La Sinfonía nº 7 de Gustav Mahler, compuesta allá por 1905, supone un verdadero problema para el director de turno. No se trata solo de la complejidad de su arquitectura y de la densidad de una orquestación que debe ser cuidadosamente clarificada: es que se trata de una música muy irregular y llena de trampas en la que es facilísimo caer.
Nadie duda que el primer movimiento es una de las mejores cosas escritas por el compositor, aunque a la batuta de turno le toca decidir si debe sonar épico o dramático. Yo prefiero la segunda opción, desde luego. La primera música nocturna puede resultar deliciosa, amén de un sano respiro tras la negrura acumulada, si es que se interpreta con elegancia, flexibilidad y un punto de retranca; por desgracia, resulta fácil caer en la banalidad.
El Scherzo es otra obra maestra mahleriana, si bien de nuevo hay que escoger: ¿atmósfera y humor negro o desgarro expresionista? La cosa se complica en la segunda música nocturna, que en lugar de sensual y poética puede ser una cursilada considerable como el maestro no cuide al milímetro los ingredientes.
El gran problema llega con el Finale, que sencillamente no hay quien se lo crea. Mahler lo escribió de cara a la galería, así que como uno haga lo que está escrito, incluso con enorme intensidad expresiva y cuidándose de no emborronar las texturas –cosa bien difícil–, la página puede resultar indigesta. Klemperer lo reinterpretó, literalmente, pero por ello mismo su grabación, tan extraordinaria como personal, no puede recomendarse a quienes se están iniciando en la obra.
En fin, vayan aquí algunas notas sobre algunas recreaciones discográficas que me gustaría que sirvieran no tanto para dejarse guiar –en una obra como esta es decisivo el gusto personal del melómano– como para ponerse a reflexionar un rato. A las puntuaciones del 1 al 10 no le hagan mucho caso: es un juego, nada más.
1. Scherchen/Sinfónica de Viena (Orfeo, 1950). Conviene reparar en esta visión expresionista y aristada, cuya ácida tímbrica se ve acentuada por la mediocre toma sonora. Cierto es que la orquesta no está a la altura de las circunstancias; que a veces resulta de una agresividad algo gratuita; que hay diversas excentricidades de la batuta, sobre todo en el primer movimiento; que el tercero podría ser más siniestro aún; y también que algunos pasajes podrían ser más claros y estar mejor elaborados, toda vez que la batuta incurre de vez en cuando en el atropellamiento. Con todo, el resultado engancha por lo atractivo del planteamiento. (7)
2. Scherchen/Sinfónica de Toronto (1965). Es esta lectura rápida, extrovertida y fogosa, menos expresionista y más romántica que su versión en Viena, que se ve empañada no sólo por la mediocridad de la orquesta, sino también por numerosas excentricidades de la batuta –de nuevo se acumulan en el primer movimiento– y una evidente precipitación y emborronamiento de numerosos pasajes. Tercero y cuarto son los más sólidos del conjunto, pero faltan unidad, limpieza y una idea clara detrás. (4)
3. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (CBS, 1965). Mucho más centrado aquí que en sus grabaciones posteriores, ajeno a narcicismos y amaneramientos, Lenny construye una interpretación de una pieza, fresca y vehemente pero admirablemente controlada, bien construida y sincera. El primer movimiento es sólido, si bien el enfoque resulta antes épico que opresivo y puede no convencer. La primera música nocturna resulta de lo más atractivo por su enfoque expresionista –maderas incisivas, virulentas–, lo que no le impide paladear bien la música. El expresionismo continúa en un Scherzo antes virulento que atmosférico. La segunda música nocturna está dicha con amplitud y delectación, ya tendiendo a la dulzura pero sin las blanduras de las que hará gala años más tarde. Y el Finale, épico sin necesidad de resultar hinchado, sería irreprochable de no ser porque esta música necesita una vuelta de tuerca adicional. (8)
