La plataforma Stage + ha rescatado con calidad de imagen soberbia, pero también con un sonido ligeramente desincronizado, la filmación
que en 1967 realizó Henri-Georges Clouzot de Herbert von Karajan en una de sus importantes, aunque irregulares
en el tiempo, colaboraciones con el Teatro alla Scala: el Réquiem de Verdi. Se nota mucho que no está
en Berlín, porque este es otro Karajan. ¿Más italiano? Yo diría que más
Toscanini: sonoridad áspera –influye una toma muy corta en graves–, sequedad en
los ataques, rigidez en el fraseo, particular interés por la claridad, escaso
vuelo melódico y nula espiritualidad. Están ahí, ciertamente, la obsesión del
maestro por los grandes contrastes dinámicos y, por descontado, su virtuosismo
técnico –gran rendimiento de una orquesta y coros no muy allá–, pero la huella
del de Parma resulta evidente, cosa por otra parte inevitable habida cuenta de
que este concierto se ofrecía como homenaje a los diez años de su fallecimiento.
Esta música necesita este enfoque teatral, pero también muchas
otras cosas que aquí no están.
Cuarteto solista de ensueño, o casi: Luciano Pavarotti –aún
no gordo y sin barba– comienza algo despistado, pero luego ofrece un Ingemisco de
gran clase en el que puede lucir su inigualable registro agudo. Nicolai
Ghiaurov, que ya se mostraba imponente en la grabación de Giulini, deslumbra con su poderoso
instrumento y su canto lleno de autoridad. Fiorenza Cosotto ofrece canto
verdiano del bueno, pero la pobre pasa un tanto desapercibida –la culpa es de
la partitura– junto a una Leontyne Price que posee una de las mejores voces de
soprano que se hayan escuchado, una emisión de enorme solidez, un legato
precioso y, sobre todo, una expresividad fuera de serie: se ha escuchado esta
parte con mayor belleza –Caballé–, también con mayor refinamiento y atención al
detalle, pero no con semejante intensidad dramática. La filmación es buena,
pese a algunos defectos propios de la época y a la voluntad del cineasta de
centrarse en un Karajan en el colmo del narcisismo. ¡La de horas que se debió
de llevar en la peluquería para lucir un pelo encrespado y revuelto en el que hasta
el último cabello se encuentra perfectamente estudiado!
Merece la pena comparar con la grabación realizada por el propio maestro salzburgués con la Berliner Philharmoniker en 1972. Claro, este es ya el Karajan típico de su era de Berlín, y
ocurre lo que era de esperar. La orquesta suena verdaderamente
catedralicia, con una cuerda musculosa de timbre aterciopelado, maderas
sensuales y metales segurísimos que saben mostrarse –cuadratura del
círculo– al mismo tiempo brillantes y empastados. Los fortísimos resultan
atronadores sin que se pierda claridad, los pianísimos parecen imposibles.
El fraseo es de una cantabilidad asombrosa. La fuerza dramática de los
clímax, impotente. Pero el maestro, volcado en el puro sonido, no solo sigue
sin creerse la obra, sino que se suelta la melena más que en La Scala:
contrastes dinámicos exagerados, ridículos detalles enfáticos en el
fraseo, caídas en la blandura –Ingemisco–, religiosidad “gótica” de cara a la galería, teatralidad artificiosa… Y en medio
de todo ello, detalles expresivos de enorme clase y muchísima magia sonora
made in Karajan.
Magnífica Mirella Freni, no solo por un
instrumento que es pura crema y un fraseo para derretirse, sino también por su arte. Estupenda
Christa Ludwig. Bien Carlo Cosutta, lo que no es poco. Nicolai Ghiaurov se
muestra menos monolítico que en las anteriores ocasiones, pero la voz
comienza a estar algo cansada. Muy bien los Wiener Singverein. La toma se
realizó en la Jesus-Christus-Kirche con bastante acierto: equilibrada y de
buena gama dinámica. Merece la pena escuchar el espectáculo, por lo bueno y por lo menos bueno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario