domingo, 1 de marzo de 2020

Mahler, Sinfonía nº 4: discografía comparada

En octubre de 1904 se estrenaba en Ámsterdam la Sinfonía nº 4 de Gustav Mahler, primero tocada bajo la batuta del compositor y seguidamente dirigida por Willem Mengelberg. A mi entender, logró su primera obra maestra en el género: mientras las tres anteriores se vieron lastradas por su tendencia a la hipertrofia y su marcado exhibicionismo, aquí limpió las notas de polvo y paja y se fue directo a hacer gran música. ¡Y cómo la hizo! Todavía hoy su tercer movimiento, Ruhevol, permanece como una de las cosas más bellas escritas por el artista bohemio.

Los directores tienen al menos tres grandes posibilidades para abordar la partitura. Una es apostar por el homenaje al clasicismo que, sin lugar a dudas, marca esta creación. Otra, dejarse de ensoñaciones nostálgicas y de evocaciones seráficas y atender al componente demoníaco que se agazapa entre las notas, particularmente en el segundo movimiento. La tercera, centrarse en los aspectos más dionisíacos de la escritura y potenciar los contrastes tanto sonoros y expresivos sin miedo a caer en la vulgaridad o el ridículo. Probablemente esto último fue lo que quiso el propio Mahler, a tenor de los testimonios conservados.




1. Mengelberg/Concertgebouw (varios sellos, 1939). No es difícil reconocer las enormes fluctuaciones de tempo del propio Mahler interpretando el cuarto movimiento en los rollos de pianola a lo largo de toda esta interpretación, lo que resulta lógico habida cuenta de que el maestro holandés fue gran amigo del compositor, trabajó codo con codo con él en la interpretación de esta partitura y compartió con él el estreno. El asunto se complica si tenemos en cuenta de que muy pocos años después Bruno Walter, por quien el creador de La canción de la Tierra sentía no menor admiración, registraría una lectura en la antípoda de ésta. Sea como fuere, hay que entrar en el juego y aceptar rubatos –uno tremendo nada más arrancar–, portamentos y tirones de tempo que pueden perturbar considerablemente a un oyente actual. Porque lo que tenemos aquí es una interpretación en absoluto equilibrada, esquizofrénica más bien, que apuesta por los contrastes sin miedo a caer en la vulgaridad, en el atropellamiento o en lo amanerado, anunciando en este sentido las maneras interpretativas que mucho más tarde volverá a imponer un Leonard Bernstein no en esta obra en particular, sino en Mahler en general. Concretando un poco, el primer movimiento está lleno de frescura, de espíritu juvenil e incluso de intrepidez, apartándose de esa mezcla de elegancia y ensoñación nostálgica a la que estamos hoy acostumbrados, y por eso mismo perdiendo no poco de magia poética. El segundo está llevado con rapidez y marcando aristas tímbricas, subrayando como nunca nadie lo ha hecho su carácter alucinado y anticipando en este sentido el expresionista scherzo de la Sexta sinfonía; las maderas intervienen con adecuada mordacidad sin que las cuerdas dejen de cantar con encanto –y tomándose no pocas libertades– en las secciones líricas. El Ruhevoll comienza calmo, concentrado, pero al poco queda claro que no vamos a encontrar aquí esos éxtasis contemplativos mahlerianos a lo Muerte en Venecia; hay en él momentos muy vibrantes, pero la verdadera emotividad no termina de brotar, como tampoco lo hace en un cuarto que, obviamente, sigue la línea del primero y cuenta con una intervención de Jo Vincent que no deja huella. La que sí impresiona es la orquesta, verdaderamente formidable para la época tanto en lo técnico como en lo expresivo, y dotada de unas sonoridades –muy particular el oboe, redondísima la trompa– que no tienen mucho que ver con las de hoy día. La toma sonora presenta muchas menos insuficiencias de lo que se pudiera pensar. (7)

2. Walter/Filarmónica de Nueva York (Sony, 1945). Ni un solo portamento, parece haber advertido en los ensayos el maestro berlinés. Ni carreritas, ni blanduras, ni amaneramientos, ni la menor concesión al preciosismo, salvo un muy bien traido rubato en el primer movimiento. Tampoco hay dulzura ni ensoñación contemplativa: no estaban los ánimos para tales cosas tras la mayor devastación colectiva que había conocido la humanidad. En realidad, la lectura parece marcada por un clasicismo elegante y un punto distanciado, y por ello mismo no todo del todo poético ni emotivo, lo que no le impide a Walter subrayar los acentos dramáticos del Ruhevoll. Es en el cuarto movimiento donde las cosas funcionan menos bien, no solo por la falta de implicación de la batuta sino también por la muy discreta intervención de Desi Halban, a la que la batuta ni siquiera logra llevar en el tempo justo. La orquesta, por su parte, está trabajada con buen sentido del color y sus solistas intervienen con la intencionalidad adecuada, pero su virtuosismo no es en modo alguno equiparable al de las grandes formaciones de la actualidad. (7)




