sábado, 25 de mayo de 2013

Kopelman y Leonskaja en el Auditorio Nacional: entre toses

Concierto muy exquisito el de ayer viernes por la tarde en la sala de cámara del Auditorio Nacional. Lo protagonizaba el Cuarteto Kopelman, que no es sino una actualización del mítico Cuarteto Borodin. Este último sigue existiendo -sustancialmente renovado-, pero las maneras interpretativas del que ayer se escuchó en Madrid no son otras que las marcadas por quien durante veinte años fuera su primer violín, Mikhail Kopelman: tensión extrema, desgarro lacerante sin excederse en la "rusticidad expresionista", una concentración enorme que permite prestar especial atención a la creación de atmósferas, y desinterés total por la belleza sonora como fin en sí mismo. O sea, lo que permitió al Borodin de aquellos tiempos ser intérprete genial de los cuartetos de Dimitri Shostakovich.

Ahora bien, a mi entender hay una seria desventaja del Cuarteto Kopelman con respecto al antiguo Borodin: la personalidad del primer violín es tan fuerte que se impone en exceso sobre sus tres nuevos compañeros (nuevos en su vínculo artístico, no precisamente en edad), produciendo desequilibrios que se hacen patentes sobre todo con el violonchelo de Mihkail Milman, que resulta un tanto desdibujado. En cualquier caso, una formación de buena altura técnica y enorme compromiso expresivo.

Programa extraño y desigual. Se abrió la velada con el Cuarteto nº 1 de Szymanovsk, de 1917: una obra de primera madurez, con la importante Tercera Sinfonía a sus espaldas pero con El rey Roger todavía por llegar. El Kopelman, ni que decir tiene, no prestó tanta atención a las obvias influencias impresionistas de la página como a sus aspectos más "modernos", "expresionistas" si se quiere, lo que derivó en una interpretación particularmente encendida.

Mucho más reciente es el Cuarteto nº 3, "Páginas de un diario no escrito", de Krzysztof Penderecki: se remonta tan solo a 2008. La obra, irregular pero interesante, mezcla con el eclecticismo digamos "posmoderno" propio la evolución más reciente del autor elementos digamos que "expresionistas", melodismo de corte claramente tardorromántico y referencias folclóricas de cierto sabor bartokiano; todo ello usando algún recurso tan obvio como efectivo (el ostinato en 3/4 que va disminuyendo en volumen para luego volver a forte) y poniéndose al servicio de una idea expresiva que, a la postre, se encuentra fuertemente marcada con la melancolía: el subtítulo de la obra tampoco deja lugar a dudas en este sentido.

Una sola obra, no muy larga, para la segunda parte: el Quinteto para piano y cuerda de Alfred Schnittke, escrito entre 1972 y 1976 a raíz del fallecimiento de la madre del compositor y bajo la muy obvia influencia expresiva del más sombrío Shostakovich, hasta el punto de que el movimiento final de la obra es un directo "homenaje" (ustedes ya me entienden) del que asimismo cerraba el Quinteto del autor de La nariz. La interpretación contó con la complicidad de otro monstruo sagrado de la escuela rusa, la enorme Elisabeth Leonskaja, vinculada a su vez a Sviatoslav Richter y compartiendo con él, y con el Borodin de los setenta y ochenta, idénticos parámetros interpretativos: música pensada directamente para herir al corazón.

Así las cosas, los resultados interpretativos fueron excepcionales: los artistas sintonizaron perfectamente con el carácter inquietante y espectral, de atmósfera marcadamente mortuoria y espíritu en gran medida nihilista, de la obra del malogrado compositor soviético. Por desgracia hubo un factor que me impidió disfrutar de la obra: las numerosas y muy estentóreas toses y otros ruidos varios de una pequeña pero molestísima parte del público, que resultaron particularmente inconvenientes en una página que está llena de largos y muy decisivos silencios. No pueden imaginar la mirada de póquer que entrecruzaron los artistas nada más acabar la ejecución.

Pese a todos los pesares, se aplaudió mucho (sí, vítores tras una obra de Schnittke) y hubo propina. La mejor posible, y también la más obvia: el Largo del Quinteto de Shostakovich, página en gran medida de exhibición expresiva del primer violín. El Kopelman de tiempos del Borodin ya lo había grabado dos veces, una con Richter y otra con la propia Leonskaja: interpretaciones inenarrables ambas. Fíjense cómo sería la de Madrid -pese a algún desliz técnico- que a quien esto suscribe literalmente se le saltaron las lágrimas en el clímax.

2 comentarios:

WL dijo...

http://www.rtve.es/alacarta/audios/musica-viva/musica-viva-elisabeth-leonskaja-cuarteto-kopelman-15-12-13/2232454/

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Muchas gracias, pero el contenido ya no está disponible. Demasiado tarde, qué lástima.

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