4. Klemperer/New Philharmonia (EMI, 1968). El experimento más radical del de Breslau, una versión “deconstructiva” que consigue el milagro de estar dicha con una lentitud extrema pero con una asombrosa tensión interna, lo que unido al perfecto equilibrio polifónico con que trata las texturas le permite conseguir, sin dejar de ofrecer esa sonoridad granítica propia del anciano maestro, una claridad pasmosa que descubre mil y un detalles de la genial orquestación mahleriana. Pero es que además de levantar tan enorme edificio sonoro con tan reveladora perfección técnica, Klemperer se lanza a subrayar todo el trasfondo dramático, siniestro y opresivo de la página –descomunal el primer movimiento–, sintiéndose además como pez en el agua en su humor negro –muy corrosivo el tercero, antes que turbulento–, mientras que cuando tiene que resultar amable, delicado y sensual opta por distanciarse y hacer uso de su habitual socarronería –el segundo, de una lentitud que puede irritar– o por un lirismo sobrio que sin llegar al empalago no renuncia a la dulzura –mágico el final del cuarto-. Lo más discutible y lo más genial, sin embargo, es el Finale, en el que el maestro parece querer enfrentarse a esa concepción dionisíaca y fogosa que parece pedir la escritura para, por el contrario, ofrecer una visión amplia, contenida, paladeando las melodías con una hondura humanística impensable en esta página y haciendo que el triunfalismo un tanto explosivo y no del todo creíble sea sustituido por una grandeza épica de fuerza arrolladora. En conjunto, la versión de un genio al que no le gustan el lenguaje mahleriano ni sus presuntos mensajes y prefiere optar por una interpretación analítica, intelectual y llena de sarcástico distanciamiento. Especialmente impresionante la toma sonora tras el reprocesado de 2023. (10)
5. Horenstein/New Philharmonia (BBC Legends, 1969). Nos encontramos ante una versión sobria y expresionista, ajena a la retórica y al amaneramiento, magníficamente trazada, que se lanza a explorar los aspectos más musicales y menos psicológicos de la partitura. El problema es que globalmente resulta un poco fría y distante, necesitando calor humano y quizá algo más de imaginación. Por otra parte, hay disculpables pifias en la orquesta. Los graves parecen sobredimensionados por una mala ecualización. (6)
6. Solti/Sinfónica de Chicago (Decca, 1971). No ofrece Sir Georg una interpretación opresiva y atmosférica. Tampoco se recrea en los aspectos más retorcidos de la música, ni apuesta por ambigüedades expresivas. La suya es una aproximación vitalista y extrovertida, rebosante de entusiasmo, pero dicha siempre bajo una rigurosísima planificación y desde el más absoluto control de los medios, sin que la rapidez de los tempi signifique precipitación ni merma de una claridad que resulta pasmosa. ¡Y qué increíble exhibición de la orquesta! Desde el punto de vista conceptual, eso sí, cabe reprochar que en el primer movimiento, bajo su batuta mucho antes épico que dramático, haya algún pasaje equivocadamente lúdico, mientras que en el quinto se hubiera preferido menos jolgorio y más grandeza. En contrapartida, Solti acierta por completo en la segunda música nocturna, dicha con una apreciable dosis de sensualidad, concentración y poesía. (8)
7. Bernstein/Filarmónica de Viena (DVD DG, 1974). Un comienzo algo indiferente y sin dramatismo da paso a una versión dionisíaca y hedonística, suntuosa de colorido y de sentido de los contrastes, plena de idioma y de emoción, pero con una clara tendencia al rebuscamiento y a lo amanerado que alcanza su clímax en un cuarto movimiento a ratos insoportable. En el Finale hay de todo, incluyendo algunos pasajes electrizantes. Lo más extraño: la Wiener Philharmoniker no está en plena forma. (7)
8. Kubelik/Sinfónica de la Radio Bávara (Audite, 1976). Esta es la versión más opuesta a la de Klemperer que uno se pueda imaginar: radiante, lírica y luminosa, por completo ajena al expresionismo, a la ironía y a lo tenebroso. El primer movimiento resulta así épico y afirmativo, las músicas nocturnas son alegres y efusivas, y Finale sabe ser triunfal sin retórica, aunque haya un poco de precipitación. El tercero resulta lo suficientemente fantasmagórico, pero sin cargar las tintas. Un enfoque muy discutible, pues, lastrado además por diversas pifias de una orquesta que no está en buena forma. En cualquier caso, la recreación está realizada con tan contagiosa sinceridad que termina interesando. (7)
9. Kondrashin/Orquesta del Concertgebouw (Thara, 1979). La arquitectura es irreprochable, el idioma el adecuado y el enfoque correcto, sin concesiones a la blandura, al narcisismo ni a lo decadente, pero el maestro no parece inspirado y dice la obra un tanto de pasada. Por suerte el cuatro movimiento está bien llevado y evita la dulzonería, pero en contrapartida el Finale, muy jubiloso, resulta precipitado y tendente al escándalo gratuito; por momentos cae en lo pimpante. La orquesta rinde a buen nivel, pero los metales rajan con frecuencia. (6)
