sábado, 27 de agosto de 2022

Los músicos jóvenes no admiten críticas

En los últimos meses he tenido la oportunidad de escuchar, en lo que aquí llamamos "claustros de Santo Domingo", varios recitales de artistas jóvenes en Jerez. Unos buenos o muy buenos, otros no tanto, y algunos fallidos. Pero lo cierto es que he decidido no escribir ni de unos ni de los otros. ¿Saben por qué? Porque tengo comprobado que un artista joven no acepta la más mínima crítica de alguien que no venga del ámbito musical. Ni siquiera cuando tu valoración es globalmente positiva.

El primer caso que tuve que sufrir fue el del pianista sevillano Óscar Martín. Le escuché un recital en Sanlúcar de Barrameda en 2011 y escribí la crítica aquí disponible, en la que terminaba diciendo “Total, un pianista con enorme talento pero aún por madurar según qué autores”. De inmediato recibí réplicas, crecientes en agresividad, de un tal “Miguel de Sevilla”, obviamente un íntimo amigo del artista. Algunas las pueden seguir leyendo en el blog, las peores están borradas. Fue, como expliqué en esta otra entrada, un ciberacoso en toda regla. Lo pasé mal. Puedo ahora contar que un músico amigo de ambos –muy conocido en Sevilla– me llamó en nombre del pianista para ver si le podía dar mi número para que hablásemos y aclarar la situación. Lógicamente, respondí que no: ¿se imaginan que podía hacer el acosador con mi teléfono si este llegaba a sus manos? Todo ello, claro está, si es que el individuo no era el propio Martín, cosa que aún no tengo clara.

Decidí entonces no escribir sobre artistas locales. Hice mal en escribir este artículo sobre una orquesta de jóvenes, porque chavales y padres se me echaron encima de manera desaforada. Por cierto, la formación ha decidido disolverse bajo la excusa de la “animadversión recibida”; en realidad, a su director le ha salido una cosilla en Granada y no puede hacerse cargo de ella. Desde entonces he decidido callar por completo en lo que a este blog se refiere. Si me preguntan verbalmente, contesto. El otro día lo hice y no sentó nada bien lo que repliqué: que una de las artistas congregadas no tenía musicalidad alguna (callé otra circunstancia: que pagar quince euros para escuchar a alguien sin un mínimo de nivel no es de recibo). También es verdad que de otros jerezanos he podido decir cosas muy buenas: sí, en mi tierra hay talento musical. Pero nadie –repito: nadie– está dispuesto a que se valore y se compare. Todos son maravillosos, todos lo hacen estupendamente y ni uno solo se merece el más mínimo reparo.

Esto me lleva a un asunto mucho más global, y mucho más preocupante: la cada día mayor presión que recibimos los que nos dedicamos a la enseñanza para poner altas calificaciones. Presión no solo por parte de los alumnos, sino también de los padres. Diría que de ellos principalmente. Lo he vivido –lo estamos viviendo– en nuestras propias carnes: muchos ya no se conforman con un notable. O les pones el 10, o eres un mal profesional que no ha sabido atender a su niño. El asunto se ha agravado considerablemente en estos tiempos de covid: como los años de encierro nos obligaron a recortar sensiblemente los contenidos –casi anulados los últimos meses del curso del estallido de la pandemia, reducidos a la mitad los del siguiente–, ahora muchos chavales que pasaron un par de años académicos con suma facilidad creen que todo el monte es orégano, por lo que sienten una enorme frustración cuando ven que los dieces se transforman en sietes, los ochos en seis y los cincos en tres. Por lo demás, supongo que ustedes habrán leído las noticias acerca de cómo se han hinchado las notas de la selectividad en los últimos años. Inflación pandémica pura y dura. Al final todos accederán al mercado laboral con expedientes brillantísimos, y solo conseguirá colocarse el niño rico cuyo padre le pueda pagar un máster por ahí lejos.