3. Kletzki/Philharmonia (EMI, 1957). En esta desigual interpretación lo más satisfactorio es el segundo movimiento, que sin ser especialmente sarcástico resulta admirable. El primero es animado y comunicativo, pero tiene alguna solución discutible. El tercero no está del todo bien trazado, alternándose momentos correctos con otros muy dramáticos. En el cuarto hay detalles muy hermosos, pero lo estropea la muy cursi Emma Loose. La toma no es gran cosa. (7)



4. Reiner/Sinfónica de Chicago (RCA, 1958). No era Reiner un artista precisamente proclive a los devaneos sonoros, pero lo cierto es que en esta grabación, que suena muy bien para la época si se escucha en su trasvase a SACD, evidenció desconcertantes desigualdades expresivas. Esto ya queda claro en el primer movimiento, den el que la cuerda frasea con una agilidad que se acerca a lo frívolo, incluso a lo pimpante, pero sin la suficiente dosis de elegancia y equilibrio clásico, mientras la madera, admirablemente carnosa e incisiva, llena de ironía y sentido del humor los pentagramas. Es precisamente el tratamiento de esta familia instrumental, por descontado que técnicamente soberbia tratándose de una orquesta que comenzaba entonces su edad de oro, lo que hace que el segundo movimiento, dicho con la adecuada mezcla de inocencia y recochineo, alcance un nivel extraordinario. El Ruhevoll no arranca con placidez ni carácter contemplativo, sino que ofrece un sabor amargo hasta alcanzar un primer clímax lleno de lacerante dramatismo; a partir de ahí vuelven las frivolidades y amaneramientos llegando hasta el clímax final con precipitación y no poca vulgaridad. El cuarto movimiento, por fortuna, está dirigido de manera admirable, aunque no tanto celestial como terrenal, esto es, aportando sensualidad y hasta carnalidad en buenas dosis, a lo que no es ajena la presencia de una deliciosa Lisa della Casa. (8)


5. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (CBS-Sony, 1960). Quince años después de la grabación de Walter con la misma orquesta –que sigue siendo mediocre: trompetas estridentes a más no poder–, el maestro norteamericano ofrece una interpretación diametralmente opuesta a aquella, es decir, dionisíaca antes que apolínea, implicada a más no poder en lo emocional, lanzada a marcar contrastes sonoros y expresivos, y muy dispuesta a explorar los aspectos más atrevidos, vulgares y hasta narcisistas de la música mahleriana. Lo hace sin caer, venturosamente, en los amaneramientos y los excesos de preciosismo de sus grabaciones posteriores. Aquí sobresale en un primer movimiento entusiasta, muy libre en el tempo y en el fraseo, plagado de descubrimientos y momentos mágicos, y más aún en un segundo de colorido rico y particularmente incisivo, lleno de mordacidad y de humor negro. El Ruhevoll resulta cálido y vehemente, pero no todo lo lacerante que debería en algunos momentos clave. El cuarto está dirigido con apreciable desparpajo, aunque aquí las características de soubrette de Reri Grist, que por otra parte canta muy bien, no son las más adecuadas para la parte, que le suena un tanto pizpireta. Sonido plano y áspero, con poca gama dinámica, al menos en la remasterización japonesa de 2007 para SACD. (8)



6. Philharmonia/Klemperer (EMI, 1961). He aquí un experimento de lo más discutible, porque Klemperer, siempre rocoso en su sonoridad, sobrio en lo expresivo y alejado de cualquier frivolidad, capaz de deconstruir la partitura de manera reveladora por su rigor, lucidez y capacidad de análisis de líneas y colores, se distancia de la esencia de la música e incluso en ocasiones va a contracorriente de la misma. En cualquier caso, su discurso es tan coherente, dice tantas cosas nuevas y está tan soberanamente bien llevado a la práctica -increíble la orquesta-, que termina legándonos todo un hito de la discografía mahleriana. Interesa mucho el planteamiento del movimiento inicial, desgranado con gran lentitud, por completo alejado del entusiasmo y la chispa con que lo abordan otros directores, y dicho más bien desde una especie de “clasicismo” distante y elegantísimo que le sienta bastante bien a la música. En el segundo movimiento, obviamente, es donde el maestro se siente más a gusto; es mordaz ante todo, quizá un punto más introvertido de la cuenta, pero ello no impide que el maestro despliegue una hermosa cantabilidad en los momentos en que corresponde. En el Ruhevoll no hay espacio para lo sensual ni para lo contemplativo; por el contrario, está dicho con inmediatez, intensidad y una marcada desazón. El movimiento conclusivo está planteado en la misma línea que el primero, es decir, desde el distanciamiento, y Klemperer aprovecha para hacer gala de su humor sarcástico cuando se le presenta la ocasión –el buey de San Lucas–, si bien la inigualable Elisabeth Schwarzkopf vuela a su aire y ofrece un auténtico derroche de encanto y picardía sin aproximarse, ni de lejos, a lo cursi ni a lo trivial. En los compases finales, lejos de permitirnos descansar en paz, Klemperer nos deja con un regusto amargo e inquietante en los labios. La toma sonora parecía dejar un tanto que desear para la época, pero con la remasterización de 2010 ofrece un relieve sorprendente. El SACD lanzado por Tower Records en 2019 parece sonar con algo más de agudos, siempre dentro de una excelencia que roza lo sobrenatural para el año en que se hizo la grabación. (10)


