miércoles, 29 de mayo de 2013

Imeneo de Haendel en Madrid con Hogwood y su Academy

El gran morbo de la versión de concierto de Imeneo, ópera seria de Haendel estrenada en 1740 hoy día apenas grabada y representada, que se ofreció el pasado domingo 26 de mayo en el Auditorio Nacional dentro del admirable ciclo Universo Barroco que organiza el CNDM, era ver el reencuentro entre Christopher Hogwood -ya un tanto desmejorado: son 71 tacos- y su Academy of Ancient Music de toda la vida. O sea, una conjunción mítica dentro de la historia interpretativa de este repertorio. Hoy día las cosas han evolucionado y sus criterios han sido enriquecidos por los de otros intérpretes, pero hoy no estaríamos donde estamos sin la trascendental aportación que ellos realizaron en la segunda mitad de los setenta y la primera de los ochenta.


Obviamente el Hogwood de hoy no es exactamente el mismo. Ni tampoco la Academy, dicho esto al pie de la letra: la gran mayoría de los nombres son nuevos, y no precisamente británicos. Y hay que añadir que esta renovada Academy es superior a la antigua. Creo haber escuchado en directo a la mayoría de las grandes formaciones barrocas de la actualidad, y desde luego no recuerdo haber conocido nunca una cuerda tan tersa, empastada y milagrosamente afinada como esta. Por otra parte su director emérito, y ahí está el cambio en lo que a él se refiere, ha suavizado su tendencia a hacerla sonar ácida, algo que quizá tenía sentido hace décadas para diferenciarse en lo sonoro de formaciones como los English Baroque Soloist o The Classical Players (que luego descubrimos que eran los mismos cambiando los primeros atriles, dicho sea de paso). El director y clavecinista británico ya no necesita semejante rasgo identificatorio, ni tampoco ir de cruzado defendiendo unas posturas que ya están más que asentadas, por lo que ha tenido a bien moderar, con toda sensatez, sus planteamientos sonoros.

Ahora bien, Chris -así firma sus autógrafos- sigue siendo Chris, y su Haendel sigue siendo su Haendel: rápido, agilísimo, luminoso, transparente a más no poder, pero también escaso en densidad dramática (¡no confundir con el pathos romántico!) y con tendencia a lo pimpante en el fraseo. Todavía hay quien piensa que estos son, necesariamente, rasgos propios del historicismo. Pues no: Hogwood heredó estas maneras de Sir Neville Marriner, con quien tanto trabajó en los años setenta, y este último las ha seguido practicando hasta hoy mismo sin incorporar un solo instrumento original. Vamos, un Haendel british cien por cien, desde luego no el mejor posible dentro de esta línea (ahí están King y Pinnock, incluso el último Christophers), pero en cualquier caso de enorme solidez y, por derecho propio, ya histórico. Ah, magnífico el continuo a base de tiorba y dos claves, entre estos últimos el del ya muy veterano Alistair Ross.


El rol titular estuvo bien defendido por el joven barihunk -de hecho más barítono que bajo, que es lo que demanda el rol- Vittorio Prato, centrado tanto en el estilo como en la expresión y sin problemas con las agilidades. En cualquier caso, el papel más importante es el de Tirinto, su rival amoroso: canceló David Daniels y le sustituyó la joven mezzo Renata Pokupic, muy aplaudida en su aria de bravura "Sorge nell’alma mia" y emocionante a más no poder en "Se la mia pace". Encarnando a la disputada Rosmene nos encontramos a una correcta y musical Rebeca Bottone, cuya principal limitación era poseer una voz no muy adecuada para su parte, entre otras cosas por su escasa diferenciación con la de la Corimi de Lucy Crowe, absolutamente deliciosa en sus intervenciones: procuraré conocer su Zorrita Astuta de Glyndebourne recién salida en DVD. Stephen Loges se limitó a cumplir -hubo algún grave cercano al eructo- en el rol de Argenio.

Curiosamente, en esta ópera decididamente menor el coro cuenta con varias y muy bellas intervenciones: los cantantes de Coro de la Academy lucieron con la excelsitud que es de esperar en una formación británica de esta clase. Un notabilísimo espectáculo, en definitiva, que en el momento de terminar estas líneas está disfrutando el público del Barbican Hall londinense.

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