jueves, 27 de junio de 2024

Nabucco en el Maestranza: a Verdi hay que cantarlo

Acudí a la última de las seis funciones de Nabucco que, con dos repartos distintos –el mío era el primero–, ha ofrecido el Teatro de la Maestranza. Fue la del sábado 22, para concretar. En los aplausos tras los principales números se evidenciaba la presencia de diferentes grupos, distribuidos en diferentes puntos de la sala, de melómanos altamente entendidos que venía desde otras latitudes a escuchar a sus ídolos. No, no era el público habitual, aunque seguramente no faltaron familiares y amistades del Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza, en buena medida protagonista de la función. Su éxito fue muy grande, pese a algún que otro desajuste que me parece no fue culpa suya, sino más bien de las exigencias de la puesta en escena. Los aplausos estaban todos merecidos, como también los que recibiera su director Iñigo Sampil.

Pero permítanme que le dedique un poco de espacio a la batuta de Sergio Alapont. Se quedó corto el maestro castellonense a la hora de ofrecer esa electricidad, ese nervio y esa inmediatez teatral tan necesarias en el primer Verdi. A cambio, ofreció con creces algo que a mi entender es lo más importante en este universo lírico, y que con demasiada frecuencia es olvidado por presuntos especialistas: cantabilidad. A Verdi hay que cantarlo también desde la orquesta. Hay que respirar con los cantantes y como un cantante. En Sevilla hemos sufrido horrores en este sentido: recuerdo ahora aquel Trovatore de 2001 con Maurizio Arena o el Macbeth con Daniel Lipton de 2004. Alapont ha volado muy, pero muy por encima de aquellos bien enchufados señores, demostrando de paso que el joven compositor, tras el fiasco de su tan menor como simpática Un giorno di regno, era ya mucho más que una sucesión de recitativos, arias y cabalettas con bombo y platillo de fondo. La Sinfónica de Sevilla sonó francamente bien bajo su batuta, que obtuvo una cuerda sedosa y empastada a la que procuró no sepultar con metales y percusión. La música, como digo, respiró con naturalidad y cantó. Por eso pienso que Alapont, aun con la importante insuficiencia antes apuntada, fue quien llevó musicalmente este Nabucco a buen puerto.


Mi opinión sobre Juan Jesús Rodríguez me causó en tiempos problemas personales: por aquel entonces tenía conocidos que a su vez eran amigos suyos, y aquellos me mostraban su desprecio por escribir lo que escribía, es decir, que el barítono onubense no era para tanto. Qué quieren que les diga, desde entonces hasta ahora su carrera ha sido importante y a mí sigue sin entusiasmarme, pero reconozco que esta encarnación del rey de Babilonia es lo que más me ha gustado: la técnica es muy sólida –inteligencia por encima de las limitaciones vocales, como hacen los grandes– y el buen gusto se termina imponiendo. Le falta un grado de autoridad para que el retrato del personaje sea certero, pero cuando llega el Verdi-Verdi, es decir, el dúo con Abigaille, destapa el tarro de las esencias y se muestra capaz de hacer eso que yo le he echado en falta otras veces: matización psicológica. Siendo de Cartaya (Huelva), creo que el barítono se merecía en su tierra andaluza un triunfo tan rotundo como este en un repertorio no de zarzuela, sino de repertorio puro y duro. Bravo.

Entusiasmó y decepcionó a partes iguales María José Siri, lo que quedó muy claro en el contraste entre los tremendos, merecidísimos aplausos que recibió tras su aria del segundo acto y el silencio sepulcral –los pocos que se atrevieron a aplaudir callaron en seguida– cuando terminó la cabaletta. No hay misterio alguno: su instrumento dista muchísimo de ser el que exige Abigaille. Me resultó triste ver estrellarse en determinados momentos de la función a quien, la mayor parte del tiempo, demostró ser una enorme cantante. ¡Qué canto ligado más hermosísimo tiene la uruguaya! ¡Qué morbidez, qué belleza y qué emoción a flor de piel! Me gustaría que la escuchásemos en Sevilla en un rol "normal", es decir, que no sea tan imposible como este.


