco a poco Savall fue grabando Beethoven, Schubert, Schumann y hasta Bruckner, así que los berlineses ¿Qué ocurriría? ¿Haría temblar los asientos de la Philharmonie con alguna radicalidad? ¿Se lo comerían vivo los simpáticos chicos de la orquesta, como se comieron en su momento a Karajan, a Abbado e incluso al siempre bienhumorado Rattle? Pues bien, acabo de ver la transmisión en directo a través de la Digital Concert Hall, así que tengo algunas respuestas.
El primer número de Rameau ya dejó al descubierto una
decisión: ninguna radicalidad por parte de Savall a la hora de hacer sonar
barrocos a los Berliner Philharmoniker. Esos grandísimos músicos que son Ton
Koompan. Reinhardt Goebel y Emmanuelle Haïm sí lo han hecho, y con soberbios
resultados. El maestro catalán ha preferido buscar un punto de encuentro ente
tradición y praxis “históricamente informada”, para disgusto de la kale
barroka y tranquilidad de los que aún no han pasado de Raymond Leppard; de
hecho, no ha quedado muy lejos de este último. Ahora bien, hay que reconocer
que en más de un momento -en esta y las otras obras del programa- la cuerda no
estuvo del todo fina, quizá porque no parecía sentirse del todo segura en lo
que se refiere a la articulación a adoptar.
Interpretativamente no ha habido espacio para la duda:
soberbio intérprete de Rameau y, en general, de todo el barroco francés -puede
que supere incluso al enorme William Christie-, Savall recreó la suite de Naïs
con la misma sabiduría estilística, riqueza expresiva, intensidad, chispa y delectación
con que lo hizo en 2011 en su registro al frente de Le Concert des Nations.
¿Preferible con aquella orquesta? No lo sé: en principio los instrumentos
originales me parecen más adecuados para Rameau, pero con los “modernos” hay
colores distintos y posibilidades de nuevos acentos. Y claro, si encima se
trata de la Filarmónica de Berlín…
Sí que me ha parecido decisivo el cambio de orquesta en el Don
Juan de Gluck. En una entrada reciente hice una comparativa discográfica
de este título en la que dije algo del registro de Savall con su propia
formación. En la realización de esta tarde, aunque optando por la mucho más breve
versión original de Viena, el maestro ha seguido al pie de la letra los
parámetros de entonces, incluyendo la presencia del formidable Josep María
Martí añadiendo su guitarra al continuo, pero las cosas han funcionado de
manera apreciablemente más satisfactoria. La calidad de la orquesta, sin duda,
como también el equilibrio de planos: clave y guitarra ya no se comen a la
cuerda. ¡Y qué placer ver a Albrecht Mayer ornamentando a discreción la
serenata de Don Juan a Doña Elvira! Confieso que eché de menos el sentido
teatral, la riqueza de matices y la imaginación desbordante de Giovanni
Antonini, pero también es cierto que Savall resulta más respetuoso con la
esencia del estilo galante: los excesos pueden atraparnos, pero también son un
poco tramposos.
Sinfonía nº 41 de Mozart para terminar. Ya
conocen la discografía con esta misma orquesta: Böhm, Karajan, Giulini… “Tranquilos,
que no vamos a hacer nada raro”, parecía decir don Jordi en un Allegro que ni
siquiera era de “tercera vía”, sino que se movió dentro de lo “tradicional
renovado”. Resumiendo mucho, sonó a Rattle. A un Rattle moderado, habría que puntualizar,
porque la Júpiter es más claramente H.I.P. que la de Savall, que lo
tenía más o menos claro: articulación ágil, baquetas duras en los timbales, algún
que otro detalle historicista adicional y ya está. Cero excentricidades. La
orquesta, en plantilla de tamaño mediano, sonó libre y sin problema alguno con
las vibraciones, moderadas pero en modo alguno proscritas. Funcionó muy bien el
movimiento, porque el maestro supo captar el carácter decidido y luminoso de la
página.
No me gustó el Andante cantabile. Problema en parte de tempo,
a mi entender muy veloz, en parte de articulación, aquí sí claramente “tercera vía”.
Quedó bien recogido el anhelo que subyace en los pentagramas, pero sensualidad
y sentido espiritual no encontraron su lugar. En cualquier caso, ahí estaban
los vientos berlineses para salvar los muebles.
Soberbio el Menuetto. Como señaló a Joaquín Riquelme en la
entrevista del intermedio, Savall lo concibe de manera binaria y no ternaria,
lo que me parece un acierto: más rápido y rítmico, perdiendo en nobleza lo que
gana en espíritu de danza, agilidad y sentido de los contrastes. ¿Y el Finale?
Expresivamente, un prodigio: pocas veces ha sonado tan luminoso, vitalista y palpitante,
tan sincero y tan alejado de la retórica, tan decidido y cargado de emotividad…
Savall supo tensar de maravilla la electricidad desplegada y los músicos pusieron
toda la carne en el asador. Nada de tocar “de memorieta”.
Dicho esto, la claridad del complejo edificio polifónico fue
suficiente, pero no óptima, al tiempo que se echó de menos un fraseo de superior
flexibilidad, más rico en matices, de mayor atención al peso de los silencios,
más trabajado en lo que a las dinámicas se refiere. Seamos sinceros: Savall es,
como quien dice, un recién llegado a la música sinfónica. No posee la mayor
técnica posible ni domina el sentido orgánico del discurso.
Total, una grabación de la Júpiter superior a la que realizó
en 2018 con Le Concert des Nations, no muy allá en lo técnico y enturbiada por
los tremendos excesos de los timbales, pero que comparte con aquella un segundo
movimiento cuyo espíritu el maestro no acierta a captar. Para los aficionados a
los puntitos: 8 para los movimientos extremos, 6 para el segundo y 9 para el
tercero. No está nada mal.
En fin, éxito de público considerable y repetición de la
danza de las furias de Don Juan/Orfeo y Eurídice. No se trató de
un mero bis, sino de una reivindicación de Gluck en toda regla poniendo de
manifiesto, al colocar esta música justo después del final de la Júpiter, la
manera en que el alemán abrió el camino a Wolfgang Amadeus.
Ah, media orquesta contentísima con Savall y la otra media
mirándole con cara de póker. Veremos si vuelve. De momento, éxito
incuestionable.

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