domingo, 24 de diciembre de 2017

Dos Cascanueces contrapuestos: Ozawa y Barenboim

Parece que he tomado como costumbre traer una versión de El Cascanueces a este blog por Navidad. Pues esta vez que sean dos, y por completo contrapuestas entre sí: la registrada en audio –excepcional toma sonora– por Seiji Ozawa y la Sinfónica de Boston para Deutsche Grammophon en diciembre de 1990, y la filmada en la Staatsoper de Berlín el 23 de diciembre de 1999 con coreografía de Patrice Bart bajo la batuta de Daniel Barenboim. Esta última ha sido recientemente pasada a formato Blu-ray por Arthaus con “upscale” de la imagen a 1080i –no se nota mucho la mejoría–, más sonido ahora en stereo y –aunque la carátula no lo dice– multicanal DTS Master Audio. Como verán más abajo, tengo mi ejemplar firmado por el maestro. Pero vamos primero con el oriental.


Haciendo gala de una técnica de batuta portentosa, Ozawa ofrece una dosis de extrema depuración sonora para ofrecer una interpretación extremadamente fluida, refinada y elegante, pero no cursi ni amanerada, que se interesa mucho antes por la delicadeza, el encanto, el colorido sensual y la levedad bien entendida que por la rusticidad y el carácter dramático que identificamos –escúchese la maravillosa selección del primer acto que ofreció Mravinsky al final de su vida– como signos más propiamente rusos. Todo ello siempre dentro de una visión amable y un punto naif que complacerá a la mayor parte del público. Otra cosa es que, aunque no falten aquí chispa ni brillantez, se prefieran enfoques vehementes, de un humor más sarcástico y tensiones más extremas. En este sentido, la transformación del cascanueces en príncipe se queda algo corta en fuego visionario, mientras que en el Vals de los copos de nieve al maestro se le va un poco la mano a la hora de ofrecer ligereza. Una interpretación, en cualquier caso, de enorme belleza que se disfruta de principio a fin sin exigirnos ningún esfuerzo intelectual.


Todo lo contrario con Barenboim. En sintonía con la propuesta escénica de Patrice Bart, que transforma el cuento de Hoffmann en una inquietante historia de traumas infantiles, el de Buenos Aires ralentiza de manera muy considerable los tempi, elimina de manera implacable toda levedad ofreciendo en su lugar una buena dosis de densidad tanto sonora como expresiva, sustituye el colorido amable por otro mucho más oscuro , acentúa los picos de tensión y se decide a bucear en los aspectos más tenebrosos de la música. Barenboim parece querer enfrentarse al público acomodaticio: “¿creéis que El Cascanueces es bonito? ¡Pues os vais a enterar!”. El resultado es revelador, pero también muy discutible. Hasta cierto punto se pueden trazar paralelismos con la Carmen de Leonard Bernstein, aunque en más de un momento de quien yo me he acordado es de dos de mis músicos favoritos: Otto Klemperer y Bernard Herrmann. Por la mala leche del primero, por el sentido de lo tenebroso del segundo y por el sarcástico sentido del humor de los dos, claro está.

Así pues, quien busque aquí chispa y encanto no los encontrará. En más de un momento, y aun sintonizando plenamente con semejante propuesta, yo mismo he echado de menos mayor riqueza conceptual: sí, a veces Barenboim resulta un poco pesadote, alicorto en fluidez y en elegancia. Pero a cambio, ¡qué manera de redescubrirnos músicas una y mil veces escuchadas! Y no solo por el peculiar tratamiento expresivo al que somete a la partitura, sino también por la enorme imaginación en el fraseo y por una flexibilidad a la hora de tratar la agógica que debió de hacer pasar malos ratos a los bailarines. La Danza de los mirlitones –puro humor negro– o la del Hada del azúcar son reveladoras, la Danza árabe destila un misterio embriagador y el Vals de las flores olvida todo impulso danzístico para recogerse en el lirismo más sensual. Lento pero al mismo tiempo extremadamente encendido el gran paso a dos del segundo, cuyo clímax desprende verdadero fuego erótico. Y escarpados a más no poder los picos dramáticos de la obra, entre ellos el final.

De la propuesta escénica –que pude disfrutar en directo en mi primera visita a Berlín años más tarde, bajo la batuta de otro director– no sé muy bien que decir. Bart nos cuenta la historia de Clara, una chica traumatizada por el rapto de su madre cuando era pequeña a la que un siniestro Drosselmeyer somete a terapia regalándole un cascanueces en el que, por descontado, ella cree encontrar respuesta a sus insatisfacciones sexuales y recuperar al mismo tiempo a su progenitora. Para elloel coreógrafo realiza algunas alteraciones en el orden de la partitura –nada grave, no se preocupen– y deja de lado toda la historia de los ratones, aunque en las danzas características ofrece exactamente lo que todo el público espera ver.

Algo parecido ocurre con la vertiente puramente danzística: la primera parte es más propiamente dramática –léase teatral–, con pocas concesiones de cara a la galería, mientras que en el Vals de los copos de nieve y en la segunda mitad encontramos ballet “de toda la vida”, incluyendo toda suerte de exhibiciones clásicas que permiten el lucimiento de los solistas, muy particularmente de una Nadja Saidkova de lo más expresiva en el rol de Clara, pero también increíblemente diestra bailando sobre las puntas la Danza del Hada del azúcar. Elegantísimo asimismo Vladimir Malakhow y espléndido, aun sin muchas oportunidades para exhibirse, Oliver Mazt encarnando a Drosselmeyer. Correcta la escenografía y vistoso sin pasarse el vestuario, todo ello diseño de una Luisa Spinatelli que acierta a renunciar a lo tópico y a lo recargado sin traicionar por ello a la tradición.

Una cosa más, volviendo al apartado musical: la Staatskapelle de Berlín realiza una muy buena labor, pero en 1999 no tenía el mismo nivel que alcanza ahora. La Sinfónica de Boston, por el contrario, ofrece una ejecución literalmente insuperable. Por ello quiero recomendarles que conozcan las dos versiones. Y que las escuchen, como yo he hecho, en días consecutivos. Se extraen sabrosas conclusiones y se disfruta mucho. Feliz Navidad a todos.

5 comentarios:

vicentin dijo...

querido amigo, es también recomendable oir alguna suite como las que grabaron celibidache con Londres y Múnich, con 45 años casi de diferencia, y como no, ese clásico de Kna con la Filarmonica de Viena. Felices fiestas.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Voy a ver si cojo mis notas sobre la Suite e improviso una pequeña discografía.

Julio Salvador Belda Vaguer dijo...

Querido FErnando, agradecerte la entrada es un motivo ara felicitarte las fiestas y desearte todo lo mejor para el próximo 2018. Un abrazo.

Cristian Muñoz Levill dijo...

Si llega a hacer una discografía comparada, la suite de Mravinsky debería tener asegurado su espacio en ella: al menos para mí, su forma de abordar el Pas de deux es puro gloria.

Felices fiestas!

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

¡Felices fiestas, Don Julio!

Cristiandelicia, lo de Mraninski es maravilloso, pero no es "la suite" de toda la vida. En cualquier caso, no creo que encuentre tiempo para hacer la comparativa. Quiero dedicar más esfuerzo a la historia del arte, y para ello he de sacrificar parte de este blog. GRacias mil por le interés.

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