7. Szell/Cleveland (CBS-Sony, 1965). Siempre analítico, objetivo y por completo ajeno a narcisismos, blanduras o concesiones de cara a la galería, pero también, por lo general, un tanto prosaico y desinteresado por indagar en los pliegues expresivos, el maestro de origen húngaro alcanzó en esta Cuarta una de las cimas de su carrera discográfica gracias a su capacidad para atender a todos los componentes de la partitura en su punto justo, sin pasarse ni quedarse corto con ninguno de ellos. Así, los dos primeros movimientos suenan con el perfecto equililbrio entre lo naif y lo sarcástico, sin que el primero resulte meramente clásico y evocador ni que en el segundo lo demoníaco nos haga olvidar el encanto de la obra, para a continuación ofrecer un tercero sobrio e intenso, aunque ciertamente sin la sensualidad ni la poesía que otros intérpretes han alcanzado; tampoco al gran clímax final, pobremente recogido por una toma chata en dinámica, termina de sacarle todo el partido posible. En el cuarto no está a la altura de las circunstancias Judith Raskin, sin duda solvente pero poco interesante en lo vocal y no muy intensa en lo expresivo, si bien en la última estrofa, dirigida de manera sublime por Szell, frasea con exquisito gusto. La toma no era muy biena en su trasvase original a CD, pero la reciente restauración en HD realizada por Sony ha devuelto limpieza y naturalidad al original. (9)


8. Kubelik/Sinfónica de la Radio Bávara (DG, 1968). Irregular versión la que ofrece un maestro que, en su apuesta por un Mahler digamos que “clásico”, equilibrado, exento de narcisismos y de efectos a la galería, fresco y comunicativo ante todo, no supo en esta ocasión ofrecer una idea expresiva clara de la obra ni tampoco, lo que es más extraño, planificar de manera convincente. Los clímax del primer movimiento resultan no parecen bien preparados, resultando más bien atropellados y faltos de fuerza, al tiempo que en lo expresivo hay no solo animación sino una cierta frivolidad, aunque por fortuna no hay que sufrir los portamentos a que otros directores son tan aficionados. Bastante mejor funciona el segundo, pero en el Ruhevoll, expuesto muy de pasada y sin hondura reflexiva, hay demasiadas frases que rozan la cursilería. El cuarto también está dicho a la carrera, no pasando de lo digno la intervención de la soprano Elsie Morison. Lo más grave, en cualquier caso, es el estado de la orquesta, discreta en general y con unos metales particularmente pobres. La toma, aun en la resciente restauración HD, no es nada del otro mundo, echándose de menos una gama dinámica más amplia. (6)




9. Horenstein/Filarmónica de Londres (EMI, 1970). El que sigue siendo a día de hoy mejor director de la Tercera gracias a lo expresionista de su enfoque no opta aquí por la virulencia. Antes al contrario, ofrece una interpretación de impoluto clasicismo, expuesta con enorme transparencia y paladaeda con delectación, elegantísima y serena, aunque no por ella desinteresada por las asperezas tímbricas ni por los pliegues expresivos. Admirable en este sentido el segundo movimiento, dicho con marcada sorna e increíblemente bien desmenuzado. Margaret Price no resulta muy emotiva, pero canta de maravilla y ofrece una voz con más carne de lo que en esta parte acostumbramos a escuchar. (8)



10. Bernstein/Filarmónica de Viena (DVD DG, 1972). No mejora Lenny los resultados de su primera grabación. Más bien al contrario: el primer movimiento resulta rápido y contrastado, pero está plagado de caprichos y de algún detalle amanerado. Lo vuelve a haber en el segundo movimiento, por lo demás espléndido. El tercero está bien trazado y es emocionante, sin encontrarse especialmente inspirado y evidenciando nuevamente detalles de blandura. El cuarto resulta fresco y juvenil, sobresaliendo una deliciosa pero no cursi Edith Mathis, algo corta en el grave. (8)



