El concierto del viernes 9 de noviembre de Kirill Petrenko y la Filarmónica de Berlín, con Vilde Frang como solista invitada, presentaba una curiosa coincidencia con el programa de la gira de la Filarmónica de Viena bajo la dirección de Lorenzo Viotti que yo pude pillar hace unos meses en Sevilla: La isla de los muertos de Rachmaninov y Séptima sinfonía de Dvorák. La diferencia es que el maestro suizo se decantó por Capricho español para completar la duración del programa, mientras que los berlineses han ofrecido el cada día más justamente reconocido Concierto para violín de Korngold.
Si del poema sinfónico del ruso Viotti ofreció una lectura lenta, atmosférica y un tanto tristona, algo escasa de fuelle pero dotada de un amplio aliento lírico y una suntuosidad apabullante, Petrenko se ha ido al extremo opuesto: tempo rápido, sonoridad bronca, pulso muy firme y enfoque dramático, alcanzando clímax particularmente escarpados. En contrapartida, escasa delectación melódica y pobre sentido de la atmósfera. Faltaba incluso ese “balanceo de la barca” (el que otorga el compás 5/8) que hace tan subyugante esta página. Me ha interesado, pero no sé si me ha gustado la propuesta: tendré que escucharla otra vez.
El voluntario alejamiento del decadentismo que mantuvo Petrenko en Rachmaninov se prolongó en Korngold, yo diría que para bien: esta música necesita ese punto de fascinación sonora que es también propio del universo de Richard Strauss y que tan maravillosamente se le da a Petrenko – fabuloso recreador del Rosenkavalier–, pero corre el peligro de que la batuta se deje llevar por divagaciones y no se centre en la intensidad de la música. Y si importante fue el acierto de la batuta, más lejos aún llegó la violinista noruega, a la que podemos considerar una de las más grandes recreadores de esta música. Shaham le hace un poco de sombra en lo que a mezcla de cantabilidad y emoción se refiere (ver discografía comparada), pero la señora Frang hace gala de un sonido de enorme belleza, un dominio increíble de la técnica y una musicalidad de primerísimo orden: desgarro dramático, sensualidad, elegancia, nostalgia, picardía… Lo tuvo todo, y además supo no caer en ninguna de las trampas. Quien haya escuchado a la grandísima Mutter hacer horrores en esta misma obra verá con claridad lo que quiero decir. De propina, una chacona de Antonio Maria Montanari (1776-1737) con la que Vilde Frang demostró no solo un sensacional sentido del ritmo, sino también una plena comprensión del espíritu barroco.
Sorpresa en la segunda parte. Acostumbrados a escucharle a Petrenko malas interpretaciones del repertorio decimonónico, generalmente por su tendencia a las sonoridades ingrávidas y a la expresividad trivial –cuando no amanerada–, ofreció una Séptima de Dvorák que en la que hizo exactamente todo lo contrario: dejarse de pamplinas, hacer sonar a la orquesta con una mezcla de densidad rusticidad muy apropiada e ir al grano. Es la sinfonía más dramática del autor y él, justo como hizo Viotti con la Filarmónica de Viena, lo dejó bien claro. Vale, se puede echar de menos ese lirismo efusivo de la todavía inalcanzada grabación de Giulini con la Filarmónica de Londres (aquí la discografía comparada), y también es verdad que un poquito más de flexibilidad no le hubiera venido mal, pero sonada con semejante fuego controlado, con tanta veracidad y tan intensa comunicatividad convence muchísimo. Si a eso añadimos un sensacional trabajo con planos sonoros, dinámicas y tensiones, solo podemos concluir que se trata de una de las cosas más interesantes que este sobrevaloradísimo maestro ha ofrecido al frente de la orquesta de la que es titular.
No hay comentarios:
Publicar un comentario