10. Levine/Sinfónica de Chicago (RCA, 1980). Primer movimiento dicho con muchas ganas, pero poco inspirado, con algún pasaje dulzón y una clara tendencia al decibelio. Segundo bien a secas. Tercero muy soso y sin electricidad, sin fuerza, aunque muy bien desmenuzado. Cuarto demasiado amable, flácido y aburrido. Quinto de nuevo dicho con ganas pero muy ruidoso, vulgar y de mal gusto. ¿Quién dijo que el mejor Levine era el de aquellos años? Toma sonora confusa y con saturaciones. (5)
11. Abbado/Sinfónica de Chicago (DG, 1984). Otro más en Chicago que no convence. El italiano ofrece una lectura muy vistosa, pero más epatante que convincente y muy irregular. Brillantes y llenos de fuerza, aunque con algo de barullo, los dos movimientos extremos. Bien a secas el segundo, bastante soso y desganado el tercero y blando y decadente la segunda música nocturna, con diferencia el peor. A olvidar. (6)
12. Maazel/Filarmónica de Viena (CBS, 1984). El irregular maestro ofrece aquí la de cal llegando a un singular encuentro entre la personalidad de la formación austríaca y su no menos contrastada capacidad creativa a la batuta. Esta se hace en esta Séptima presente para lo bueno y para lo no tan bueno, pero a la postre ofreciendo una recreación de muchísima altura dentro de una visión que no es expresionista, alucinada ni sarcástica, pero que tampoco opta por lo épico y lo afirmativo. Así las cosas, el franco-americano presenta un primer movimiento desgranado con gran lentitud, a veces con excesiva parsimonia, pero fascinante por su cargadísima atmósfera ominosa y la perfección con que está desmenuzado en tejido orquestal. El segundo es el único de la obra que no está llevado con especial lentitud; por el contrario, rebosa naturalidad y elegancia bien entendida, al tiempo que alberga la suficiente ambigüedad expresiva. El Scherzo no quiere ser demoníaco, pero sabe ser siniestro al tiempo que despliega esa misma fascinación sonora que Maazel sabía obtener por entonces cada primero de enero. La segunda música nocturna es un prodigio de sensualidad, de delicadez y de ternura: jamás lo he escuchado de manera tan convincente, tan grande es el milagro de alcanzar el mayor preciosismo sin caer en lo narcisista. En el Finale, pese al tempo adoptado, no hay rastro de pesadez, como tampoco escándalo gratuito: solo una majestuosa grandeza teñida de la plata de la Filarmónica vienesa. (9)
13. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (DG, 1985). Como en su filmación vienesa, en el primer movimiento Lenny parece comenzar algo distanciado, pero pronto va construyendo un edificio de una fuerza irresistible. Las músicas nocturnas son muy líricas y efusivas, pero tienden un tanto al amaneramiento y a resultar “bonitas”. El Scherzo es muy caprichoso y no termina de funcionar. El Finale es vistosísimo, pero en exceso fragmentario y tendente al escándalo gratuito. (6)
14. Haitink/Orquesta del Concertgebouw (Philips, 25 de diciembre de 1985). Solo dos palabras sobre este registro de circulación limitada. Como siempre en Haitink, predominan la sobriedad, la claridad y el idioma, pero el resultado es un punto neutro y, por tanto, aburrido. Las dinámicas se encuentran algo comprimidas. (7)
15. Inbal/Sinfónica de la Radio de Frankfurt (Denon, 1986). He aquí una versión muy interesante por su claridad, su tímbrica descarnada y su logrado equilibrio entre los aspectos dramáticos, los líricos y los lúdicos. Al primer movimiento le falta un poco de carácter visionario, y a los pares les sobra algo de frivolidad: resultan algo pimpantes. El Finale es festivo a tope, pero no cae en el desmadre. Eso sí, la orquesta se queda corta. Toma es algo metálica, pero muy clara y de admirable espacialidad. (7)
16. Ozawa/Sinfónica de Boston (Philips, 1989). Una sensacional toma sonora nos sirve en bandeja de plata el maravilloso trabajo de colores y texturas que el maestro oriental realiza al frente de su soberbia formación norteamericana. Difícil, en este sentido, encontrar una recreación tan depurada, cuidadosa y detallista como la presente. Ahora bien, la elegancia, el refinamiento y el sentido de lo preciosista, de lo frágil y de lo tierno de Ozawa sintonizan muchísimo mejor con las dos músicas nocturnas que con el dramatismo, el carácter opresivo, la virulencia y la mala leche de los movimientos primero y tercero, aquí considerablemente descafeinados. ¿Y el Finale? La batuta se olvida de reinterpretaciones y se limita a ofrecer la fiesta que pide Mahler, haciéndolo con buen gusto y sin precipitarse, clarificando el entramado orquestal y sin montar el numerito. (8)
