Este doble CD recoge un concierto ofrecido en el Festival de Salzburgo el 15 agosto 2016 por la Filarmónica de Viena y Riccardo Muti. Que yo recuerde, primera vez que el veterano y admirable maestro napolitano aparece en Deutsche Grammophon. Lo escuché en streaming cuando salió, pero he querido comprarlo en formato físico y escucharlo otra vez.
Primera parte, El burgués gentilhombre de Richard Strauss. Nos aquí encontramos ante una prodigiosa combinación entre el músculo, la decisión y la rotundidad viril de Muti con el terciopelo, la elegancia y la sensualidad de Viena, todo ello con la muy notable complicidad del pianista Gerhard Oppitz y otros solistas de excepción entre los cuales, eso sí, hay que poner un reparo serio: el violín de Rainer Küchl, que se retiraba después de 45 años, no está demasiado bien. Por otra parte, he querido comparar con la interpretación de Lorin Maazel con la misma orquesta grabada para Decca en 1966: aquella es mucho más camerística, esta es más sinfónica. Si tuviera que escoger me quedo con la más antigua, esa es la verdad, porque posee un puntito más de picardía vienesa y, sobre todo, porque alcanza mayor sensualidad y vuelo poético en alguno de los números, pero entiendo que las dos son complementarias.
Sinfonía nº 2 de Anton Bruckner en la segunda parte. No había acertado Muti en sus anteriores acercamientos discográficos a la música del compositor austríaco, pero lo cierto es que en este registro se produce la misma mágica combinación que en el Richard Strauss: el temperamento dramático del maestro italiano por un lado, la sonoridad mágica de la formación vienesa por otro. No diré que se trata de la versión ideal, porque los aspectos más espirituales de esta música quedan un tanto marginados. En cualquier caso, resulta imposible resistirse ante la fuerza, el nervio y el temperamento de esta incandescente, escarpadísima interpretación, que logra sonar al mismo tiempo -cuadratura del círculo- incisiva y aterciopelada, impregnar de carácter anhelante el fraseo sin perder concentración y desprender sinceridad por los cuatro costados. Si hay brillantez y espectacularidad, que los hay, es como consecuencia de la perfecta consecución de los logros expresivos que se plantean, no como objetivos en sí mismos. Para encontrar algo mejor hay que acudir a Giulini y Barenboim.
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