11. Levine/Sinfónica de Chicago (RCA-Sony, 1974). Nunca ha sido Levine un director caracterizado precisamente por su elegancia, sutileza o atención a los pliegues expresivos. Tampoco por su cantabilidad ni por su elevación poética. Pero sí, sobre todo en su etapa juvenil, por las virtudes que hacen interesante esta interpretación: entusiasmo, frescura, apreciable jovialidad, brillantez, un sanísimo –más que retorcido– sentido del humor y muchas ganas de hacer música. Apartarse de la tentación del azúcar –posiblemente otra cosa hubiera ocurrido años después– y contar con una orquesta de primera son otros puntos a su favor, jugando en su contra la intervención de la soprano Judith Blegen, voz poco interesante aunque centrada en lo expresivo. La toma sonora, por debajo de la media. (8)



12. Previn/Sinfónica de Pittsburg (EMI, 1977). Este registro pone bien de manifiesto las características directoriales de Previn. Al menos, del Previn de los años sesenta y setenta. El enfoque es neutro, nada personal, pero no por ello distante sino todo lo contrario: la intensidad y la comunicatividad se ponen en primer plano. No se aprecia una especial riqueza de matices, la creatividad suele ser escasa, pero la depuración sonora es extraordinaria –sin que se note– y la planificación de las tensiones no merece reproche alguno. La inspiración nunca suele alcanzar la excelencia, pero casi siempre es elevada y no suele anclarse en la rutina, menos aún en la desgana. En suma, Previn es inmejorable si lo que se busca es una mezcla entre objetividad, ortodoxia, intensidad y buen gusto, lo que aquí se traduce en una Cuarta mahleriana que no posee la personalidad de las de otros maestros, pero que a la postre resulta modélica, ideal para un primer acercamiento. El primer movimiento logra ser muy animado y entusiasta sin que se pierdan la belleza formal ni la compostura clásica. El segundo ofrece rico colorido y se encuentra muy bien diseccionado, sin ser del todo sarcástico. El tercero se encuentra paladeado con enorme concentración; en él aparecen los portamenti que hasta este momento el maestro había evitado, pero lo cierto es que no se escora hacia lo dulce: el amargor que se esconde tras las notas se encuentra bien presente. En cuarto, finalmente, hay luminosidad sin espacio para la cursilería. En perfecta sintonía con la batuta, una Elly Ameling formidable en lo vocal logra ser radiante, fresca y emotiva sin acercarse siquiera a lo pizpireto. La toma sonora se ha conservado francamente bien. (9)



13. Abbado/Filarmónica de Viena (DG, 1977). Esta es la más interesante de las desiguales interpretaciones aque de la obra nos ha legado el milanés. Ofrece en ella un primer movimiento clásico, elegante y mesurado, quizá en exceso, sobrando –como ocurrirá en sus posteriores lecturas– algún portamento y echándose de menos mayor compromiso expresivo. El segundo está muy bien dentro de una línea escasamente demoníaca, lo que no parece lo más adecuado pero resulta coherente con su visión global de la obra. Lo mejor viene con un lentísimo y concentradísimo Ruhevoll, abordado de una manera muy meditativa y espiritual –no blanda ni empalagosa–, pero no desdeñando la potencia expresiva de sus clímax. En el cuarto movimiento una dulce Frederica Von Stade sintoniza perfectamente con este enfoque sereno y aporta una rica crema vocal. (8)



14. Karajan/Filarmónica de Berlín (DG, 1979). En la cima tanto de su técnica como de su narcisismo, don Heriberto ofrece exactamente la interpretación que se podía esperar: depuración absoluta y asombrosa perfección técnica al servicio de un concepto en la que el exhibicionismo se pone muy por encima de la sinceridad de la expresión. El primer movimiento fascina en muchos momentos por la magia sonora desplegada por la batuta, pero la tendencia al preciosismo y la blandura lastra los resultados. El segundo, sin ser el más mordaz posible, sí que está bastante bien. Con el concepto puramente contemplativo y hedonista del Ruhevoll se puede estar muy en desacuerdo, pero es tal la belleza sonora desplegada, es tan cálido el fraseo, hay clímax tan seductores, que el maestro termina ganando la partida. Y en el cuarto no hay nada que hacer: tanta suavidad y dulzonería terminan irritando seriamente. Edith Mathis se muestra bastante más centrada, pero aun así se acopla al concepto de Karajan. La toma es bastante buena, como era propio en DG en los últimos años analógicos. (7)



