Antes de proseguir, conviene recordar que esta ópera en tres actos se estrenó en el Covent Garden en 1826, habiendo adquirido su obertura una difusión mucho mayor que la obra lírica en su integridad. No debe extrañar, por ello, que en la lista que comienza a continuación aparezcan la mayoría de los directores de primera fila. Una pena que no exista ningún testimonio de Giulini dirigiéndola.
1. Walter
(YouTube, 1931). Morbazo enorme: ver y escuchar al judío Walter dirigiendo en
Berlín en 1931. Tengo dudas sobre la orquesta, porque aunque en los comentarios
alguien afirma que se trata de la Filarmónica de Berlín, en el rótulo del vídeo reza que
Bruno Walter es “Generalmusikdirector”. ¿Vemos quizá a la de la Städtische Oper, actual Deutsche Staatsoper, de la que el maestro era entonces
titular? La versión musical, muy briosa y contrastada, no es convence en
absoluto por su rapidez y carácter machacón, si bien hay que aplaudir la
intención de Walter de remansarse en la sección central; la voluntad le dura
poco, por desgracia. (4)
2. Furtwängler/Filarmónica
de Viena (EMI, 1950). Producción de Walter Legge realizada en la Musikverein
que nos presenta al mejor Furt tardío y “de estudio”, esto es, un dechado de
nobleza, de sensualidad, de amplitud melódica y de magia poética en perfecta
combinación con el brío y el impulso dramático que la página necesita, todo
ello aderezado con el dominio de la agógica (¡qué rubatos!) marca de la casa
del inolvidable maestro berlinés. El nuevo reprocesado permite disfrutar sin
especiales problemas de la sonoridad de la orquesta. (10)
3. Böhm/Filarmónica
de Viena (Decca, 1951). Aunque puede influir la toma –a la que le va haciendo
falta un nuevo reprocesado que recoja mejor las dinámicas–, da la sensación de
que a Karl Böhm la orquesta le suena más claramente vienesa que a Furtwängler,
particularmente en una introducción en la que la tímbrica plateada de la cuerda
hace maravillas. Por lo demás, otra espléndida lectura "con denominación de origen", bien equilibrada entre elegancia y vigor dramático,
irreprochable en el trazo y de gran belleza. Faltan solo la personalidad y la
flexibilidad particular de su colega: el de Graz siempre fue un poco adusto.
(8)
4. Szell/Filarmónica
de Nueva York (CBS, 1952). La mejor tradición centroeuropea llega a New York de
la mano de un Szell de cincuenta y cuatro años que, como siempre, prima la
perfección por encima de la emoción, pero que también evidencia irreprochable
gusto y buen instinto a la hora de equilibrar los ingredientes expresivos
tan distintos entre sí que alberga está página: hermosa y concentrada la
introducción, tan brioso como elegante el resto. En cualquier caso, la orquesta
no es nada del otro jueves y él mismo, ya con el instrumento increíble que
todos asociamos a su arte, alcanzará una mayor inspiración que aquí. La toma es
discreta. (7)
5. Toscanini/Sinfónica
de la NBC (RCA, 1952). Otro europeo en Nueva York, pero este muchísimo menos
cuidadoso y bastante más vulgar. Aunque no siempre, la verdad sea dicha: don
Arturo dirige bien la introducción, paladeada con elegancia y atenta a la
plasticidad orquestal. El problema llega con la sección rápida: el de Parma se
echa a correr de manera desbocada –nada que ver con el autocontrol de Szell–,
convirtiendo la electricidad en verdadera razón de ser y pasando por encima de
las posibilidades melódicas de la música. Y lo hace con discutibilísimo gusto,
enfatizando de manera grosera los metales y planteando las transiciones con
brocha gorda. Ofrece la incuestionable claridad que es marca de la casa,
cierto es, pero para eso mejor acudir a lo que el maestro húngaro hizo el mismo
año. (5)
6. Sawallisch/Orquesta
Philharmonia (EMI, 1958). Sawallisch aún no había cumplido los treinta y cinco cuando
se puso a las órdenes de Walter Legge para hacer exactamente eso para lo que el
