lunes, 8 de mayo de 2023

Sobre Mahler y Barenboim

Este texto se me ha ocurrido hoy en la playa mientras me bañaba –es festivo aquí en Jerez–, pensando en ver qué escribía sobre el Mahler de Barenboim en el libro ese que ya me trae loco. Pero no lo he pensado para él, sino para el blog. En cualquier caso, lo incluiré sí a ustedes les parece bien.

PS. He realizado unos cambios una vez ya publicado, por consejo de unos amigos.

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Barenboim ha dicho en varias ocasiones que lo que no le gusta de Mahler no es su música, sino lo que algunos quieren ver detrás de ella: la cuestión psicoanalítica y todo eso. Que lo interesante es cómo escribe música el compositor. Lo maravillosamente bien que la escribe. Las muchísimas cosas que aporta en su sabiduría orquestal. Y yo creo que ahí el de Buenos Aires tiene un problema porque, efectivamente, lo que no le gusta es Mahler.

A mí me parece que Mahler es lo que es, con todos sus aditivos. El compositor bohemio se montó un universo propio bastante teatral basado en unos cuantos códigos que aparentaban enorme profundidad –sin tenerla–, pero que poseían la capacidad de enganchar al público desde la primera a la última nota. Bueno, de acuerdo: no a aquél público, sino al que ha venido después. Al que desde los años sesenta a esta parte le ha convertido en un verdadero mito.

Sea como fuere,  lo cierto es que que los guiños que aquí y allá va ofreciendo –que si las melodías de la infancia, que si las obsesiones, que si la tragedia existencialista, que si las contradicciones entre lo sublime y lo grotesco– son rápidamente identificados por el oyente, este se siente especial por haberlos reconocido y sale de la sala de conciertos con la sensación de haber participado de una experiencia de altísimo calado intelectual en la que su sensibilidad y cultura musical le han permitido establecer conexión con las presuntamente escondidas experiencias del artista. Vamos, onanismo puro y duro basado en la autoconmiseración del “¡oh, cuánto sufro!”. El asunto sigue funcionando la mar de bien, y lo hace así precisamente gracias a lo que arriba se apuntaba: a la prodigiosa inventiva de un artista que podía escribir partituras tan extremadamente geniales como La canción de la Tierra, pero también más de un bodrio sinfónico.

Así las cosas, hay varias vías para un director de orquesta a la hora de enfrentarse a este universo que, le pese lo que le pese a Barenboim, no es solo sonoro, sino también ideológico.


UNO. Te crees el contenido de esta música de la primera a la última nota –no valen medias tintas– y te lanzas en plancha a extremar contrastes, a poner en primera línea la vulgaridad e incluso lo hortera, intentando acercarte todo lo que puedas a esa frontera que separa lo sublime de lo ridículo. Es un poco como jugar a las siete y media: cuanto más te aproximes mejor, pero como te pases quedas con el culo al aire. Esta es la línea que arranca de un Mengelberg –quizá del propio Mahler–, pasa por Bruno Walter, alcanza su cima con Bernstein y cuenta con Riccardo Chailly como admirable epígono. Por supuesto, como no poseas una técnica de batuta de primera y un enorme sentido del espectáculo, nada tienes que hacer.


DOS. Decides luchar contra la propia música para sacar de ella lo más interesante y convertir el resto en otra cosa. Si lo haces habiendo conocido en persona al propio Mahler, trabajado con él y discutido con él, muchísimo mejor: solo se puede subvertir lo que se conoce a fondo. Esta vía tiene un único nombre y un único apellido: Otto Klemperer. Me imagino lo que pensaría este señor en el podio. “Así que estos ridículos burgueses quieren salir levitando con el numerito lacrimógeno de Gustavo, ¿eh? Muy sensibles se creen ellos. ¡Pues les voy a dar caña a los hijos de puta!”.

TRES. Ves notas y solo notas. Cero contenido. Cero azúcar. O sea, Bernard Haitink y Pierre Boulez. Puedes triunfar. Puedes quedarte a medio camino. Y puedes pegarte el tortazo monumental.