15. Maazel/Filarmónica de Viena (Sony, 1983). Esta es, al menos dentro de un enfoque eminentemente clásico y apolíneo, una de las interpretaciones más redondas de todas. Bajo la batuta de un Maazel dispuesto a dar lo mejor de sí, los dos primeros movimientos resultan elegantísimos, equilibrados y de un inconfundible aroma vienés, también un punto distanciados y faltos de sarcasmo; la orquesta aporta su bellísimo sonido y Maazel con su prodigiosa técnica una extraordinaria claridad. Magnífico el tercero en su sobrio pero lacerante dramatismo, lleno de concentración interior, y absolutamente genial el cuarto, paladeado hasta el último detalle y con una Kathleen Battle con la emoción en los labios. La última estrofa, lentísima, está sostenida a un tempo lentísimo de manera milagrosa. De tener una sola grabación en casa, y dejando a un lado discutibilísima genialidad de Klemperer, quizá sea esta la elegida. (10)



16. Solti/Sinfónica de Chicago (Decca, 1983). Es esta una lectura soberbiamente tocada y planificada, dicha con intensidad y brillantez y sin rastro alguno de amaneramiento, pero no lo suficientemente trabajada ni personal como para que termine convencer. Además, y no es la primera vez que le ocurre, a Solti le falta idioma mahleriano. En cualquier caso, el primer movimiento es en su conjunto magnífico, como también lo es el clímax del tercero. El cuarto, por contra, resulta bastante rutinario, y Kiri Te Kanawa está algo cursi. (8)



17. Bertini/Sinfónica de la Radio de Colonia (EMI, 1987). El frente de una orquesta que funciona estupendamente –trompetas algo estridentes– y muy bien recogida por una espléndida toma sonora, el maestro israelí nos sorprende gratamente con una interpretación hermosísima y muy emotiva, fraseada con exquisito gusto, muy bien desmenuzada, ajena a narcicismos y dicha con todo el encanto naif, la ternura y la chispa vital que necesita, pero sin caer en absoluto en la trivialidad o la ñoñería más o menos seráfica, sino aportando una mirada desde el más entrañable humanismo y sin olvidarse de las imprescindibles gotas de ironía y mordacidad en el segundo movimiento. Únicamente se puede reprochar dentro de este enfoque, desde luego no el único posible, la suavidad excesiva de algunas frases dentro del Ruhevoll, en el que asimismo podemos echar de menos acentos más lacerantes y clímax más visionarios. Lucia Popp, espléndida pero no todo lo emotiva que podía haber estado. (9)



18. Bernstein/Concertgebouw (DG, 1987). En la plenitud de su dominio de la técnica de batuta y al frente de una orquesta sensacional y mahleriana hasta la médula, Lenny se suelta la melena para disfrutar en plenitud de melodías, timbres y atmósferas en una recreación apasionada, sensual y muy expresiva, todo lo dionisíaca que permite una obra como esta, con momentos muy arrebatados –admirable la flexibilidad perfectamente controlada de su fraseo– y otros plenos de la voluptuosidad esperable en el Mahler del norteamericano, aunque con detalles creativos que rozan el amaneramiento y frases en el tercer movimiento donde se le va claramente la mano en el azúcar. En el cuarto sorprende negativamente la utilización del niño soprano Helmut Wittek, a mucha distancia de las mejores cantantes que han interpretado esta parte. La toma sonora es espléndida. (7)



19. Ozawa/Sinfónica de Boston (Philips, 1987). No parece haber duda de que, al menos sobre el papel, la Cuarta es la sinfonía mahleriana a la que mejor le sientan las características directoriales de Ozawa. Elegancia sin amaneramiento, fraseo natural y de amplio vuelo melódico, gran refinamiento en el tratamiento de timbres y texturas, apreciable sensualidad y, también, cierto carácter inocente que deja de lado los aspectos más tensos y amargos de la música, se hacen aquí presentes para garantizar una lectura de gran categoría. Así, el primer movimiento se desarrolla alcanzando el punto justo de equilibrio entre vivacidad, chispa, nostalgia y cálida ternura, sin mojigaterias; hay también espacio para las angulosidades y los recovecos expresivos. El segundo no es el más demoníaco posible, si bien las intervenciones de las maderas poseen suficiente socarronería. El Ruhevoll está desgranado con enorme belleza y sin caer en la blandura pese a un par de detalles amanerados, pero el gran clímax irrumpe con insuficiente preparación y resulta un tanto brusco, incluso vulgar. En el cuarto Te Kanawa, como con Solti, está exquisita en lo canoro y un pelín cursi en la expresión. Soberbia la orquesta bostoniana, de empaste redondo y aterciopelado mas no exenta de las adecuadas aristas tímbricas. La toma está realizada a un volumen muy bajo que recoge a la perfección toda la amplitud dinámica de las muy contadas pero fundamentales explosiones sonoras de la partitura. (8) 




