viernes, 30 de diciembre de 2022

Fundación Barenboim-Said con Denis Kozhukhin y Nuno Coelho

He expresado muchas veces mi opinión sobre la existencia de la Fundación Barenboim-Said y, en particular, de estos talleres para jóvenes músicos que culminan en concierto sinfónico que sirve como experiencia real y como muestra ante la opinión pública del nivel alcanzado. La resumo, por si las moscas: opinión absolutamente contraria a la de aquellos que afirman que este dinero se debería destinar a nuestros conservatorios, lo que no me impide revindicar que estos últimos deban ser atendidos por la administración pública como realmente se merecen. No, no hay contradicción alguna por mi parte, ni me cuento entre los que piensan que la OJA es nuestra orquesta joven “de verdad” y esta otra una creación que debería desaparecer cuanto antes. Y parece que tampoco se cuenta entre ellos el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, que ha dado un palo a los “liberales” que deseaban que en cuanto llegara al poder hiciera desaparecer al sur de Sierra Morena todo cuanto tuviera que ver con el apellido Barenboim.

El concierto de esta temporada se dio ayer jueves 29 en Sevilla y se ha ofrecido hoy viernes en Granada. Estuve en el Maestranza, y sobre esa velada escribo. Y lo hago pidiendo al lector que repare en la diferencia enorme entre ejecución e interpretación, es decir, entre la destreza técnica a la hora de convertir los pentagramas en sonido y las cuestiones expresivas.

En el primer aspecto, el concierto me convención por completo. La orquesta sonó francamente bien en todas sus secciones, y lo hizo no solo en el preludio de Tristán e Isolda y en el Concierto para piano n.º 2 de Rachmaninov, sino también en una obra tan terrible en sus exigencias como los Cuadros de una exposición de Mussorgsky orquestados por Ravel. El mérito hay que repartirlo en cuatro partes. Primero, unos jóvenes llenos de talento que a todas luces ha trabajado duro en estas fechas navideñas renunciando a muchas cosas. Segundo, una buena formación previa en nuestros conservatorios, en los que parece que se está haciendo una buena labor. Tercero, unas clases muy fructíferas de los profesores que ha reunido la Fundación Barenboim-Said, procedentes algunos de ellos de orquestas como la Staatskapelle de Berlín, la Radio de Berlín, la Sinfónica de Londres o la del Gewandhaus de Leipzig. Cuarto, no cabe la más mínima duda, la batuta de Nuno Coelho, maestro portugués que ha sabido hacer que unos jóvenes que jamás han tocado juntos suenen con el nivel medio con que lo suelen hacer nuestras orquestas andaluzas estables. Bravísimo por todos ellos.

En el segundo aspecto, el interpretativo, la velada me convenció poco. Dicho de otra manera, no me gustó la manera en que Coelho recreó las partituras. Sí, ya sé que en una ocasión como esta ya bastante tienen los directores con trabajar a fondo con los chavales para que estos suenen como tienen que sonar, pero había ahí cuestiones de fondo con la que no conseguí estar de acuerdo. Porque a mí Tristán me sonó excesivamente aéreo, escaso de densidad tanto sonora como conceptual y muy escorado hacia la dulzonería, por no decir blandura. No, creo que eso no es Richard Wagner. Demasiado bonito, sobre todo en la sección conclusiva “de concierto” por la que se decidió optar.

Rachmaninov sí que me pareció planteado y resuelto con acierto: todo en su sitio, sin prisas ni exhibicionismos baratos, pero en los Cuadros perdí el interés ya desde el principio, cuando la célebre introducción sonó frivolona, pimpante y hasta cursi. A parir de ahí, muchísima prisa, desinterés por la atmósfera, escasa poesía, poco encanto. Y tosquedad, no poca tosquedad en el trazo horizontal –en La gran puerta de Kiev hubo algún regulador modelado de manera primaria–, por mucho que la orquesta sonara empastada, con belleza y precisa, y que los solistas fueran luciendo un nivel estupendo para la edad de los músicos (solo un ejemplo: ¡vaya tuba!).

Bueno, ¿y el pianista? Pues tuvimos la suerte de contar con un señor llamado Denis Kozhukhin, un protegido de Barenboim al que yo ya había escuchado en Londres sustituyendo a Lang Lang para hacer con Rattle el tremendo Segundo de Bartók –si se es capaz de tocar eso, es que se tienen dedos para tocar cualquier cosa– (leer reseña) y luego en Barcelona en el Tercero de Rachmaninov con Ashkenazy (leer). En Sevilla ha vuelto a estar formidable. Las cosas se pueden hacer de otra forma –por ejemplo, tan increíblemente bien como las hace Javier Perianes, que por allí andaba encantadísimo con Kozhukhin–, pero es un verdadero disfrute encontrarse con este tipo de pianismo tan de "gran escuela rusa", con ese sonido densísimo y musculado que recuerda a los grandes genios del Este –a Gilels sobre todo, en parte a Richter, por supuesto que a Ashkenazy–, con ese mecanismo de irreprochable limpieza utilizado no para hacer exhibición de dedos sino para servir a la música. Lo hizo dentro de un enfoque de pleno enfrentamiento –en el buen sentido– con la masa orquestal, severo y contenido pero de enorme concentración interior y mucha fuerza dramática, sin rastro de nerviosismo –en el que caía el propio compositor, dicho sea de paso–, y evitando toda tentación de blandura aun corriendo el riesgo de quedarse corto en vuelo poético. Da igual: cosas así no se escuchan todos los días. En cuanto al compromiso político del artista (leer aquí), no cabe sino redoblar los aplausos. 

Ah, comparativa discográfica del Segundo de Rachmaninov en este enlace, y de los Cuadros en este otro.

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