Convence por completo Mario Venzago cuando argumenta en la carpetilla que la Sinfonía D. 759 de Franz Schubert no se encuentra inacabada, sino incompleta. Sé que hay argumentos a favor y en contra, pero a mí me parece por completo plausible el razonamiento, que ya se venía escuchando desde tiempo atrás, según al cual a esta obra maestra se le perdió el último cuadernillo de los que conformaban la partitura. Otra cosa es la manera en que pudo sufrirse semejante pérdida: la explicación que aquí se da, lo reconoce el maestro suizo, es fantasiosa y una más entre muchas posibilidades.
Me parece muy interesante su reconstrucción de los dos últimos movimientos, fácil en el Scherzo –porque parte de él se conserva de puño y letra del propio Schubert– y complicada en el conclusivo, en el que echa mano de Rosamunda con desiguales resultados. Otra cosa es que resulte muy feo que Venzago no reconozca que hace años ya Brian Newbould realizó una propuesta similar, la que grabó para Philips Neville Marriner en 1984, que por cierto arriesgaba menos pero convencía más: la que aquí comento resulta en exceso creativa, y hacer que retorne casi al final el motivo con que comenzaba la sinfonía es ya echarle demasiada imaginación al asunto.
Ahora bien, en lo que no convence en absoluto el veterano maestro es en su materialización sonora de su concepto. Porque una cosa es ser consecuente con la idea de que, habida cuenta de todo lo antedicho, esta no tiene por qué ser una obra “mortuoria” y su primera media hora tenga que interpretarse como un largo adagio fúnebre, y otra muy distinta escoger un tempo para el movimiento inicial que no dejar respirar a la música, plantear los contrastes con brusquedad extrema y modelar a la orquesta con una sonoridad seca, tosca y bastante frágil, todo ello dentro de una línea de historicismo mal entendido. Más grave aún es que no haya ni rastro de elegancia ni de belleza sonora, elementos consustanciales a la creación schubertiana: el dolor e incluso el desgarro, siendo fundamentales, solo pueden concebirse desde el más hermoso e impecable revestimiento formal. La Orquesta de Cámara de Basilea no es que se ninguna maravilla, como tampoco lo es la toma realizada por Sony Classical, que se hizo en vivo en marzo de 2016.
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