Sony Music saca una enorme caja de nada menos que 120 compactos con la discografía de Eugene Ormandy y su Philadelphia Orchestra para Columbia con sonido monoaural, en su mayor parte hasta ahora inédita en formato digital. Las plataformas habituales ya han puesto una gran cantidad de estos discos en streaming –Qobuz lo ha hecho a 96kHz–. Los aficionados que no somos muy mayores tenemos por fin acceso a una enorme cantidad de registros de los que hasta ahora ni habíamos oído hablar. Llega el momento de preguntarnos: ¿cómo es posible que un director que no era personal ni creativo, que tenía pocas cosas verdaderamente interesantes que decir, grabara y vendiera tantísimo? Creo que la respuesta es simple: ninguna orquesta norteamericana de los años cuarenta y cincuenta podía competir con la de Filadelfia, que solo encontró serios rivales en Cleveland y Chicago, la cual hasta la era Solti no se convertirá en la número uno indiscutible. El resto, Boston incluida, estaba muy por debajo. Y claro, en un momento en el que en el disco se valoraba por encima de todo escuchar con la mayor perfección técnica posible partituras que en directo sonaban con toda clase de pifias y desajustes, Ormandy y sus muchachos eran los reyes de la función en el territorio norteamericano. Ni siquiera en Europa había muchas formaciones de semejante nivel: Berlín y Viena tenían un personalísimo sonido, pero no alcanzaba tanto virtuosismo, y solo con la Philharmonia podía hablarse de perfección absoluta.
Dicho esto, tampoco es que el maestro fuera ningún mediocre. Cualquier partitura la interpretaba al menos con un mínimo de solvencia y profesionalidad, amén de con bastante más musicalidad que su antecesor Stokowski, mucho más brillante pero lastrado por un mal gusto considerable. Y a veces alcanzaba un nivel muy alto, sobre todo en el repertorio que más amaba. Es el caso de su compatriota Bela Bartók, cuyo Concierto para orquesta registrado el 14 de febrero de 1954 –posteriormente haría dos grabaciones más– he escuchado gracias a Qobuz. Me ha parecido una interpretación globalmente notable, aunque con importantes irregularidades.
La densidad, potencia y densidad del “Sonido de Filadelfia” –la cuerda es portentosa, en los metales hay algún problema– es la gran baza de un primer movimiento muy bien planteado. El segundo, por el contrario, es un fiasco: avanza con pesadez, las tensiones se vienen abajo y carece de frescura. El nivel vuelve a subir en el tercero, dicho con un impresionante sentido de la atmósfera y verdadera elevación poética; impresionante el tratamiento de las maderas. Muy bien el cuarto –un punto estridente, más que jocoso–, y auténtico fulgor orquestal en un Finale fogoso hasta acercarse a la precipitación.
En cualquier caso, para encontrar al Ormandy realmente grande hay que irse a repertorios vistosos y coloristas por encima de otras consideraciones. Es el caso de este otro disco, registrado en abril de 1956, con selecciones de Gayanéh de Khachaturian y Los comediantes de Kabalevsky: puro comunismo vintage. La primera es un prodigio de ritmo, brillantez y –no en menor medida– sensualidad más o menos orientalizante, amén de un incuestionable dominio de la materia prima orquestal que tiene a su disposición. En la segunda Ormandy añade a todo ello una buena dosis de desenfado, frescura y sentido del humor, con resultados absolutamente irresistibles: es difícil interpretar esta música muy menor de manera todavía más satisfactoria. ¡Qué lastima que la toma, aun francamente buena, no fuera ya estereofónica!
1 comentario:
Puede que sea una temeridad mía pero pienso que quizá la lentitud del segundo tiempo del CO de Bartok se deba a que por aquellos tiempos había un error en la partitura editada. Recuerdo haber leído que fué con Solti que en un ensayo tuvo un problema con el intérprete de la caja. Éste tenía otra indicación metronómica en su particella. Solti hizo averiguaciones y resultó que ese movimiento debía de ser interpretado mas rápido.
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