La gira europea de Andris Nelsons y la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig lleva dos programas. Uno, el de La rueca de oro de Dvorák y la Cuarta de Mahler que le vi en Sevilla dando inicio a la misma. Lo comenté aquí. El otro, el que retransmitió ayer en directo desde Dortmund la plataforma Stage +, que he podido ver esta misma mañana en su repetición. A ello.
Blumine era un coñazo dentro de otro coñazo: la Primera sinfonía de Mahler, cuando esta se llamaba Titán. Hizo bien su autor en quitarlo de en medio, y mejor hubiera hecho aún si hubiera tirado a la papelera todo el movimiento conclusivo. Nada, pero nada que ver con las geniales obras maestras del genial compositor. Así suelto, en tan extraordinaria interpretación, Blumine se escucha con agrado para pasar una vez más al justo olvido.
No menos infrecuente es el Concierto para dos pianos MWV O 5 de Mendelssohn, pero esta es una música de mucho más fuste. Al menos, así lo vio un Andris Nelsons que –una vez más– acertó con la música del autor más históricamente ligada a su orquesta: ligereza, agilidad y efervescencia a tope sin que ello signifique precipitación, levedad ni pérdida de peso armónico. El secreto, no otro que un increíble dominio de la articulación –incisiva sin excesos, contrastada y de vibrato muy controlado– al servicio de una musicalidad irreprochable. Algo parecido se puede decir de los hermanos Lucas y Arthur Jussen. Como mis adoradas hermanas Labèque, explotan su físico y su manera de vestir, pero –al igual que en ellas– lo visual no es un subterfugio para paliar falta de talento. Además de tener dedos de sobra, rebosan arte. Por si fuera poco, las superan en el movimiento conclusivo de esta obra, en el que las francesas se dejaban llevar un poquito por los fuegos artificiales: cuando el vídeo lo cuelguen de manera definitiva, aquí estará la versión de referencia. Sublime la propina de otro señor muy vinculado a Leipzig, un tal Johann Sebastian: "Aus Liebe will mein Heiland sterben" de La pasión según San Mateo.
La Octava es quizá mi sinfonía favorita de las de Dvorák. No me ha terminado de convencer lo de Nelsons, pero aquí toca decir eso de "la culpa no es tuya, sino mía": me he criado a la sombra de la muy brahmsiana interpretación de Giulini con la Orquesta del Concertgebouw –absolutamente inalcanzable en los movimientos centrales–, mientras que el maestro letón ha ofrecido Dvorák-Dvorák. Ágil en los tempi, rústico e incisivo –incluso escarpado– en la sonoridad, de enorme inmediatez expresiva y, por ende, poco interesado en explorar los aspectos otoñales de la música. Ha sido además, haciendo gala de un control absoluto de las dinámicas y una apreciable libertad agógica, una interpretación considerablemente personal y creativa, para lo bueno y lo no tan bueno. En el primer movimiento algunos pasajes fueron dichos un tanto de pasada, en el segundo el enorme acierto a la hora de valorar su potencial dramático no siempre se vio acompañado por la atención a lo lírico, el tercero fue tan heterodoxo que en el discurso lineal no fluyó con la naturalidad deseable, y en el cuarto el vigor rítmico se impuso por delante de cualquier otra consideración. Del uno al diez, un ocho.
¿Y la orquesta? Con algún desajuste pero muy bien, gracias. Tengo cita con ella el próximo mes de mayo para escucharla ayudando a la Sinfónica de Boston a hacer la Leningrado de Shostakovich allí en Leipzig. Sí, las dos orquestas tocarán a la vez. Será histórico... ¡y decibélico!
No hay comentarios:
Publicar un comentario