La definición no es mía: es de un amigo que tiene mucho más oído que yo. Y resulta de lo más exacta para revelar qué hay realmente detrás de esa monumental tomadura de pelo llamada Rosalía. En el fondo, este fenómeno se parece bastante al de la inefable Madonna, una señora sin talento artístico ninguno que fue capaz de hacerse famosa y rica rodeándose de un equipo de producción musical y de otro de marketing increíblemente astutos; equipos que supieron hacer del eclecticismo posmoderno una seña de identidad, rastrear qué nicho de mercado había que poner en el punto de mira en cada momento y falsificar lo que tenían entre manos para presentar el reciclaje como atrevimiento, personalidad o vanguardia.
Lo de la cantante (?) catalana es lo mismo. Rosalía ni tiene voz ni sabe cantar. Sin embargo, su equipo mete aquello en una máquina para que parezca que suena bien, al mismo tiempo que fagocita sin pudor los materiales más diversos. En el caso de este último disco que se acaba de presentar se incluye en la mezcla la música clásica y se cuenta, qué bochorno, con la presencia de una Sinfónica de Londres que piensa en libras esterlinas. Al mismo tiempo, compositores y productores, seguramente bien apoyados en un buen algoritmo y en más de una inteligencia artificial, pergeñan la más espantosa, insoportable mezcla de géneros y estilos que uno se pueda imaginar. Cuidándose mucho, eso sí, de no aburrir al personal: en estos tiempos del Tik Tok, o como se llame la cosa esa, el personal no aguanta más de dos minutos con la misma copla, así que se corta todo en trocitos pequeños para que el disco pueda funcionar de hilo musical más o menos variado.
Lo peor no es eso, en cualquier caso, porque en todo su derecho se está de vender basura si la gente está dispuesta a pagar por ella. Lo grave es la pretenciosidad del producto, la manera de revestirse de un aire de "alta cultura" para que el oyente piense que no está escuchando "vulgaridades" pensadas para el consumo de las masas, sino algo destinado a personas "con sensibilidad" que son capaces de reconocer –creen ellas, cortitas como están de cultura musical– a Vivaldi, a Philips Glass o incluso a Jerry Goldsmith (¡juro haber visto por ahí una comparación con La profecía!), cuando la cosa no va más allá de Liberace o Richard Clayderman, si bien superando a ambos en carácter hortera. De las letras, casi mejor no hablar: bien los productores no tienen sentido del ridículo, bien han confiado en exceso en la AI.
El disco, en definitiva, resulta inescuchable: un servidor muy a duras penas ha llegado al último corte. Qué quieren que les diga, si quiero escuchar música fake hecha por una máquina prefiero escuchar cualquiera de las canciones guarras de "Marifé Lación" o "Fátima Mada" disponibles en YouTube: al menos te ríes con la grosería.
En cuando al presunto talento de la millonaria esta para el flamenco, más bien flamenquito –en el disco también hay un fragmento de "nonaino na" ideal para el chiringuito playero–, le contesto en el dialecto de mi ciudad, esa misma que ella cita en su disco diciendo que "perdí las manos en Jerez": mira, shosho, te viene al Villamarta, que ajquí zabemo argo der cante, y nos lo cuenta. Zi te atreve, so canaya.

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