sábado, 14 de mayo de 2011

El Beethoven de Caballé-Domenech en Úbeda

Me desplacé el pasado jueves 12 al Festival de Úbeda con la ilusión de escuchar, al frente de la Orquesta Ciudad de Granada, al ascendente Pablo González. Regresé con el rabo entre las piernas, porque justo antes de dar comienzo el concierto nos anunciaron que el aun joven maestro asturiano iba a ser sustituido por Josep Caballé-Domenech. Se cambiaba además por la obertura Coriolano el previsto estreno de una partitura de Miguel Gálvez Taroncher escrita por encargo del propio festival, sin que sepamos aún a qué razón obedecía semejante circunstancia. Las otras dos obras sí seguían en cartel: el Concierto para violín y oboe de J. S. Bach y la Quinta sinfonía de Beethoven.

La orquesta granadina sigue siendo una formación de alto nivel que resulta de lo más adecuada para el clasicismo y el primer romanticismo, aunque el número de sus integrantes, en esta ocasión en torno a unos cincuenta, parece pedir un enfoque interpretativo renovado frente al de la “gran tradición” sinfónica. Eso fue justamente lo que hizo Caballé-Domenech: tempi más bien premiosos, articulación ágil e incisiva, mayor relieve de los vientos frente a la cuerda y relativa moderación del vibrato. Para entendernos, lo que hizo el maestro catalán fue acercarse un tanto a las maneras de Paavo Järvi en su reciente integral, solo que suavizándolas de manera considerable, al igual que lo del director estonio es en cierto modo una especie de “domesticación” de las maneras beethovenianas de Harnoncourt.

¿Fue acertado hacerlo de esta forma? A mí me parece que sí: insisto en que las características de la OGC invitaban a ello, al igual que lo hacían las dimensiones y la acústica de la iglesia del Hospital de Santiago ubetense. Ahora bien, una cosa es el enfoque y otra los resultados. Tanto en Coriolano como en la Quinta la batuta mostró pulso firme y supo imprimir dinamismo, teatralidad y brillantez, pero resultó también un tanto rígida, incluso cuadriculada, corta en vuelo lírico y en esa particular dimensión humanística que caracteriza a la mejor música del sordo de Bonn. Hubo además una buena cantidad de desajustes -menores pero más abundantes de lo deseable- que afearon un tanto las en cualquier caso muy dignas, solventes y disfrutables interpretaciones.

Lo que apenas me interesó fue el Bach. No hubo aquí director; la orquesta se limitó a seguir las indicaciones de su concertino Yorrick Troman, que en este caso asumía asimismo las funciones del solista con fortuna más bien escasa desde el punto de vista técnico. Bastante mejor estuvo Eduardo Martínez al oboe. En cualquier caso lo que a mi modo de ver estropeó la interpretación fue la sosería con que fraseó la orquesta, en una línea digamos “tipo Marriner” (para entendernos) pero más indolente y descafeinada aún. Por mucho que la OCG haya experimentado con la música barroca, siempre hace falta una mente detrás que tenga ideas interesantes y que sepa comunicarlas a sus compañeros. Otra vez será.

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