lunes, 28 de junio de 2010

¿La mejor orquesta de Madrid? La JONDE con Ros-Marbà

Fin de semana en Madrid. El viernes repetí Chicago (enlace): aunque el pobre de Manuel Bandera tenía la voz tomada la función siguió pareciéndome estupenda. El sábado estuve maravillándome en el Teatro Real con el portentoso Nederlands Dans Theater . Esta tarde he asistido a La ciudad muerta (ya hablaré de ella cuando vuelva a mi refugio segureño). Y ahora quiero hablar con el concierto matinal de hoy domingo 27 de junio en el Auditorio Nacional, reencuentro para mí con la JONDE después de muchos años.

La sorpresa ha sido mayúscula: si esta no es la mejor orquesta de Madrid, poco le falta. No podemos desdeñar, ciertamente, la irreprochable técnica de batuta de Antoni Ros-Marbà, pero lo cierto es que al veterano maestro catalán le escuché hace año y medio en este mismo auditorio con la ONE (enlace) y los resultados fueron menos satisfactorios. Así que a quienes hemos de aplaudir es a los chicos y chicas que actualmente integran la Joven Orquesta Nacional de España, que supieron sonar muy sólidos, seguros y empastados. Que los jóvenes sean bastante mejores que sus mayores nos hace pensar que, pese al bochornoso nivel educativo que en todas las áreas del conocimiento se está extendiendo en España, podemos albergar esperanzas con respecto al futuro de algunas de nuestras orquestas. Bravo por todos, porque estuvieron estupendos.

En lo que a la labor de batuta se refiere hay que matizar. De Las Hébridas ofreció Ros-Marbà una muy sólida y estimable versión, bien trazada y de excelente gusto, aunque solo eso: ya se sabe que en la genial obertura de Mendelssohn son pocos, poquísimos los que han logrado alcanzar la verdadera excelencia. En el Concierto para violonchelo nº 1 de Haydn el maestro logró a la perfección lo que pretendía: ofrecer una visión del Clasicismo marcada por la suavidad, la total ausencia de aristas y el rechazo a cualquier tipo de tensión sonora o expresiva. A muchos les debió de parecer una realización de admirable pureza. Para mí fue un verdadero espanto. Menos mal que estaba el enorme Christophe Coin (chelo con pica, vibrato generoso) haciendo gala de la belleza sonora y de la sobria pero intensa musicalidad que le caracterizan.

La Heroica me dejó indiferente. Sus virtudes fueron la corrección del trazo (no hubo necesidad de recurrir a tirones de tempo, ni salidas de tono o excesos), el equilibrio de planos, el sutil manejo de la agógica y la belleza sonora que batuta y orquesta supieron ofrecer dentro de una visión clásica en el mejor de los sentidos. Como insuficiencia hubo una sola, pero muy grave: la indiferencia expresiva. Indiscutiblemente la Tercera tiene que sonar con equilibrio y transparencia, pero una cosa es eso y otra muy distinta no ofrecer la densidad dramática, el pathos y la grandeza (que no grandiosidad) que hicieron que las sinfonías beethovenianas en general y esta obra en particular marcaran un antes y un después en la historia de la música. Se aplaudió mucho pero no se ofreció propina, y eso que parecía haber movimiento en los atriles.

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