Simón Orfila tiene una serie de haters que afirman que no es un bajo, sino un barítono de voz oscura. Yo soy por completo incapaz de valorar esa cuestión. Pero mis oídos sí dan para afirmar que este señor –Rossinis de por medio– tiene una estupenda técnica belcantista; de hecho, ofreció un precioso filado que desató el entusiasmo de sus fans, que también los tiene. Cantó con seguridad, con estilo y con clase. Su voz corría bien y contribuyó al éxito, como también lo hizo la circunstancia de que fuera el único actor realmente bueno de la función, pero me parece que esas no son las claves. Sencillamente, Orfila canta muy bien. Suyo fue el mayor triunfo entre los cantantes.

Voz hermosa y buen canto, con alguna irregularidad, la de Antonio Corianò, encargado de apechugar con el desagradecido rol de Ismaele. Ya sabe, a Verdi le iba ya la cosa de las tensiones paterno-filiales y el tenor no tenía aquí mucha cabida. Sensible pero poquita cosa Alessandra Volpe como Fenena. Bien el resto.


La escena era coproducción del propio Maestranza. Se arriesgó para hacer algo presuntamente moderno, se acertó solo a medias. A mi entender, ha jugado en contra de la directora Christiane Jatahy la entrevista publicada en el libreto. Quiero decir, las respuestas que ella ofrece: difícil ser más pedantorra y abstrusa. Pero lo que a la postre hace, en realidad, no es tan pretencioso. De hecho, su opción de apartarse del cartón piedra, de los carruajes y de los soldados con lanzas es quizá a la más sensata para evitar que el espectador se parte de risa. Otra cosa es que los recursos que utiliza, mil veces vistos en el mundo de ópera por cualquiera que tenga vídeos en casa o haya viajado lo suficiente, funcionen de manera satisfactoria. Por ejemplo, el espejo gigante permite crear una imagen visual de enorme fuerza visual y dramática –por metafórica– al reflejar a Abigaille tendida en el suelo sobre un tejido gigante. La lámina de agua, en combinación con la lluvia, facilita que se descarguen las tensiones acumuladas musicalmente al final del primer acto, si bien  no es menos cierto que puede resultar algo ridículo ver a Nabucco pegando patadas en el líquido elemento para mojar al personal. La cámara al hombro genera interesantísimos primeros planos, pero el lapso de tiempo entre la realidad y la proyección distrae al espectador. 


Por lo demás, la regie apuntaba en demasiadas direcciones sin terminar de iluminar ninguna de ellas. Me gustó mucho la idea de no tratar al coro como una unidad, sino como una conjunción de individualidades. Peor funcionó, a pesar de su interés, relacionar el origen de Abigaille con el trato a las minorías por parte de los regímenes autoritarios. En cuanto a lo de la lucha por la libertad y todo eso, no admite discusión posible: es la idea clave del libreto. Jatahy lo que hizo fue materializarla, nada más y nada menos. Eso es muchísimo hoy día, cuando hay por ahí tanto listillo que hubiera convertido a Abigaille en una transexual para luego acumular desvaríos e incoherencias. No, felizmente no hubo nada de eso. Sí que hubo referencias a la cosificación de la mujer –por parte de los judíos, mucho ojo–, a su tratamiento como moneda de cambio en el marco de las tensiones políticas, pero eso mismo ya estaba en el libreto. Insisto en que Jatahy, con sus aciertos y errores, respeta la idea original e intenta potenciarla, no inventarse unan dramaturgia paralela. A destacar el excelente uso de la luminotecnia, como también, en el sentido contrario, la deficiente dirección de actores.

Queda lo más discutible. Lo discutibilísimo. Con la aquiescencia del director musical y del propio teatro, Jatahy amputó el final de la partitura verdiana –justo después de la muerte de Abigaille– y, tras una breve música orquestal "contemporánea", repitió el Va, pensiero, esta vez a capella y desde el patio de butacas. Musicalmente no funcionó: anticlímax total. Ahora bien, desde el punto de vista puramente visual, como también desde un prisma metafórico, a mí me gustó muchísimo. El público aplaudió a rabiar.

Fotografías: Teatro de la Maestranza-Guillermo Mendo.

1 comentario:

Carlos dijo...

Me pregunto qué interés tiene que en una ópera como Nabucco aparezca el elenco con vestuario del siglo XXI. ¿Alguien se imagina algo similar en una película sobre la misma temática?

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