El maestro de Buenos Aires ha llevado cinco veces al disco el Concierto para violín op. 61. La primera fue en 1973, en la transcripción con piano como solista –sentándose él mismo al teclado, claro está–, y luego lo registró –ya en su versión original– con Isaac Stern, seguidamente con Pinchas Zukerman y para terminar dos veces con Itzhak Perlman, en ambas ocasiones en vivo. En todos los casos dejó bien claro el Beethoven que le gusta: denso, musculado y combativo, pero también con un fuerte componente reflexivo que se entremezcla con un lirismo de regusto amargo y doliente. Ahora bien, mientras en la grabación con Zukerman el planteamiento alcanzó la perfección dentro de un equilibrio que podríamos calificar como “clásico”, en las de Perlman sintonizó con el planteamiento radical –radicalmente genial, pero muy discutible– del violinista y optó por extremar el dolor, la agitación y los contrastes dramáticos, también en un tercer movimiento dionisíaco a más no poder pero en absoluto concebido como una explosión de felicidad.
Ya en este blog he dejado clara mi opinión sobre Michael Barenboim: un violinista extraordinario por técnica, por lucidez interpretativa y por intensidad. Ahora debo reconocer que en esta op. 61 no me ha terminado de convencer. Si a mí personalmente me interesa muchísimo más la expresión que la belleza formal, en la partitura de la que estamos hablando me parece imprescindible que el solista ofrezca un sonido muy bello. Lógicamente con eso no basta: la Mutter destiló el sonido más hermoso posible en sus dos grabaciones con Karajan y en ellas alcanzó el cielo, pero cuando años más tarde hizo la obra con Ozawa hizo uso de este para ofrecer dosis insufribles de cursilería y narcicismo. En el polo opuesto, el de Perlman era afilado e hiriente, lo que a la postre resultaba ideal para su concepto. ¿Cómo es el de Barenboim hijo? A mi entender, algo pálido y falto de carne, no del todo homogéneo y sin esa calidez que necesita el repertorio clásico. Tampoco lo encontré muy poético en el primer movimiento, pese a la fluidez en el fraseo y a la riqueza de los acentos. En el Larghetto que de manera tan prodigiosa –creo que jamás lo he escuchado mejor– dirigió su padre sí que me pareció centradísimo: sintonizó perfectamente con la idea que emanaba desde el podio e hizo que la música se elevada como es debido. Y en el Rondo conclusivo se mostró adecuadamente intenso, jubiloso y radiante, sin descuidar los pliegues expresivos. La cadenzas, por cierto, fueron propias y muy interesantes: menos románticas y exhibicionistas que las de Kreisler, y por ello más adecuadas al concepto que manejaron. La arrolladora propina bachiana dejó bien claro que, cuanto más abstracta es la música, más brilla el talento inmenso de Michael Barenboim.
En la próxima entrada intentaré decir algo sobre la descomunal recreación de la Séptima sinfonía que se escuchó en la segunda parte (leer aquí).
PD. La imagen es del fotógrafo Luis Castilla y me la he llevado directamente del Facebook de la Fundación Barenboim-Said. Si a alguien le molesta, que lo diga y la elimino.
4 comentarios:
Fernando, te dejo, por si no la has leído, la critica que de este mismo concierto hace Ismael G. Cabral,en la página web de la Revista Scherzo.Como se infiere facilmente no es muy partidario. Ni que decir tiene que a mí,tanto tú como Ángel Carrascosa Almazán,en materia musical, no me tenéis que convencer( yo casi detesto los instrumentos originales; creo que han matado la música grande y realmente no sé el porqué de esas prisas, entre otras cosas). Quien quiera leer la crítica entera esta es la dirección: https://scherzo.es/sevilla-barenboim-en-sevilla-y-la-de-cosas-que-quedan-por-hacer/.
Quien quiera una pildora, ahí va:
" Al caso, la Orquesta del Diván se dispuso en el escenario para abordar el Concierto para violín de Beethoven con Barenboim padre en el podio y Barenboim hijo como solista. Su violín cantó con un sonido profundamente metálico, envarado, tenso e impositivo. Poca o ninguna delicadeza desprendió la ejecución de Michael Barenboim, como si no se sintiera cómodo con la obra. Nada hubo de alado, de evanescente en su sonar. Cuesta imaginar cómo se desenvolvería con la partitura junto a un director más afín a Beethoven y menos a una tradición interpretativa en retirada. El Larghetto resultó francamente detestable por la conjunción de un violinista de exagerado vibrato y deformada densidad armónica junto con una orquesta sometida a un dialogo imposible en el que toda cantabilidad era contumazmente aniquilada. La morosidad de la batuta de Barenboim llegó a ser exasperante durante todo el Concierto, ya desde los primeros compases de la pieza, convertidos en una caricatura testosterónica y pálida de Beethoven, de lo que se puede hacer con la música del genio de Bonn y de lo que, en efecto, grandes especialistas hacen con ella (los Gardiner, Herreweghe, Norrington, Honeck, Immerseel, Dausgaard…)". Gracias AMCSánchez.
Después del entrentamiento que tuve el otro día con Ismael en Twitter, no me quedan más ganas de seguir con el asunto. Estoy cansado, muy cansado. Un saludo.
Estimado Fernando:
De las novenas beethovenianas que tiene Barenboim, ¿cuál es su favorita/referencial? Muchas gracias.
Saludos desde Argentina,
Mario
Sin duda la primera de ellas, la de Erato.
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