¿Y Barenboim? He ahí la cuestión. El de Buenos Aires parece querer tantear las tres posibilidades. También una cuarta: ver aquí música “expresiva”, léase música en la línea que va desde el mundo romántico hasta el expresionismo, poniendo la mirada muy especialmente en Alban Berg y renunciando todo lo posible a ese componente de hedonismo, de incluso de narcisismo, que allí está por mucho que no queramos mirarlo. Y renunciando también al decadentismo más o menos fin de siglo, a la vulgaridad –imprescindible para que Mahler sea Mahler– y al espectáculo.


Creo que es por todo esto por lo que el Mahler de Barenboim, que no es mucho discográficamente hablando, causa semejantes controversias. A mí personalmente me gusta bastante cómo hace la Quinta y La canción de la Tierra. En la Séptima me fascinan los movimientos primero y tercero, no tanto el segundo y poco los otros dos. La Primera se la he disfrutado en vivo: muy bien, pero solo eso. Me hizo poca gracia el Adagio de la Décima que le escuché en Granada. ¿Y qué pasa con la Novena? Otro día intentaré explicarlo.

4 comentarios:

bruckner13 dijo...

La verdad que no tenía conciencia de estas 3 diferentes vertientes para interpretar la música del austriaco. Muy interesante esta entrada del blog Fernando.

Fouquier de Tinville dijo...

Estoy de acuerdo, pero no creo que Barenboim represente nada especial en este repertorio. No aporta nada personal, en suma. Es un Mahler objetivo, un tanto frío, que puede recordar a Klemperer o a Boulez, Haitink, Solti... a veces. En ese estilo, es cierto, sólo Klemperer, extremando las cosas con osadía, lleva las cosas a un punto realmente interesante.

El otro estilo, porque yo veo sólo dos, es el psicoanalítico, emocional, histérico, colorístico, a tumba abierta, cuyo máximo representante es Bernstein. No se puede ir más allá de él ni se puede hacer mejor. Hay alguna cosa a su altura, como la Sexta de Barbirolli y cosas así (el inglés tiene otras interpretaciones más objetivistas de Mahler, y para mí menos interesantes).

A mí personalmente el Mahler objetivo, puramente musical, racionalizado, me aburre muchísimo. Es difícil sacar suficientes cosas puramente musicales interesantes como para aguantar obras de hora y media o más. Klemperer sí, claro, el colorido de Sinopoli y su búsqueda de detalles, la electricidad y espectacularidad de Solti... pero no funciona con todas las obras ni durante todo el tiempo en una misma obra.

Así veo yo el tema. Con Bernstein me trago todo Mahler y me lo creo, disfrutando si no casi todo, mucho, que ya es decir. Con los demás, sólo aguanto cosas. Por eso Klemperer no grabó ni interpretó más que parte de la obra de su maestro, y lo mismo Barenboim, y Celibidache nada. Porque sabían perfectamente cómo era el paño y nos ahorraron el sufrimiento...

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Fouquier, quizá no me he explicado bien. Yo también creo, como usted, que Barenboim no ha aportado nada especial en Mahler. Y pienso que es así, sencillamente, porque en el fondo no le interesa buena parte de lo que hay en su música, y también porque no tiene claro qué vía tomar para interpretarla.

Dicho esto, el otro día repasé buena parte de su Quinta de Teldec y volvió a gustarme mucho. Lejos de mis referencias (Barbirolli, Bernstein digital), pero con gran nivel. En Solti y Sinopoli encuentro muchas desigualdades, también como usted, pero unos cuantos discos suyos me parecen memorables.

Bernstein sí, desde luego, pero en en los años sesenta le faltó madurez y en los ochenta a veces se le iba la mano en el azúcar. Hay que discriminar entre lo sensacionan y entre lo que no lo es tanto.

A mí lo de la "música pura"a veces me encanta: Haitink y Boulez me parecen sensacionales con la Sexta. Pero la Séptima de un Boulez, sin ir más lejos, es un horror.

Bruckner13, es posible que haya más vías, pero la idea de esas tres me parecía interesante desarrollarla. ¡Gracias!

Fouquier de Tinville dijo...

Totalmente de acuerdo con esos matices.

En suma el problema es que Mahler es muy irregular.

¡Gracias a los valencianos!

Me dicen mis editores que en la Feria del libro de Valencia el volumen de Barenboim se está vendiendo bastante bien. No sé cuánto es "b...