Creo, en suma, que muchos adultos no están orientando bien a sus hijos. Siendo no ya estúpida, sino moralmente reprobable la actitud de exigencia extrema, la de hacer que los chavales se orienten hacia la consecución del máximo nivel de cualificación posible aun a costa de perder sus años de adolescencia, me parece también muy peligroso el extremo opuesto, el de hiperprotección a unos chicos que se sienten frustrados con extrema facilidad, que no quieren ser conscientes de que no todos tenemos las mismas capacidades, ni nos dedicamos a los estudios y/o aficiones con la misma intensidad, ni obtenemos los mismos resultados. Por eso mismo seguiré cumpliendo con mi deber en la enseñanza secundaria, pero en lo que a los conciertos se refiere prefiero no escribir nada. Ya se encargará la vida de poner a cada uno en su sitio.

PS. Sobre la inflación de notas en Bachillerato, puede leerse este artículo.

6 comentarios:

Bruno dijo...

Ya soy mayor y contemplo espantado todo eso porque creo que están engañando a los jóvenes en lo que mas les va a afectar en la vida.
Nunca me han preguntado por mi nota media. Lo más que presentara copia del título y ello debido a que uno lo había falsificado y decía que era médico sin serlo... en una ciudad en la que se conocían todos y aún mas los del gremio.
A uno le seleccionan, hablo en general*, y se busca la vida para trabajar. Los estudios le han dado conocimiento y capacidad de aprender. Le mejoran el funcionamiento de la inteligencia y cada inteligencia vale distinto.
La demanda de oficios es la que es en cada momento por lo que no estar atento a la misma es despilfarrar talento, tiempo, esperanzas y dinero, del interesado y de los ciudadanos. Llenar la enseñanza del bachiller y la universitaria con mediocres no les va a solucionar la vida. Mediocres que ni saben ni quieren estudiar ya que está olvidado de que estudiar es un trabajo muy serio. Pero tendrán que lidiar en el mundo laboral.
Es tan evidente la tremenda trampa que no puedo evitar pensar que está hecha a propósito. Estabular ganado ovino con forma humana.
*Le hago una observación. Hay enchufes. Siempre los ha habido. Sobre todo en la administración. Pero en el mundo privado es muy difícil mantener inútiles. Si son los amos o sus sucesores irán a la ruina. Si trabajan enchufados directa o indirectamente en otro sitio sentirán la competencia de los mejores como cuchillos toda su vida laboral. Que no será ni plácida ni tan próspera. En el mundo privado no hay muchos lugares para un desempeño insuficiente.

Mireia P.B. dijo...

Conoce a la jerezana Ana Crisman? Aquí una "fan". No es tan joven pero si en el camino musical que hace unos años inició.
La oí en la última edición de el Grec...acompañando a una bailaora y me pareció lo mas flamenco y auténtico de todo el elenco.
Vlaro que mi criterio es de aller pour la maison...

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Desdichadamente, no conozco a Ana Crisman.

Ángel Carrascosa Almazán dijo...

Me he enterado de que los músicos que actuaron en el ciclo de jóvenes jerezanos no cobraron ni un céntimo, que solo percibieron el importe de las entradas. Así que esos 15 euros por asistente -fueron, al menos el día que yo estuve- unos 30, es lo único que esos instrumentistas percibieron. Estoy seguro de que, si lo hubieras sabido, no habrías criticado ese precio.
Angel Carrascosa.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Ángel, creo que está muy claro que no critico el precio de las entradas. Lo que digo es que, desde el momento en que se cobra una entrada, la que sea, los organizadores tienen que ser conscientes de que lo que ofrecen tiene que tener un mínimo de nivel. No vale la excusa de que son niños, porque hay niños (con talento) y niños (sin él).

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

En cualquier caso, Ángel, el que te haya llegado esa información no parece sino indicar que hay algún padre mosqueado por lo que he escrito, lo que no hace sino corroborar mi idea central: imposible poner ninguna pega a estos niños ni a sus progenitores. Así está el patio.

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