Funciona bien la batuta de Paolo Carignani, que dirige con magnífico pulso teatral y notable sentido del color, aunque no resulte particularmente inspirado y se pase en los portamenti del tercer acto. A Emily Magee le pasa lo de siempre: su voz -de lírica pura- es de buena calidad y la línea de canto no presenta apenas fisuras, pero en lo expresivo resulta un punto impersonal. Además le faltan la italinidad de una Dessí o la intensidad de una Mattila, por citar a dos grandes intérpretes recientes del rol. Buena Tosca, en cualquier caso. Hampson está bastante mejor de lo que en un principio se podría esperar, porque aunque su instrumento sea inadecuado -en exceso lírico- y le falte autoridad vocal, el barítono norteamericano recrea al personaje de manera sutil e inteligente, de modo particular en su vertiente escénica, siendo en este sentido el que parece sentirse más a gusto en la regie de Carsen.
¿Y Kaufmann? Lo de este señor cada vez lo tengo menos claro. Que su técnica sea heterodoxa es para mí lo de menos (¡cuántas barbaridades se siguen diciendo sobre Domingo amparándose en su presunto desprecio de lo canónico!); lo que me molesta es la pobreza, por no decir fealdad, de muchos de los sonidos que emite, particularmente cuando canta piano. En este sentido el arranque de “Recondita armonia” llega a poner de los nervios. Ahora bien, de justicia es reconocerle una gran sinceridad en la expresión y un manifiesto interés por matizar de manera sensible, y que incluso es capaz de ofrecer hallazgos de verdadero artista. Su sensible y emocionante “E lucevan le stelle” es un magnífico ejemplo de esto último. Grabación y filmación son irreprochables, y se incluyen subtítulos en castellano de Luis Gago.
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