miércoles, 22 de enero de 2025

Stravinsky por Tilson Thomas, cosecha del 91

Michael Tilson Thomas ha sido un gran intérprete de Igor Stravinsky, pero sus registros discográficos han estado en exceso espaciaos en el tiempo. Este que comento ahora con la Sinfónica de Londres lo grabó Sony Classical en septiembre y octubre de 1991 en los míticos estudios de Abbey Road: toma algo turbia, pero de muy amplia gama dinámica y graves de impresión.

La genial Sinfonía de los salmos conoce una lectura que me ha recordado un tanto a la de Leonard Bernstein comentada aquí mismo: un verdadero grito de desesperación en el que aristas y tensiones se ponen en primerísimo plano sin menoscabo, más bien todo lo contrario, del sentido del misterio. La diferencia es que Lenny lograba llegar a una síntesis entre este planteamiento expresivo y el estatismo arcaizante y mayestático de los iconos rusos; su joven colega, no tanto. En cualquier caso, los dos primeros movimientos resultan particularmente estremecedores bajo la batuta de Tilson Thomas; en el tercero, que es el más importante, el nivel de inspiración de la batuta baja un poco.

Vida, muchísima vida hay en la Sinfonía en Do. En la partitura y en la interpretación del maestro norteamericano. ¿Neoclasicismo? Ciertamente. ¿Abstracción? Desde luego, en el sentido de que no hay el menor intento de narratividad. Pero ocurre igual que en las sinfonías clásicas: dentro del marco formal hay que saber bucear en los diferentes ambientes expresivos para sacar todo lo que hay dentro, que en el fondo termina siendo no otra cosa que la experiencia humana. Tilson Thomas lo sabe y lo lleva noto de frescura y de comunicatividad, también de potencia, de alegría y de sentido del humor sin descuidar tensiones y claroscuros. Y lo hace sin renunciar al sonido apropiado para Stravinsky, a su incisividad y a su sentido del ritmo, a su protagonismo de las maderas y hasta a su punto de mala leche.

Si la Sinfonía en Do era de 1940, la Sinfonía en tres movimientos es cinco años posterior. Fíjense bien; 1945. ¿Recuerdan qué ha pasado entremedias en el globo terráqueo? Pues eso. Stravinsky decía que la música es solo música, pero nadie le cree. Lo que se ha querido ver en esta obra está ahí, entre las notas. Otra cosa es que se pueda subrayar con mayor o menos intensidad. La gracia es que el propio compositor se encuentra entre quienes lo hacen: su grabación de 1943 era de una aspereza y rabia extremas. En 1961 se moderó un poco y quiso demostrar que había más cosas tras las notas. Luego vinieron Klemperer con su mala leche, Boulez con su objetividad, Rozhdestvensky recreando una atmósfera malsana. Vista desde la distancia, la interpretación de Tilson Thomas parece una síntesis entre todas ellas, añadiendo un punto de espiritualidad y hasta candidez en el segundo movimiento que nos recuerda que esa música tuvo su origen en la banda sonora que iba a realizar para el filme La canción de Bernardette. Todo ello lo consigue Tilson Thomas, una vez más, con el lenguaje más apropiado y una espontaneidad que niega el carácter intelectual que muchos han querido ver en la música stravinskiana. 

Total, un disco de lo más recomendable. Advierto que a Santiago Martín no le estimula especialmente en su libro sobre el compositor: siendo cierto ese trabajo resulta modélico e imprescindible (¡qué bien escrito está!), raramente estoy de acuerdo con las calificaciones discográficas que en él ofrece.

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