20. Haitink/Filarmónica de Berlín (DVD Philips, diciembre 1991). Es esta una interpretación clásica en el mejor de los sentidos, trazada con perfecto pulso y admirable naturalidad, muy bien desmenuzada sin que evidencie la menor sensación de intelectualismo, elegante sin amaneramientos y, sobre todo, equilibrada tanto en lo sonoro como en lo expresivo, aportando la dosis justa de encanto, truculencia, dulzura, nostalgia e incluso de decadentismo bien entendido sin renunciar ea una belleza apolínea, serena y transida de hondura que sabe ofrecer –admirables los clímax del tercer movimiento– el adecuado carácter lacerante sin cargar las tintas. Ahora bien, para algunos paladares tanto equilibrio puede resultar excesivo, echándose quizá de menos una dosis mayor de claroscuros, de imaginación y de intensidad emocional. Sylvia McNair, luminosa y comunicativa, puede resultar más pizpireta que sensual. Imponente la orquesta, particularmente por sus sonidos graves en cuerda y madera. (8)




21. Dohnanyi/Orquesta de Cleveland (Decca, 1992). Era de esperar: el intelectual maestro alemán lectura objetiva, luminosa, fluida y natural, nada forzada, de una serena y transparente belleza que ni siquiera roza la dulzonería ni el amaneramiento. A los dos primeros movimientos les falta quizá algo de acidez y mala leche, aunque en general la batuta procura atender a todos los ingredientes de la partitura y la planificación es magnífica. El tercero es sensacional, tan sobrio como intenso y lleno de poesía. El cuarto, muy bien dirigido aunque no del todo personal, lo estropea la cursilería de Dawn Upshaw, lo que desluce bastante una interpretación que es de obligado conocimiento por el Ruhevoll. (8)


22. Boulez/Orquesta de Cleveland (DG, 1998). Como no podía ser menos, el compositor y director francés da una lección de arquitectura, claridad y elegancia interpretativa, extrayendo además un admirable partido de la nuevamente admirable formación norteamericana. Pero lo cierto es que las cosas le funcionan de manera algo irregular, como si no tuviera una idea clara de cómo abordar expresivamente la obra. Así, el primer movimiento lo traza con cierta rapidez y el resultado se acerca un tanto a la frivolidad aquí tan peligrosa, aunque no le podemos regatear a Boulez unos clímax muy conseguidos. Sorprende el segundo por ser mucho antes misterioso, evanescente incluso, que incisivo o sarcástico; peculiar y atractivo el tratamiento de las maderas, en cualquier caso. El tercero arranca con honda concentración contemplativa y poco a poco alcanza una emotividad doliente inesperada en Boulez; tampoco se esperaba, esta vez en sentido negativo, la abundancia de portamenti. El cuarto está dirigido con objetividad y excelente gusto, alcanzando tanto el director como la notable Juliane Banse altas cotas de inspiración poética –por completo alejada de la ñoñería– en la última sección. (8)


23. Sinopoli/Staatskapelle de Dresde (Hänssler, 1999). Ya atrás su desigual integral para DG, el controvertido maestro ofreció una lectura personalísima y muy arriesgada, y por ello mismo muy discutible. Los tempi son lentos, lentísimos los de la última parte del movimiento conclusivo, con un pulso en general bien llevado pero que a veces pierde gas, sobre todo en la coda del primer movimiento. El enfoque es sobrio, equilibrado y distanciado, bastante otoñal aunque no decadente, como tampoco frío ni aséptico. Lo menos bueno es el primer movimiento, que no aporta nada en especial salvo alguna excentricidad en los tempi. El segundo está muy logrado dentro de un enfoque mucho antes onírico que ácido o demoníaco. El tercero resulta bellísimo, muy sereno y contemplativo al tiempo que profundo, sin dulzonería ni devaneos sonoros, aunque a veces haya más fragilidad de la cuenta. En el cuarto Juliane Banse ofrece una voz excelente, echándose de menos una línea de canto más mórbida y sensual. El final es bellísimo. Hay muchísimos detalles orquestales que se descubren, y la orquesta ofrece una sonoridad extraordinaria, si bien los metales son algo fallones. La toma no es la mejor posible. (9)




24. Chailly/Orquesta del Concertgebouw (Decca, 1999). Cuando aún estaba en la cima de su carrera, el milanés triunfó con una versión que desprende una belleza sencilla y natural, muy equilibrada y lírica, de agudo sentido del color y prodigiosa claridad. Se aprecia, en cualquier caso,  un cierto desequilibrio: los dos primeros movimientos son sensacionales, al tercero se le podía pedir un poco más de magia aún y en el cuarto la Bonney está –era de esperar– deliciosa pero un tanto cursi. (9)



