Paso a comentar la primera parte del programa que ofrecieron Daniel Barenboim, Lang Lang y la West-Eastern Divan Orchestra en Bremen el pasado sábado 9 de agosto. En los atriles, el Concierto para piano nº 1 de Felix Mendelssohn.
Los dos artistas habían grabado la obra en febrero de 2003 junto a la Sinfónica de Chicago para DG. Aquella fue una enorme recreación, muy en particular por parte del pianista. El asunto era ver qué hacía Barenboim ahora que tiende a ralentizar los tempi. ¿Cedería Lang Lang, con lo muchísimo que le gusta hacer exhibición de agilidad digital? Unos brevísimos vídeos de los ensayos disponibles en la red parecían apuntar a que sí, a que la página se iba a abordar con menor rapidez que entonces, pero al final no ha sido así: los tempi de Bremen fueron como los del disco. Está claro que hubo un tira y afloja en el que salió ganando el pianista chino. Habida cuenta de que cuando Barenboim toca con Argerich pasa algo parecido, hay que concluir que el maestro porteño está lejos de imponer sus ideas a los solistas. Más bien lo contrario.
Dicho esto, y aun similar en tempi, la dirección ha sido todavía
mejor que en el disco: más intensos los movimientos extremos y, sobre todo,
mucho más poético e inspirado el Andante central. El maestro ha sabido sacarle
más jugo a la obra, aportado todo ese especialísimo sentido de la ternura y de
la sensualidad que ha desarrollado de manera especial en estos últimos años. Y escandalícese el que quiera, pero en el referido movimiento la cuerda de la WEDO
sonó con mayor belleza y fraseó con superior vuelo lírico que la de la Sinfónica
de Chicago. Por lo demás, la formación multicultural se entregó a fondo para
responder con el extremo virtuosismo que la obra demanda, ofreció una articulación adecuada para el autor, tocó con admirable depuración sonora y fue muy bien controlada por
una batuta que equilibro los planos con transparencia al tiempo que desplegó tremendas
dosis de energía. ¡Serán imbéciles los críticos que afirman, confundiendo lo que
se ve y lo que se oye, que Barenboim ya no es capaz de transmitir electricidad
a una orquesta! Que sus movimientos físicos anden muy limitados no significa que haya mermado su técnica para conseguir de una orquesta lo que él
quiere.
Lang Lang no estuvo mejor que en 2003, porque eso es imposible. Tampoco lo hizo menos increíblemente bien. Allí en directo el piano me resultó mucho más rico, con mayor plasticidad que en el SACD editado por el sello amarillo, pero me parece que el problema estaba en la labor de los ingenieros de la grabación, a la que le faltaban densidad y relieve. La soberbia acústica de Die Glocken de Bremen permitió disfrutar de lo lindo de un sonido pianístico que, además de ligereza y refinamiento, posee elasticidad, enorme riqueza de armónicos y una potencia considerable en los momentos en los que el artista lo considera oportuno.
Otra cosa es que todo ese potencial lo use con sabiduría: a mí hay veces que Lang Lang no me termina de convencer, y en determinadas interpretaciones me llega a irritar, pero en Mendelssohn saca lo mejor de sí mismo. Cierto, su recreación fue efervescente, lúdico a más no poder, juvenil en el mejor de los sentidos, pero no solo no se dejó llevar por el nerviosismo, sino que en el segundo movimiento hizo música con mayúsculas: delicadeza, encanto, sensualidad y evocación poética sin caer en lo trivial o lo amanerado. Todo ello con la mayor convicción y, hay que insistir, con una técnica absolutamente suprema.
Los aplausos del público le llevaron a ofrecer
una arrebatada Mazurca nº 23 de Chopin. Podía haber tocado alguna
cosilla más, porque la de Mendelssohn es una página breve, pero en cualquier
caso el plato fuerte estaba por llegar: la gigantesca, inolvidable Heroica
de Beethoven que comente en la entrada anterior.
Fotografía: © Manuel Vaca
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