domingo, 5 de enero de 2020

La canción de la Tierra por Bernstein en Viena

¡Menudo regalo! Los Reyes Magos de la red de redes me han traído desde Japón, a través de oscuras y dudosas sendas que atraviesan Rusia, un SACD con La canción de la Tierra que grabaron Leonard Bernstein, la Filarmónica de Viena, James King y Dietrich-Fischer Dieskau entre el 4 y el 6 de abril de 1966 para Decca. Es decir, una de las más justamente célebres grabaciones de música de Mahler que se hayan conocido. No he podido resistirme y he hecho esta misma noche la audición completa. También he realizado la comparación con el último reprocesado realizado por el sello británico y me parece que ahora suena algo mejor. Solo un poco, pero lo suficiente: aunque sigue apreciándose cierta distorsión tímbrica, el sonido es más limpio y brillante.


De la interpretación, nada puedo decir que no hayan escrito ya los grandes expertos. El registro corresponde a ese primer encuentro entre Bernstein y la Filarmónica de Viena al que también pertenecen el disco Mozart y el Falstaff verdiano que se grabaron el mes anterior, y que marcaría un antes y un después de la historia de la dirección de orquesta. De Nueva York el norteamericano se traería la frescura, el sentido teatral, el colorido contrastado y el impulso dionisíaco que se evidencian sobre todo en los movimientos cuarto y quinto, “De la belleza” y “El borracho en primavera”. La formación austríaca aportaría su propia belleza sonora e invitaría al maestro a frasear con mayor concentración de la hasta entonces en él habitual, a equilibrar su temperamento y a interesarse por los aspectos más apolíneos de la música, dando como resultado unas lecturas admirablemente paladeadas de “El solitario en otoño” y “La despedida”. Puede quizá preferirse algo más de densidad filosófica, pero lo cierto es que Lenny, dentro de un enfoque antes humanístico que nihilista, termina triunfando con la perfecta complicidad de un Fischer-Dieskau que, además de ofrecer la magistral lección técnica en él esperable, alcanza una perfecta síntesis entre amargor y serenidad, manteniéndose alejado de cualquier sentimentalismo al tiempo que dice el texto con una sinceridad acongojante.

James King, por su parte, realiza una más que notable labor pese a no estar muy cómodo –le pasa a casi todos– y a no ser el más sutil de los cantantes. En cuanto a la orquesta, solo cabe decir que está divina, y que en el nuevo reprocesado en SACD se disfruta aún más la mezcla de elegancia y rusticidad con que la hace sonar un Bernstein atento tanto a la belleza más sensual como a las aristas tímbricas y expresivas. En fin, un hito histórico que ahora luce con renovado esplendor. Si disponen de un equipo compatible con SACD fritos en casa, ya saben.

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