17. Haitink/Filarmónica de Berlín (Philips, 1992). No deja de ser sorprendente que esta interpretación del objetivo Haitink recuerde un tanto a la personalísima e inimitable de Klemperer. Pero lo cierto es que, salvando las distancias de la extrema lentitud del de Breslau y de su inconfundible mala leche, lo cierto es que acierta de la misma forma al realizar una aproximación que borra de un plumazo cuanto de impostado, trivial, cursi o verbenero puede tener esta obra para poner de relieve sus inmensos valores tímbricos, armónicos y arquitectónicos mediando una planificación mucho antes analítica que espontánea, sin confundir todo ello, como sí le ocurrirá a Pierre Boulez, con la falta de compromiso expresivo. Dicho de otra forma, el holandés, ayudado de manera inmejorable por una orquesta en estado de gracia, explica como pocos lo han hecho cómo están diseñados cada uno de los movimientos -incluso de las frases- de esta partitura. Lo hace coloreando timbres, poniendo acentos y aportando matices expresivos que acentúan los aspectos más poderosos y dramáticos del primer movimiento, cargando la atmósfera del Scherzo –que podría ser más alucinado–, desplegando una sensualidad equilibrada, contemplativa y de profundo humanismo en las dos músicas nocturnas y sabiendo construir, finalmente, el último movimiento para que suene dramático a más no poder con una sinceridad asombrosa y sin soltar las riendas que controlan con minuciosidad su arquitectura. La toma sonora es excelente. (9)
18. Haitink/Filarmónica de Berlín (Philips DVD, 1992). Esta filmación es tan solo unos días posterior a la toma de audio. En DTS suena impresionante, quizá con un punto menor de definición tímbrica. (9)
19. Boulez/Orquesta de Cleveland (DG, 1994). Arquitectura irreprochable y claridad absoluta son marca de la casa, pero el enfoque de Boulez no convence. Los movimientos pares resultan en exceso rápidos, alegres y hasta frívolos. Primero y tercero resultan muy fríos y asépticos. El Finale está dicho con más ganas, pero resulta demasiado “alegre”, necesita un poco de más “trasfondo”. Aburre. (5)
20. Chailly/Orquesta del Concertgebouw (Decca, 1994): Apoyado por una soberbia toma de sonido y una orquesta formidable, Chailly construye una versión de tempi tendentes a la lentitud y una gran claridad en la que potencia los aspectos líricos sin caer en la frivolidad ni en la cursilería. Como tampoco descuida los épicos ni los siniestros, a la postre alcanza un encomiable equilibro entre los múltiples aspectos de la partitura. Sólo le falta un poquito más de frenesí y carácter visionario para alcanzar la excepcionalidad. (9)
21. Abbado/Filarmónica de Berlín (DG, 2001). Era de prever: un impresionante espectáculo sonoro al que le sobran un segundo movimiento blando e ingrávido y detalles de dudoso gusto, al tiempo que le falta una idea expresiva detrás. En todo caso la brillantez sonora, el desarrolladísimo sentido del color y la claridad orquestal ganan la partida. El cuarto es bastante más convincente que en su versión con Chicago, aunque siga siendo de un lirismo algo insincero; en los movimientos extremos no hay tanto barullo. Fabulosa la toma. (7)
22. Abbado/Orquesta del Festival de Lucerna (Blu-ray Euroarts). El milanés vuelve a entregarnos una interpretación atractiva por su frescura, extroversión, sentido del color y comunicatividad, pero que permanece bastante ajena al drama y prefiere ofrecer una imagen bastante naif de la obra. El primer movimiento arranca sin sentido opresivo, para seguir una vía mucho antes épica que dramática y culminar sin mucha garra. Amable, luminoso y distendido el segundo, con algún pasaje preciosista que llega a molestar. El Scherzo es un portentoso ejercicio de virtuosismo, pero se encuentra tratado de manera más burlona que macabra y se ve lastrado por glissandi de muy dudoso gusto. La segunda música nocturna está dicha con sensualidad, coquetería y carácter excesivamente bucólico, pastoril en el peor sentido. En el último se opta claramente por lo jubiloso y hasta lo verbenero, aunque sazonándolo con numerosos detalles gráciles y amanerados “made in Abbado”. Eso sí, la orquesta toca con un visible entusiasmo –los metales no están siempre bien– y el público responde con calor a semejante espectáculo sonoro. Impresionante el sonido en BR. (6)