productor discográfico había creado la Philharmonia: alcanzar el mayor nivel de
perfección técnica posible. Lo consiguió. Además de eso, el maestro bávaro
ofreció una enorme solidez en el trazo –concentrado, firme, sin
precipitaciones–, equilibrio expresivo y bien gusto. La inspiración poética,
lástima, se quedó por el camino: él no tenía culpa de que tan solo dos años
después vendría Klemperer a demostrar que se podía sacar mucho más partido de
la página. La toma es un estéreo correcto para la época que sufre bastante
distorsión; una pena que Warner no se haya animado a realizar un nuevo
reprocesado de este material. (8)
7. Klemperer/Orquesta
Philharmonia (EMI, 1960). La relativa relación temática de esta página con El sueño
de Mendelssohn se da también en lo interpretativo, porque lo que el genial
maestro de Breslau hizo con la partitura mendelssohniana que ilustraba la obra teatral de
Shakespeare enlaza en buena medida con la concentración llena de magia feérica
de la introducción, con la manera de combinar sonoridades graníticas con la
máxima agilidad, transparencia y depuración sonora posibles, con la fuerza
interna intensa pero ajena al arrebato pasional y con la poesía al mismo tiempo –tremenda cuadratura del círculo–elegantísima y severa que despliega en esa
obertura de Weber. Le falta, eso sí, ese punto de sensualidad y de humanismo
que había conseguido Furtwängler y de los que mucho más tarde harán gala Celibidache y Barenboim. El sonido ha quedado bastante aceptable con la alta definición de
2023, pese a ser un poco lejano. (9)
8. Bernstein/Filarmónica
de Nueva York (CBS, 1960). Podría esperarse que esta lectura se viese
perjudicada por las precipitaciones del Bernstein juvenil, pero no: la
introducción se encuentra expuesta con sosiego, plasticidad en el tratamiento
de la cuerda y magia poética. Luego sí que Lenny de desmelena, pero a pesar del
carácter un tanto primario del trazo su inconfundible mezcla de frescura y
comunicatividad termina ganando la partida. La toma adolece de una importante
distorsión tímbrica, si bien la alta resolución del nuevo reprocesado resulta
muy bienvenida. (7)
9. Szell/Orquesta
de Cleveland (CBS, 1963). Esta vez con una toma de sonido a la altura de las
circunstancias y respaldado por la increíble orquesta que él mismo fue forjando
con paciencia, el maestro de Budapest repite y mejora su notabilísimo acercamiento,
francamente sólido en el trazo y muy certero en lo expresivo, que solo en
comparación con lo que habían hecho un Furtwängler o un Klemperer dejar
entrever que hay más literalidad que poesía en los resultados. (8)
10. Kubelik/Sinfónica
de la Radio Bávara (DG, 1963). Desde el registro de Furtwängler no se escuchaba
una introducción tan inspirada, no ya por su concentración, sino
particularmente por su sensualidad, humanismo y magia poética. Una pena que
seguidamente al maestro checo se le vaya la mano en lo que a electricidad y
energía se refiere: está muy bien que el planteamiento aúne vigor, fuerza y
rusticidad bien entendida, aportando igualmente una dosis muy interesante de
frescura y desparpajo que se aleja un tanto de lo que habían hecho un Böhm, un
Szell o un Klemperer, pero hay más nerviosismo de la cuenta y se echan en falta
el autocontrol de los citados maestros. Toma con distorsión: le va haciendo
falta un nuevo reprocesado. (7)
11. Szell/Orquesta
de Cleveland (Sony, 1970). Aceptable toma en vivo realizada en
Tokio para una lectura en la misma línea que la que el maestro y su orquesta
realizaron en estudio, sólida y bien trabajada, pero lo cierto es que la inspiración
parece algo menos: junto con la energía, el empuje y el entusiasmo están
también esa tendencia a los ataques secos y el fraseo enjuto propios de Szell. (7)
12. Karajan/Filarmónica