25. Abbado/Filarmónica de Berlín (DG, 2005). Frente a su antigua grabación con la Filarmónica de Viena, este registro nos muestra en toda su crudeza el declive artístico de Abbado. Los dos primeros movimientos siguen estando bien, aunque tanta amabilidad y distanciamiento expresivo no terminen de convencer. El problema viene con el tercero, que ahora resulta blando y empalagoso en exceso, al tiempo que las explosiones dramáticas resultan mucho más superficiales –puro deseo de epatar con los contrastes dinámicos– que sinceras. Lo peor es el cuarto, en el que diversos detalles de blandura horripilantes por parte de la batuta se combinan con los amaneramientos de Renée Fleming hasta el punto de hacer la audición casi insoportable. (4)



26. Haitink/Orquesta del Concertgebouw (RCO, 2006). Podía pensarse que a sus setenta y siete años de edad el maestro holandés ofrecería una interpretación escorada hacia lo otoñal. No es así. En realidad, volvemos a encontrarnos ante una lectura de maravilloso clasicismo en la que todos los componentes de la escritura mahleriana se equilibran con perfecta armonía sin necesidad de cargar las tintas en ninguno de ellos. Lectura dicha, además, con una sensibilidad exquisita, fraseada con enorme nobleza y expuesta con una depuración sonora insuperable. Desdichadamente Christine Schäfer evidencia una voz tímbricamente pobre y, aun cantando de manera muy musical, no termina de sintonizar con la partitura. Orquesta y toma sonora, soberbias. (9)



27. Maazel/Filarmónica de Nueva York (NYP, 2006). En esta grabación en vivo editada por la propia orquesta, Maazel vuelve a abordar el primer movimiento con esa elegancia un punto distanciada, pero de perfecto trazo y admirable belleza, de la que hacía gala en su registro vienés, solo que con una orquesta que, aun muchísimo mejor que en los tiempos de Walter y Karajan, no es precisamente la Filarmónica de Viena. El segundo de nuevo combina clasicismo con sentido de la ironía –particularmente ácido el violín–, aportando algún detalle creativo que termina siendo más rebuscado de la cuenta. En cualquier caso, y como en toda la interpretación, el tejido sinfónico se encuentra expuesto con una claridad meridiana, incisividad en su punto justo y desarrollado sentido del color. El Ruhevoll lo paladea Maazel con una lentitud arriesgadísima (se extiende nada menos que hasta los 24’53’’, casi dos minutos y medio más que antes) sin que decaiga el pulso, pero en lo expresivo desconcierta la aparición de momentos puntuales de blandura y amaneramiento –por ejemplo, hacia el minuto cinco– frente al amargor extremo con que aborda los pasajes más patéticos de la página, alcanzando en ellos una hondura y una intensidad incomparables. El cuarto movimiento está dirigido de manera soberbia, pero aquí la interpretación se viene abajo por la lamentable intervención de una Heidi Grant Murphy con la voz ya hecha polvo, plagada de desigualdades y una expresión en exceso aniñada incluso para una obra como ésta. Si no fuera por ella, nos encontraríamos ante una de las grandes interpretaciones recientes de la obra. (8)




28. Abbado/Orquesta Juvenil Gustav Mahler (DVD Medici Arts, 2006). El veterano maestro parece dejar a un lado los narcisismos para volver a una visión más fresca, más espontánea, aunque de nuevo nos encontramos aquí y allá con detalles que nos hablan de una batuta mucho más interesada por el sonido en sí mismo que por su significado. Así por ejemplo, nos ofrece un movimiento inicial fresco, animado, de tímbrica rica e incisiva, de una ingenuidad no demasiado naif, en el que hay que reprochar algún portamento y la obsesión por conseguir pianísimos inaudibles. En la misma línea el segundo, muy atractivo aunque sin toda la retranca que debería tener. El Ruhevoll ya no es malo sino simplemente aséptico, cuando no se ve empañado por los malditos portamenti y por algunas sonoridades ingrávidas (¡esos violonchelos!) made in Abbado. El cuarto movimiento se beneficia del arte de Juliane Banse, musical y ajena al empalago; de voz no está del todo bien, pues el centro ha perdido bastante desde sus grabaciones con Boulez y Sinopoli. EuroArts ha colgado el vídeo de manera gratuita y por completo legal en YouTube.  (6)



