viernes, 3 de septiembre de 2021

Volviendo a Supergirl, de Jerry Goldsmith

Recuerdo muy bien la ocasión en que vi la película Supergirl. Fue en un cine de verano en Chipiona, allá por 1984 o 1985 –se estrenó en julio del primero de los años citados–. También recuerdo lo mucho que me gustó ya entonces la música de Jerry Goldsmith, particularmente el tema lírico acompañado por rápidas figuras de los violines para emular el vuelo de la heroína. La cinta no he vuelto a verla completa –he repasado fragmentos: mala de solemnidad–, pero su partitura me ha acompañado durante años, primero cuando salió en disco de vinilo en España y más recientemente en sus dos ediciones en compacto. 


He vuelto a ella. Le puse el tema principal a un amigo experto crítico musical –Brahms, Bruckner y todo eso– y me ha dicho que le parece horrorosa. A mí me sigue maravillando, aunque he de hacer un matiz: efectivamente, la marcha épica que identifica a la protagonista resulta un tanto vulgar y, desde luego, no tiene nada que hacer frente a la escrita por John Williams para Superman (aquí hablé de esa maravillosa banda sonora). Ahora bien, el tema lírico –no digo “de amor” porque sale en pantalla mucho antes que el love interest de la chica– es de una belleza extraordinaria y se acerca muchísimo a al prodigio inalcanzable de Williams para el filme citado, mientras que en el resto de la partitura Jerry supera a su colega y amigo.


Porque Goldsmith, que por entonces dse encontraba en el cénit de su inspiración –el periodo que va desde La profecía hasta Desafío total, de 1976 a 1990–, hace gala de una escritura más atractiva y más variada, también más personal, más rica en el color –no solo por el abundante uso de sintetizadores– y con bastante mayor sentido del ritmo. No solo eso: su enfoque, pese a lo naif del tratamiento fílmico de la historia, es considerablemente más oscuro que el de Williams para el superhéroe masculino, y si allí el villano encarnado por Gene Hackman era tratado musicalmente desde la parodia, aquí la maga de Faye Dunaway mete muchísimo más miedo de como lo hace en el celuloide. Hay más agresividad, más dureza –en la escena de los coches de choque asoma La Sacre stravinskiana– y se despliega una atmósfera muchísimo más ominosa. El tratamiento de las texturas en las escenas de la Zona Fantasma, coro incluido, enlaza con el grandísimo Goldsmith de la ciencia ficción y el terror, llegando por momentos a poner los pelos de punta.

La toma, analógica, la realizó Eric Tomlinson sin demasiada fortuna a la hora de recoger la sonoridad de la National Philharmonic Orchestra, aunque al menos el resultado es más natural que en otras grabaciones suyas. Hay dos ediciones en compacto. La de Varèse Sarabande dura solo 40 minutos, ofrece los tracks desordenados con respecto a la historia de la película y omite en la mezcla buena parte de los sintetizadores. La posterior de Silva Screen alcanza los 77 minutos, ofrece el orden correcto e incorpora toda la electrónica: esta es la opción a disfrutar. La tienen en las plataformas habituales.

PD: lo confieso, esta tarde o mañana veo la película completa.

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