23. Barenboim/Staatskapelle Berlin (Teldec, 2005). Poco experimentado en el universo mahleriano y escasamente afín a su lenguaje, el de Buenos Aires pone toda la carne en el asador para recrear una obra que, en el momento de realizar esta grabación, no termina de comprender. Una introducción subyugante da paso a un primer movimiento sobrio, sombrío y fatalista, que globalmente resulta muy convincente a pesar de que al final le falta un poco más de desgarro. El segundo es muy hermoso y ajeno a cualquier amaneramiento, e incluso aporta algunos descubrimientos. El Scherzo sorprende por su muy original enfoque seco y sin sensualidad, pero resulta demasiado rígido. Cuarto y quinto están bien, a secas: se muestran ajenos a cualquier decadentismo o retórica, pero les falta la creatividad de los dos primeros movimientos y no terminan de encajar con el resto. La orquesta, notabilísima, carece de la seguridad y redondez de la Filarmónica de la misma ciudad. En conjunto, una versión muy personal y que aporta cosas muy interesantes, pero que no está trabajada por igual en todos sus movimientos y necesita una idea global más clara. (8)
24. Tilson Thomas/Sinfónica de San Francisco (YouTube, Proms 2007). Salvando apreciables aportaciones humorísticas en el tercer movimiento, casi nada interesa en esta rutinaria y aburrida interpretación, discretamente diseccionada en su entramado orquestal y en exceso preocupada por acumular decibelios. Al menos no cae en lo dulzón ni en lo cursi. (6)
25. Haitink/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2009). Diecisiete años después de su doble registro para Philips, el maestro holandés y la orquesta alemana repiten su magnífica realización anterior siguiendo parecidos parámetros expresivos, quizá ahora con algo menos de adustez y tensión implacable que entonces, y quizá también con algún deslizamiento hacia la dulzura. En cualquier caso, una realización de mucha altura que, eso sí, a pesar de sonar francamente bien no pose la nitidez ni la gama dinámica de la fabulosa toma sonora del CD. (8)
26. Rattle/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2011). Resulta interesante comparar esta recreación con la de Haitink con la misma orquesta solo dos años anterior. Frente a la sobriedad, la atmósfera ominosa, la tensión dramática y el interés mucho antes por la solidez arquitectónica que por el preciosismo de su colega, Rattle ofrece un acercamiento mucho más luminoso, juvenil y distendido, más inmediato y comunicativo, en el que sí hay espacio para la delectación contemplativa, para los detalles creativos más o menos imaginativos, más o menos rebuscados, y desde luego –en el Finale– para el triunfalismo de cara a la galería. Habrá quien lo prefiera así, pero con Rattle los aspectos más débiles de esta música se ponen en evidencia mientras que los más visionarios quedan un tanto desdibujados, resultando a la postre una versión un tanto tópica, superficial e incluso descafeinada. La orquesta, eso sí, es la ideal para esta música, particularmente por sus tremendos sonidos graves, por otra parte mucho más aprovechados por el holandés. (7)
27. Chailly/Gewandhaus Leipzig (Blu-ray CMajor, 2014). Como puesta en sonidos esta Séptima es un verdadero prodigio: no solo la orquesta toca asombrosamente bien, sino que Chailly obtiene de ellas un colorido tan rico como antes (¡o más aún!), unas texturas con la incisividad en el punto justo que demanda Mahler y una claridad absoluta a pesar de que los tempi son ahora más premiosos. Todo ello, además, inyectando energía, convicción y sentido teatral, captando la atención del oyente desde la primera nota hasta la última y haciendo gala de una fabulosa inmediatez expresiva. Lo que ocurre es que a mí el concepto que ahora Chailly tiene de la obra me convence mucho menos que el de antes. El maestro ha evolucionado de manera considerable en busca de la ligereza, no solo en tempi sino también en densidad sonora y, lo más importante, densidad expresiva. Esto, traducido a la Séptima de Mahler, significa más luz y menos tinieblas; más sentido lúdico y menos atmósfera opresiva; mayor jovialidad y un menos desarrollado sentido de lo macabro. El admirable equilibrio conseguido por el maestro en su registro para Decca se ve así sustituido por un enfoque en buena medida festivo que no me parece el más adecuado para la obra, porque resta fuerza a sus pasajes más inspirados –el tercer movimiento debería resultar mucho más siniestro– e incluso abre la puerta a los excesos: en el final, el jolgorio roza el desmadre efectista en busca del aplauso. (7)