29. Abbado/Orquesta del Festival de Lucerna (Blu-ray EuroArts, 2009). Esta interpretación es una copia corregida y mejorada de la anterior, pues no en balde la formación suiza es en realidad –o eso dicen– la Gustav Mahler Jugendorchester con la adición de primeros atriles de lujo. Abbado ofrece aquí una lectura aún más ágil, fresca, natural y comunicativa, atenta a todos los resortes expresivos de la partitura, aunque de nuevo encontramos detalles insufribles, mientras que la concentración y belleza que el joven maestro había alcanzado años atrás en Viena no vuelven a aparecer aquí por ningún lado. Concretando un tanto, el primer movimiento resulta muy fresco, contrastado y comunicativo, pero con algunos horrorosos portamenti; a la coda le falta un poco de gas. Sin ser el colmo de la mordacidad, en el segundo hay un sentido muy desarrollado de lo siniestro y lo demoníaco; las maderas se encuentran maderas con asombrosos colores y el magnífico Kolja Blacher hace sonar afilado a su violín. Abbado canta el tercero con amplitud y concentración, consiguiendo momentos muy bellos no exentos del regusto amargo aquí muy conveniente, pero la tendencia del milanés a hacer sonar ingrávida la orquesta y a prodigarse en portamenti –probablemente los de Blacher son cosa de la batuta–, empaña un tanto el resultado. El cuarto está dirigido con frescura, riqueza de colores y sentido de los contrastes, pero aquí Magdalena Kozená, de voz pálida e impersonal, no muy cómoda en su parte, no termina de desplegar toda la emotividad deseable. Imagen y sonido excepcionales en Blu-ray. (7)



30. Herreweghe/Orquesta de los Campos Elíseos (Phi, 2010). Y los chicos HIP llegaron a Mahler. He aquí una versión fresca, animada y con sentido teatral, pero sin ningún concepto claro detrás de la interpretación, que se ve lastrada por el sonido ingrávido de las cuerdas de tripa y la tendencia a ofrecer un fraseo pimpante y frívolo. El primer movimiento resulta en este sentido cursi por momentos, aunque pueda resultar vistoso. Mucho mejor el segundo, por su sentido del color y por sus hallazgos teatrales, aunque estos no tengan una clara intencionalidad dramática y a Herreweghe se le escape la parte demoníaca de los pentagramas. El tercero está fraseado con concentración pero con mucha frivolidad, careciendo por completo de sensualidad y vuelo lírico; el primer violín ofrece portamenti insoportables y la batuta cae en el efectismo en el clímax final, con unos metales que no terminan de empastar. El cuarto está dirigido con mucha animación pero sin apenas inspiración, mientras que Rosemary Joshua, además de no matizar el texto, hace gala de un vibrato extraño y artificioso. La orquesta no es gran cosa. Grabación técnicamente sensacional. (5)




31. Nézet-Séguin/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2014). Músico de gran talento pero no poco irregular, el maestro canadiense nos da la de cal en una Cuarta no solo magníficamente construida por su batuta y maravillosamente tocada, como no podía ser menos, por la Berliner Philharmoniker, sino también muy convincente y sincera en lo expresivo en la que destaca un primer movimiento que rebosa frescura, entusiasmo, comunicatividad y poesía sin que lo inocente se confunda en ningún momento con lo cursi, y sin que haya la menor concesión a la blandura, la coquetería o el preciosismo sonoro. El segundo no está dicho con mucho sarcasmo o sentido de lo siniestro, pero tampoco es superficial y ofrece una enorme riqueza de colores, sensualidad y los toques inquietantes adecuados. Yannick sabe ofrecer un tercero muy bello, bien trazado y con sentido de la unidad, cosa no siempre fácil, y los solistas de la orquesta –admirable el oboe de Albrecht Mayer– dejan bien clara su enorme categoría, pero aquí hay que reconocer que en las secciones líricas se han escuchado recreaciones más hondas y emotivas; ahora bien, en las partes de espíritu naif y desenfadado que contrastan con las anteriores, Nézet-Séguin triunfa aplicando los mismos criterios que en el primer movimiento. El cuarto está de nuevo dirigido con una garra y entusiasmo desbordantes, si bien en la sección final se podría conseguir aún más magia. Más que notable, sin ser muy personal, la soprano Christiane Karg. (9)


32. Ivan Fischer/Orquesta del Concertgebouw (DVD RCO, 2010). Lectura notable la del maestro de Budapest, más robusta y cálida que refinada o imaginativa, en la que sobresale la importancia que le concede las maderas, que reciben un tratamiento carnoso y destacado sobre la masa orquestal, no solo en el segundo movimiento sino también en el primero; en el tercero, en general muy bello, Fischer cede a la tentación de la ingravidez y la cursilería en su sección central, lo que no solo molesta sino que también sorprende porque nada de ello hay en el resto de su recreación. El cuarto es el que está dirigido con menor inspiración, aunque aquí sobresale una Miah Persson que, aun pasando algún apurillo, luce una voz fresca, bien timbrada, y una expresividad que rebosa naturalidad y desparpajo. Ni que decir tiene que la orquesta más mahleriana del mundo realiza una labor insuperable y que sus solistas –la trompa, por cierto, se sitúa junto al violín en el segundo movimiento– se muestran a la altura de las circunstancias. Toma sonora espléndida. (8)

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