sábado, 27 de septiembre de 2025

El peor disco de los últimos años: Sueño de una noche de verano de Mendelssohn por Heras-Casado

No pensaba escuchar este disco, pero mi amigo Vicente me ha pedido que escriba la reseña. He realizado la audición (¡formidable toma sonora en alta resolución disponible en Qobuz!) y realmente ha merecido la pena: el Sueño de una noche de verano por Pablo Heras-Casado y la Orquesta Barroca de Friburgo, registrado en mayo de 2023 por los ingenieros de Teldex para Harmonia Mundi, me ha parecido no solo el más horrendo Mendelssohn que he escuchado en mi vida, sino también uno de los peores lanzamientos de música clásica de los últimos años, al nivel de los tres CD dedicados a Schumann por los mismos intérpretes y solo superado por esa innombrable Sonata Lunática de Lina Tur Bonet. Sí, por una vez coincido con David Hurwitz, aunque creo que su tremenda reseña llega incluso a quedarse corta.

Entiendo que el objetivo del maestro granadino no precisamente falto de formación ni de ideas es doble. Por un lado, reivindicar el uso de planteamientos propios de la praxis historicista barroca en esta música como manera de descubrir cosas nuevas en ella. Por otro, subrayar los aspectos más tempestuosos de la escritura mendelssohniana frente a quienes quieren ver en ella solamente ligereza, amabilidad y equilibrio clásico. Frente a lo primero, habría que replicar algo absolutamente obvio: la brutal diferencia entre la estética del barroco y al del primer romanticismo. Que compartan entre sí el interés por las pasiones no implica necesariamente que lo que resulta apropiado para una resulte adecuado para la otra. Yo puedo decir que en la pintura de Delacroix hay mucho de la pincelada y del colorido de Rubens, pero pongamos por caso si quisiera reconstruir un lienzo perdido del pintor francés a partir de un boceto en blanco y negro, nunca se me ocurriría pintarlo "a la rubeniana", es decir, imitando al flamenco. Sería un disparate, justo en el que aquí incurre Heras-Casado. Frente a lo segundo, lo de la tempestuosidad y tal, coincido en que está muy bien apartarse del tópico del Mendelssohn frágil y bonito. Lo que no puede ser es convertir pasiones en feroces huracanes que se lleven por delante todo lo demás, incluyendo la sensualidad, la delectación melódica, la evocación poética y todo eso que también es parte del universo del autor.

En cualquier caso, no es el concepto lo que convierte este disco en un auténtico bodrio. El problema es el extremo mal gusto con que está dirigido, muy particularmente esa celebérrima obertura que escribiera un adolescente genial. Todas las decisiones que en ella toma Heras-Casado suenan grotescas: la precipitación y el carácter convulso del fraseo en general, los contrastes dinámicos y tímbricos extremos y muy groseramente marcados, el carácter pimpante de las frases que necesitan aérea delicadeza, la brocha gorda con que están resueltas las transiciones, la suciedad generalizada por la superposición de unos planos sobre otros, los bramidos de unos metales faltos de empaste y, de manera especial, las brutalidades de una percusión desaforada que se come el tejido orquestal al tiempo que quiebra el discurso. Se lo juro a todos ustedes: no recuerdo, por parte de un director de orquesta famoso, ninguna interpretación musical de una obra sinfónica del compositor que sea resuelta con mayor grado de zafiedad que esta recreación de la Obertura. Para escuchar hoy día algo a semejante nivel habría que irse a por un Valery Gergiev. ¿Significa esto que tengo a Heras-Casado por uno de los peores directores del mundo? Sí, a partir de este disco ya me queda clarísimo. Uno de los dos o tres peores del momento, siempre hablando de los que son mundialmente famosos, claro está. Me avergüenzo de haberle aplaudido mucho cuando comenzaba su carrera internacional: no fui capaz de ver lo que en realidad había.

El resto del disco no es tan rematadamente malo. Hay números salvables. Por ejemplo, un Scherzo con adecuado nervio notablemente expuesto; la orquesta alemana toca con apreciable virtuosismo y la rusticidad de los instrumentos originales le sienta bien a este número. En el Intermezzo en el que el carácter anhelante de la música se encuentra muy bien recogido, aunque al final terminan saliendo por ahí esas sonoridades sin vibrar por completo insulsas por parte de la cuerda, esos portamentos llenos de cursilería o esas tosquedades marca de la casa. Hay además una buena dosis de pedantería a la hora de tratar el tejido polifónico: para aparentar que descubre cosas nuevas y que consigue una claridad especial (¡juas!), lo que hace el maestro es romper el equilibrio de planos para que se escuchen unas cosas en lugar de otras, con el resultado que ya pueden imaginar. Por lo demás, se combinan momentos de acertado instinto dramático acierta el director en no olvidar que esto es teatro, no música sinfónica con efectismos de toda clase, zafiedades varias y un sentido del humor imprescindible en esta obra del que no hay rastro. A destacar negativamente una Marcha de los elfos rapidísima y repipi, mientras que de la Marcha nupcial casi mejor no hablar. O sí: cuadratura del círculo hacer que suene al mismo tiempo canija y brutal, amén de convulsa y ajena a la nobleza que requieren las circunstancias.

La versión está en alemán. El trabajo de las señoras del Coro de Cámara de la RIAS es excelente. Las dos solistas que salen de él cumplen sin problemas. El narrador Max Urlacher lo hace bastante bien, pero como yo no entiendo ese idioma me he aburrido con sus intervenciones. Total, que si quiero una versión con textos en la lengua de Shakespeare, me voy a por la dirigida de manera más que notable por Seiji Ozawa: allí Judi Dench está maravillosa. Y si lo que deseo es disfrutar a tope con esta música, no hay que darle muchas vueltas: Klemperer, Klemperer y siempre Klemperer. Lo de Heras-Casado me parece una mezcla de prepotencia, incapacidad y chabacanería, además de una monumental tomadura de pelo.


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