lunes, 18 de julio de 2022

La Traviata de McVicar en Sevilla: triunfo de Nino Machaidze

Habrá leído el lector mil veces eso de que hacen falta tres sopranos de diferente pasta vocal, una por acto, para satisfacer plenamente las demandas del extenuante rol de Violetta Valéry. Sin ser yo precisamente un experto en voces, me voy a permitir no estar de acuerdo: a mí me parece que lo que hace falta es una lírica más bien ancha que, además de dominar el fraseo propiamente verdiano, tenga un control suficiente de las habilidades propiamente belcantistas. Porque Giuseppe Verdi inventó algo nuevo, revolucionario y genial en el segundo acto, pero en el primero todavía era heredero de las fórmulas donizettianas. Además, no vale con interpretar a la cortesana dejándose la piel en el intento –lo que ya sería mucho–. Hay que cantarla, y cantarla bien.

Eso es justamente lo que hizo Nino Machaidze ayer domingo 17 en el Teatro de la Maestranza: cantarla maravillosamente. Con un legato hermosísimo, controlando muy bien la respiración, ascendiendo a los agudos sin tener que gritar y bajando al grave sin cambios de color. Proyectando sin problemas su voz carnosa de color crema, desenvolviéndose sin problemas en el italiano, regulando el volumen con tanta naturalidad y lógica como sutileza, ofreciendo pianísimos embriagadores y –si, también eso– mostrando una suficiencia más que apreciable en las agilidades del “Sempre libera”. ¿Me hubiera gustado una expresión más desgarrada o, al menos, más rebelde en determinados momentos? Pues sí, pero todos tenemos en mente ejemplos en los que hacer eso supone perder belleza. Y el de la georgiana fue, ante todo, un canto bello, que no necesariamente belcantista. Bello sin caer, mucho ojo –tampoco es necesario dar nombres–, en la trampa de la languidez o el preciosismo. Salvando las distancias, a mí su realización me recordó –por concepto- a la de Montserrat Caballé en aquella memorable grabación con Georges Prêtre. Su "Addio del passato", de libro. A la hora de los aplausos muchos braveamos con intensidad y la mayoría nos pusimos de pie para ovacionarla. Grande, grandísima Machaidze.

Junto a ella estuvo un Arturo Chacón-Cruz que se disfrutó porque posee la voz de Alfredo y hace gala de un canto cálido, ortodoxo y entregado. Matices, los justitos: en el primer acto resultó monótono y luego fue mejorando. Bastante menos bien Dalibor Jenis, voz gastada y con tendencia al engolamiento, intérprete bastante lineal. Eché de menos, aun arruinado vocalmente y con todos sus problemas de siempre, a Leo Nucci, a quien le pude ver en esta misma producción en Barcelona: allí había canto verdiano y dominio del personaje. Todos los demás papeles en Sevilla estuvieron bien servidos; destacaría al Gastone de Manuel de Diego. Todos se mostraron como excelentes actores bajo la dirección de Leo Castaldi, encargado de la reposición. Bastante bien el Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza en sus decisivas aportaciones.


Volvía Pedro Halftter al foso del Maestranza, cosa que hoy día parece difícil: estas funciones estaban ya apalabradas para hace dos años. Me pareció la suya una dirección extremadamente irregular, con cosas muy flojas y cosas buenísimas. Creo que el idioma verdiano sigue sin dominarlo –necesita más nervio interno y mayor incisividad–, pero realiza un muy sólido trabajo técnico con la orquesta y plantea propuestas personales.

El preludio del acto primero, en el que además hubo un par de roces en la cuerda –muy sedosa en el resto de la función–, no me resultó de interés. Solvencia sin más hasta el segundo acto, en el que creo que el nivel decayó de manera considerable: demasiadas discontinuidades en la tensión, interés excesivo por la morbidez (“Ditte a la giovine”), escaso sentido teatral. Sí que estuvo bien el “Amami, Alfredo”, sonado con buen control de las dinámica y embriagadora sensualidad. Toda la escena en la casa de Flora estuvo dirigida por el madrileño de manera formidable, no solo por su control de la orquesta y sino también por el exquisito gusto con que dirigió lo más flojo de esta genial ópera, que es todo ese desfile de gitanas y toreros que a un servidor llega a ponerle de los nervios. Magnífico asimismo el monumental concertante de cierre. Alto nivel para el último acto, en el que el habitual olfato del maestro madrileño para la atmósfera y para la belleza sonora fue una baza muy importante a su favor. Me encantaría volver a escucharle en el foso del Maestranza, aunque con un título más adecuado para su perfil artístico.


Ya dije que la producción la vi en el Teatre del Liceu, que es al que pertenece: Hartig, Jordi y Nucci dirigidos –con insoportable frivolidad– por Evelino Pidó. Aquí escribí sobre el asunto. La propuesta de David McVicar me ha gustado todavía más que entonces, por una sencilla razón: mi asiento de Barcelona estaba demasiado cerca del escenario. Ahora al fondo del patio de butacas he podido apreciar mucho mejor la enorme belleza plástica de la propuesta. Por lo demás, repito lo que entonces dije:

“(…) realista pero no excesivamente minuciosa ni mucho menos recargada, esencial pero no aséptica, respetuosa con el libreto pero no encorsetada, y desde luego mucho antes atenta al drama que a ofrecer espectáculo: estamos en las antípodas de la propuesta de Zefirelli que se vio en Sevilla. ¡Y qué alivio que se hiciera una relectura con mucha guasa de la escena de Piquillo! Cuando algún regista en vena andaluza se la toma en serio resulta insoportable. Gran acierto, por otro lado, la escenografía y el vestuario de Tanya McCallin, de apreciable belleza y lograda elegancia aun recurriendo casi en exclusiva a un negro fúnebre (...)”

Cuando hablaba de los registas en vena andaluza me refería, obviamente a Francisco López y su producción del Villamarta, que hemos visto no sé cuántas veces ya en mi tierra. Disfrutar esta otra, más hermosa y mejor resuelta en lo teatral, ha resultado un alivio. Supongo que también para los sevillanos, porque es también muy superior a las que en la capital andaluza se han hecho en fechas más o menos recientes, las de Marta Domingo y Franco Zefirelli. Musicalmente también esta nueva Traviata ha sido mejor, toda vez que Halfter ha dirigido de manera más satisfactoria que Plácido Domingo y Andrea Licata.

En resumidas cuentas: no se la pierdan.

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