28. Dudamel/Sinfónica Simón Bolívar (DG, 2012). El venezolano recuerda a Kubelik por su enfoque épico, luminoso y afirmativo, decididamente ajeno a ligerezas mal entendidas, blanduras y amaneramientos, pero también muy alejado de la densidad atmosférica, la carga dramática y el sarcasmo expresionista de otros recreadores de la página. Puede no gustar a quienes no comulguen con esta idea de la partitura, e incluso disgustar por el marcado triunfalismo festivo del Finale, pero tampoco le podemos regatear a un Dudamel aquí decididamente dionisíaco firmeza en el trazo, vehemencia bien controlada y sinceridad en la expresión. El análisis polifónico, la atención a las texturas y la fantasía en el matiz, eso sí, se quedaron un tanto a medio camino. La orquesta se comporta de manera admirable, aunque la toma sonora, de amplia dinámica pero escaso relieve y sentido espacial, no la ayuda. (7)
29. Rattle/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2016). Sir Simon vuelve a optar por una interpretación épica, luminosa y afirmativa, en la que se recrea indisimuladamente en la sonoridad de una orquesta en estado de gracia a la que trata con una claridad asombrosa y de la que sabe extraer los más ricos colores imaginables, amén de infinidad de detalles en el fraseo y una brillantez fuera de serie. Otra cosa es que se comparta el concepto. En este sentido, en el primer movimiento no hay rastro de la atmósfera malsana y opresiva que necesita, ni tampoco de la necesaria acumulación de tensiones hasta llegar a un final cataclísmico; sobra incluso algún pasaje en exceso suave y ensoñado. En el segundo podrá deslumbrar el dominio de las texturas de que hace gala la batuta, pero la levedad de algunas frases recuerda al peor Abbado. Levedad que termina haciendo estragos en el Scherzo, poco o nada demoníaco pese a los numerosos guiños con que Rattle trufa el fraseo. Se podía pensar que en el cuarto las cosas podían ir a peor, pero no es así: aunque de nuevo hay más terciopelo de la cuenta, el maestro intenta mostrarse comunicativo y se agradecen los numerosos detalles que desvela en la riquísima orquestación mahleriana. El quinto, finalmente, es un espectáculo en todos los sentidos, para lo bueno y para lo malo, por lo demás muy en consonancia con el resto de la interpretación. (7)
30. Barenboim/Filarmónica de Viena (Apple Music, 2017). Doce años después de su desequilibrado registro en Berlín, Barenboim ofrece al fin una gran interpretación a la altura de su talento. Para empezar, hay que reparar en las duraciones. En sus primeros cuatro movimientos es muy parecida a las que ya le conocíamos, pero hay gran diferencia en el Finale: 18’51 frente a los 17'19'' del disco. Ciertamente el concepto sigue siendo parecido al de antes, pero tomarse las cosas con más calma beneficia los resultados: ahora el arranque es –afortunadamente– menos triunfalista, hay más espacio para la delectación, el ímpetu cede paso a la reflexión... Espléndida recreación, a la postre. Si bien la Filarmónica de Viena es menos adecuada que la Staatskapelle para el concepto de Barenboim, a mí me gusta bastante más en esta obra: añade una belleza sonora y una elegancia muy especiales. Eso sí, el patinazo del primer violín al arrancar el cuarto movimiento es histórico. (9)
4 comentarios:
Muchísimas gracias, Fernando.
Una de mis mayores experiencia melómanas fue la interpretación de esta sinfonía por Lorin Maazel y la orquesta de la Radio Bávara en su visita a Málaga allá unos 20 años. El Rondó Finale fue interpretado con una convicción y virtuosismo que ninguna versión de las que tengo en disco me parece que le hace justicia a la partitura. Fue una noche mágica.
¡Lo imagino! Lo escuché Mahler por Maazel dos veces en directo, ambas en el Maestranza: Segunda con Pittsburg y Novena con Radio Bávara.
Pues estoy interesado en adquirir la version de Barenboim con la filarmónica de Vienna pero no veo como, no está en Amazon. Solo he podido escuchar un fragmento en apple music..
Ricardo de los Rios.-
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