domingo, 4 de septiembre de 2016

Las sinfonías de Shostakovich por Kitajeko: no pierdan el tiempo

Este album de 12 SACD, editado por el sello Capriccio, conteniendo las sinfonías de Shostakovich a cargo de Dmitri Kitajenko y la Gürzenich-Orchester Köln, lo compré a precio de ganga en un viaje que hice a París allá por el verano de 2008. Empecé a escucharlo y lo he ido haciendo muy lentamente, por lo general comparando con otras interpretaciones de cada una de las partituras. Hasta ahora no he terminado: imagínense lo poco que me ha venido entusiasmado su contenido.


En realidad, no puede decirse que sea este un mal ciclo: el maestro nacido en Leningrado demuestra no solo un buen oficio a la hora de levantar la arquitectura –cosa nada fácil en estas sinfonías– y de hacer que su orquesta, una digna formación de segunda fila, esté a la altura del enorme reto. También sabe de qué va la cosa en lo expresivo –no "oficializa" las sinfonías, como a veces le pasaba al mismísimo Mravinski– y hace gala de un gusto irreprochable. Lo que ocurre es que con la competencia discográfica que hay por ahí, desde el expresionismo visceral de Rozhdestvensky hasta el humanismo de Rostropovich, pasando por los logros de un Previn, un Sanderling, un Haitink o un Bernstein, nuestro artista se queda corto en inspiración, en garra y en compromiso expresivo. Se detectan, además, algunas irregularidades a lo largo de la integral.

En la discografía comparada de la Sinfonía nº 1 escribí que "el ya veterano maestro ofrece una lectura de muy buen pulso e irreprochable idioma, equilibrada entre lo burlón y lo dramático, a la que sólo le falta un punto de creatividad y le sobra algo de tosquedad para ser excepcional". Muy bien, pues.

Todo el arranque de la Sinfonía nº 2 resulta particularmente brumoso, incluso impresionista, aunque también un punto emborronado. Luego sigue con corrección, para ir alcanzando poco a poco la tensión interna y la brillantez que la obra necesita. El colorido es algo parco y carece de la incisividad requerida; se echa de menos una más clara disección de las texturas. A la postre no suena la obra todo lo “moderna” que debiera, sin esa frescura y descaro juveniles que la caracterizan

La Sinfonía nº 3, por el contrario, recibe una interpretación de muy alto nivel, pero cuyo colorido oscuro y hermoso, unido a un fraseo lírico y sin muchas aristas, resulta mucho antes romántico que atento a la modernidad de la pieza. La sección anterior al coro pierde un poco de pulso.

En la poliédrica y fascinante Sinfonía nº 4 el idioma, la arquitectura, la variedad expresiva y la ejecución son muy notables, pero en todos estos aspectos hace falta un poco más de compromiso para que la interpretación, algo plana y aburrida, llegue a convencer. El final resulta plácido antes que inquietante

Notable la Quinta, que sobresale por un Largo concentrado y muy hermoso, ya que no particularmente desazonador. El primer movimiento está bien planteado, perdiendo por una sección final en exceso nerviosa. El segundo es espléndido, siempre que aceptemos una comicidad ajena a lo corrosivo. Flojea el cuarto, ayuno de fuerza y rabia.

Aunque el arranque de la Sexta carece de toda la la inmediatez y el carácter doliente que necesita –un punto apagado, tristón incluso–, hay que reconocer que el maestro consigue la adecuada atmósfera ominosa en el primer movimiento. Magnífico el segundo, no particularmente incisivo pero lleno de fuerza y convicción. El tercero está muy bien, pero aquí necesita un punto más de desenfado y –al mismo tiempo, en Shostakovich los dos conceptos no son antagónicos– de mala leche.


El arranque de la Leningrado resulta muy extraño. Da la impresión de que el maestro intenta quitarle exceso de pompa, pero el resultado es que le falta grandeza. Tampoco le sale bien la marcha, banal cuando no lúdica en la primera parte, y un tanto descafeinada en la segunda. A partir de ahí las cosas mejoran de manera considerable, y Kitajenko acierta a la hora de mantener el pulso, de ofrecer una dosis suficiente de sarcasmo y, sobre todo, de desplegar un intenso aliento lírico, cantable y lleno de humanismo, pero no por ello complaciente.

Flojea seriamente la Octava. El primer movimiento resulta lento, flácido e insincero. El segundo y el tercero son correctos sin más, echándose de menos fuerza y rebeldía. La passagaglia es más tristona que doliente. El quinto empieza bien, pero tras llegar al clímax –no muy rebelde– se va deshilachando, en parte porque las intervenciones solistas tampoco son muy allá.

Lástima que el segundo movimiento de la Sinfonía nº 9 sea más rápido de la cuenta y no del todo inquietante, como también que al último le falte un poco de tensión, porque el enfoque global es muy certero, antes amargo que lúdico, y las intervenciones solistas –esta vez sí– son de gran sinceridad expresiva.

En la Décima el lenguaje es el apropiado y todo está en su sitio, pero el resultado es algo rutinario. Necesita una mayor implicación emocional en la partitura y un trabajo más intencionado del fraseo.

En la Sinfonía nº 11 el director ruso apuesta por una interpretación antes “romántica” que expresionista, atmosférica y descriptiva antes que visceral. Alcanza sus mejores momentos en el segundo movimiento, sobre todo en una escena de la matanza descrita de manera adecuadamente convulsa. Al tercero le falta un punto más de tensión interna y grandeza, mientras que el final, que le suena un poco a Star Wars, podría ser más opresivo.

El año 1917 es una sinfonía de menor inspiración que la que le precede en el catálogo, no necesitando por parte del intérprete la hondura humanística ni la carga trágica de aquella. Aquí lo que hace falta es frescura, sentido narrativo, solidez en la construcción sinfónica y vehemencia bien controlada. Kitajenko las ofrece y por ello alcanza en ella la cota más alta de su integral.

Volvemos al nivel medio con la Babi Yar: dirección muy centrada en lo estilístico y en lo expresivo, con maderas de adecuado tratamiento, pero no del todo rica en el color, ni matizada, ni tensa, por lo que termina aburriendo en los pasajes más débiles de la partitura. Arutjun Kotchinian está muy bien de voz y canta con propiedad, aunque en el primer número suene más suplicante que rebelde y sin mucha ironía.

En la Sinfonía nº 14 Kitakenjo ofrece una dirección lenta y con sentido de la atmósfera, pero (¡otra vez!) escasa de pulso y fuerza. El canto de Marina Shaguch es intenso y desgarrado, también algo agrio y poco atento a sutilezas. De nuevo Kotchinian luce una espléndida voz de bajo, pero como intérprete se muestra algo plano.

En la Décimoquinta el enfoque es admirable, acertando la batuta en el carácter siniestro de la obra sin caer en superficialidades y sin precipitarse en el último movimiento. Aun así, una vez más se echan de menos variedad expresiva y tensión interna.

La toma sonora se realizó entre 2003 y 2004 en dos recintos diferentes, unas en un estudio y otras en vivo en la Philharmonie de Colonia. Ni unas ni otras están especialmente bien grabadas. Ahora bien, el formato SACD ofrece un relieve y una carnosidad que compensan las insuficiencias de los ingenieros de sonido.

Muy en resumidas cuentas: un ciclo correcto, con su punto más alto en la Sinfonía nº 12 y el más bajo en la Octava, que resulta globalmente prescindible. No pierdan el tiempo.

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