domingo, 20 de abril de 2025

La Orquesta Joven de Andalucía con Juan Pablo Valencia en el Villamarta

Ya dejé constancia en este blog de mi enfado ante el hecho de que la Orquesta Joven de Andalucía cambiase el repertorio de este año: en lugar de una Quinta de Bruckner por el enorme Christoph Eschenbach, un programa Falla y Mussorgsky/Ravel a cargo del por estos lares desconocido Juan Pablo Valencia. Entiendo que la cancelación puede no ser responsabilidad de los gestores, pero sí que lo es realizar un cambio semejante diciéndolo con la boca pequeña y sin posibilidad de devolución de entradas. Deberían haber mantenido el Bruckner con otro director, pero no pegar un giro tan radical. Mal, muy mal por su parte.

Dicho esto, el que hoy se ha ofrecido en el Teatro Villamarta, a repetir mañana en el Maestranza de Sevilla, ha sido un concierto muy digno en la primera parte y más que notable en la segunda, en buena medida por la labor del maestro colombiano, y más aún por el nivel de los jóvenes andaluces: esta formación ha sonado mucho mejor que como lo hizo hace pocas semanas en el mismo escenario una desganadísima y mediocremente dirigida Filarmónica de Malága en el Réquiem de Mozart.

Se abría la velada con Mariachtitlán, una vistosísima página del mexicano Juan Pablo Contreras que sirvió para dar buena cuenta de la calidad de los instrumentistas convocados, como también del enorme sentido del ritmo y del color de una batuta que parece moverse como pez en el agua en este repertorio.

Nada que objetar a que se interpreten las dos suites de El sombrero de tres picos a pocos kilómetros de la tierra donde nació y reposa para siempre Manuel de Falla, pero ya puestos podían haber hecho la versión completa del ballet: tampoco es tan difícil contratar una mezzo, mientras que los chavales podrían haber dicho unos "oles" mejores que los de cualquier orquesta de primerísima fila. Sea como fuere, Juan Pablo Valencia ofreció una interpretación sensual y tornasolada, no exenta del adecuado vigor rítmico, en la que demostró su excelente técnica y apreciable atención al detalle: en absoluto dirigió de cara a la galería. Eso sí, frente a un trabajo con las dinámicas absolutamente colosal se hizo evidente escasa imaginación a la hora de jugar con la agógica, de manera particular en la jota conclusiva. Tampoco fue gran cosa la farruca, más bien desvaía, pero los demás números funcionaron francamente bien.

Los Cuadro de una exposición no planteas las exigencias extremas en organización arquitectónica de la referida Quinta de Bruckner, pero es piedra de toque para los primeros atriles de una orquesta: aún recuerdo lo mal que estuvieron los de la Scala de Milán cuando ofrecieron la obra en el Teatro de la Maestranza bajo la dirección, magnífica en lo expresivo, de nada menos que Riccardo Muti. ¿Acaso han tocado los andaluces mejor que como lo hicieron aquella tarde los milaneses en Sevilla? Sin la menor duda, tanto en la sonoridad global como en las intervenciones solistas. La batuta, por su parte, ha ofrecido una recreación sensata, ajena a efectismos y bastante inspirada, sin escorarse en exceso hacia Ravel y manteniendo algo de la sana rusticidad que demanda Mussorgsky. Magníficas todas las exposiciones del Paseo, un Gnomo bronco en el que Valencia atendió de manera especial a las genialidades tímbricas ravelianas, y una Baba-Yaga de gran electricidad. Francamente bueno el saxofón en El viejo castillo, y mejor aún la tuba en el peligrosísimo Bydlo, cuyo final fue boicoteado por un móvil que obligó a detener la interpretación durante unos segundos que parecieron eternos. La rápida y bulliciosa recreación de los pollitos sufrió algún severo desajuste, mientras que en La gran puerta de Kiev los metales a los que el maestro, demostrando enorme sabiduría. no obligó a tocar demasiado fuerte mostraron una redondez que ya quisiéramos tener siempre en otras formaciones españolas.

Primera propina muy barenboimiana: Nimrod de Elgar, la mejor opción para lucir una cuerda hermosa y bien empastada. La segunda propina, algo parecido a uno de esos maravillosos arreglos que hacía Henry Mancini de música latinoamericana, no sé lo que era. En cualquier caso, fue interpretada con enorme brillantez, levantó al público del asiento y nos libró de tener que escuchar por enésima vez el pasodoble Amparito Roca, que es lo que suelen tocar en estas ocasiones.

Total, no hemos tenido esa Quinta bruckneriana ante la que llevábamos meses relamiéndonos, pero sí un muy buen concierto en el que solo ha habido una pega seria: la pésima acústica para quienes estábamos en el patio de butacas. El Villamarta necesita una nueva concha acústica cuanto antes, o al menos una solución decente para las orquestas de gran tamaño.

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