domingo, 2 de febrero de 2025

Descomunal Brahms del Cosmos Quartet

Fui ayer sábado 1 a Sevilla a ver a un buen amigo melómano que venía de Las Palmas y me pasé por la Sala Silvio –nombrada así en homenaje al rockero que fue durante cuatro años mi vecino de arriba, literalmente– para satisfacer el “mono” de escuchar música clásica en directo. Me encontré con un panorama desolador en lo que a público se refiere y con un Cosmos Quartet que no solo tocó divinamente, sino que además dio una monumental lección de talento artístico.

Nada menos que el Adagio y Fuga en do menor KV 546 de Mozart para abrir la velada. Conozco versiones de Klemperer, Britten y Marriner. Los de Barcelona City no miraron hacia el compositor de Don Giovanni, como tampoco hacia Bach, ni exploraron densidades góticas. Ello vieron principalmente tensiones polifónicas. Las delinearon con los arcos muy afilados, ataques moderadamente incisivos y vibrato bajo control, con resultados estremecedores.

Langsamer Statz de Anton Webern es una especie de Im Sommerwind para cuarteto: Webern antes de ser él mismo. Se puede interpretar mirando hacia detrás o haciéndolo hacia delante, opciones ambas igual de válidas. El Cosmos optó por la segunda, siempre con enorme implicación expresiva, lo que no se debe confundir con “emocional”: se alejaron de todo “romanticismo” sin que por ello la música dejara de sonar con inmediatez. ¡Y cómo tocaron! Todos ellos, ciertamente, pero debo nombrar de manera especial a la primer violín, Helena Satué. Tremenda.

Me habían hablado muy bien de la música de Manuel Rodríguez Valenzuela (n. 1980). Patres es un encargo del Cosmos. Aunque entiendo que la toquen, no encontré nada especial en la partitura: las notas rasgan el silencio haciendo uso de recursos habituales en la música “contemporánea”, pero solo la manera de ir planteando la disolución final me pareció realmente atractiva. Y no se piensen que soy un carca, por favor: hace años tuve la suerte de escuchar un monográfico Xenakis por el Arditti y me lo pasé bomba.

Cuarteto nº 2 de Johannes Brahms en la segunda parte. Ayer vi la versión televisiva del Keller y repasé el CD de la del Tokio. Pues bueno, los catalanes estuvieron a esa altura, aunque más en la línea de los segundos que de los primeros: los del Keller miraban hacia el Brahms más anguloso y combativo, mientras que los del Tokio añadían una dosis de hondura y cantabilidad. ¿Está usted diciendo que estos jóvenes de al sur de los Pirineos se elevaron a la altura de los más grandes cuartetos? Sí, exactamente. Por ahí están los del Jerusalem, que seguramente también se elevarán a la estratosfera en esta partitura, pero dudo muchísimo que ni una sola agrupación del orbe pueda hacerlo mejor aún que estos artistas. Huelga hablar de sonido brahmsiano, de precisión en los ataques, de administración de tensiones, de densidad armónica, de compenetración entre los miembros… Eso son las pedanterías que escribimos los críticos para intentar concretar lo inefable. Los cuatro gatos que estuvimos allí teníamos muy claro, por los muchos bravos que les lanzamos, que aquello había sido descomunal.

Dicho esto, para mí lo mejor de la noche no fue la música, sino haber tenido la oportunidad de saludar a alguien de mi tierra que ha pasado una grave enfermedad y que, aun ya plenamente superada, ha tenido la prudencia de retirarse. Me refiero al director de orquesta y pedagogo Juan Luis Pérez –padre de Juan Pérez Floristán, por más señas–, un caballero que ha hecho muchísimo por la música en Sevilla durante estas últimas décadas. Es una de las personas más trabajadoras, honestas, humildes, inteligentes y comprometidas que he conocido en este mundillo de la música. Enorme alegría verle bien de salud y haciendo lo que más le gusta: escuchar toda la buena música posible dejando al lado cualquier tipo de prejuicio.

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