Se trata de una interpretación larga, no por los tempi sino por incluir todas las repeticiones. Larga en minutaje, musculada en la sonoridad, densa en concepto: los rigoristas de lo "históricamente informado" o quienes busquen un Mozart primordialmente amable, jovial y distendido que se mantengan bien alejados de ella, por favor. Porque se trata de una interpretación poderosa y combativa. Pero no por ello resulta "romántica" ni –menos aún– hinchada, por mucho que a los de la kale barroka les pueda parecer tal cosa, pues el más riguroso equilibrio entre forma y expresión preside el registro y se aporta, además, un punto de severidad neoclásica que le sienta muy bien a la partitura.
El primer movimiento se desarrolla sin prisas, permitiéndose el maestro cantar con efusividad las melodías y combinar la garra dramática habitual en sus maneras de enfrentarse a este repertorio por aquellos años con una buena dosis de luminosidad, incluso de carácter apolíneo. El Andante cantabile parece fraseado siguiendo los latidos de un corazón, con una especie de pálpito anhelante en el que se entremezclan lo terrenal y lo espiritual sin que sepamos muy bien qué sentimientos nos llevan a la desazón. Tampoco hace falta: lo importante es que esa experiencia humana está ahí, que cada uno puede interpretarla como quiera, pero quedando bien claro que no se trata de una música para sonar, para evadirse o para crear un hermoso telón de fondo. Difícil es explicar con palabras el vuelo lírico que aquí extrae la batuta de una cuerda cuya articulación debió de matizar hasta el extremo y cuyas maderas respiran con un humanismo sobrecogedor.
El Menuetto, poderoso pero sin pesadeces, resulta irreprochable dentro de su ortodoxia. ¿Y el Finale? Solo a medida que avanza parece alcanzar la temperatura emocional de las recreaciones que le hemos escuchado con la WEDO, entre ellas la filmación neoyorquina disponible en streaming, pero globalmente este Molto allegro de París es superior en lo que se refiere a la administración de tensiones y, de manera particular, a la organización de su genial polifonía. ¡Y qué decir de la espiritualidad que desprende la pausa antes de la sección fugada final!
En fin, una de las Júpiter más asombrosas de toda la discografía. Suena magníficamente, además: hay un punto metálico en la cuerda, pero la orquesta suena con un relieve muy superior al de otras grabaciones del productor Suvi Raj Grubb. No se la pierdan.

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