de Berlín (DG, 1971). Una tos nos hace pensar que la toma, con más soplido de
fondo y distorsión de lo esperado, podría ser en directo. Pero no: estamos en la
Jesus-Christus-Kirche y el ingeniero es Günter Hermanns. Simplemente, las cosas
no se hicieron bien. Y es una pena, porque la interpretación es de altura. Las
secciones en piano están dichas con una certera mezcla de sensualidad y depuración
sonora, mientras que las extrovertidas son puro brío, opulencia y rotundidad,
siempre con la más perfecta planificación. Todo ello, por descontado, dentro de
un enfoque marcadamente sinfónico –mucho músculo en la sonoridad– en el que el
deleite en los grandes contrastes dinámicos y una contundencia excesiva juegan
en contra. Puro Karajan, en definitiva. (8)
13. Solti/Sinfónica
de Chicago (Decca, 1973). Ante todo, es necesario destacar el soberbio nivel
técnico que alcanzan el maestro húngaro y la orquesta a la que había llegado
tres años atrás: hay que esperar a que la Filarmónica de Berlín ofrezca sus
interpretaciones con Petrenko, Weigle y Barenboim para escuchar algo con tan
alto grado de depuración sonora, seguridad, brillantez y belleza. En lo
expresivo, sorprende que el por entonces todavía algo nervioso Sir George
paladee con semejante concentración la mágica introducción de la obra, trabajando
a la cuerda con enorme plasticidad y haciendo un uso muy sutil de los
reguladores. Por descontado, el resto es puro Solti sanguíneo y vital, muy
apoyado en el ímpetu rítmico y la incisividad de los ataques, brillante en el
mejor de los sentidos, pero capaz de sujetar bien las riendas –no siempre lo
conseguía– y de ofrecer matices que eviten caer en la linealidad en la que
incurrieron otros directores con parecidos planteamientos. Equilibrada y
natural la toma realizada en el Medinah Temple, cortesía del gran Kenneth
Wilkinson. (9)
14. Celibidache/Filarmónica de Múnich (EMI, 1985). Va lento el maestro rumano (10:45). Lento y algo parsimonioso, a decir verdad: en 2025 Barenboim le superará en minutaje, pero no dará esa sensación de morosidad. Pero importa poco, porque lo importante es que Celi se decide a plantar cara a la tradición de abordar la página desde una perspectiva eminentemente extrovertida, briosa e incisiva, tratando a la música con un vuelo melódico, una sensualidad y un carácter efusivo que hasta entonces no había sido puesto tan de relieve. Con el resultado tiene mucho que ver el fraseo mórbido, flexible y plenamente orgánico de una batuta que se las sabía todas a la hora de poner matices, otorgar sentido expresivo a los colores, planificar transiciones y atender a la claridad –perfecto equilibrio polifónico– sin dar la sensación de que esta se encuentra en el punto de mira. Eso sí, la orquesta tiene importantes limitaciones y sus primeros atriles en modo alguno se pueden comparar con los que más adelante lucirá la Filarmónica de Berlín en sus diferentes filmaciones. (10)
15. Norrington/The
London Classical Players (EMI, 1988). Pionera propuesta historicista para hacer
Weber sin vibrato y con instrumentos originales. A mi entender no hacía ninguna
falta, pero también es cierto que Sir Roger conecta bastante bien con el
carácter bullicioso y efervescente de esta música, que cuida de manera
apreciable la sonoridad, que frasea sin precipitaciones y que presta más
atención que otros maestros famosos a esa importante sección lenta central que
permite aliviar tensiones y preparar las venideras. Eso sí, la expresividad más
bien insulsa de la cuerda y la tendencia a la levedad que eran de esperar están
ahí, para disgusto del oyente tradicional, y como a su vez tampoco hay aquí
ninguna de esas “gamberradas” que tanto le gusta a la actual kale barroka, esta
recreación en su momento presuntamente atrevida se ha quedado un poco en tierra
de nadie. (7)
16. Sinopoli/Staatskapelle
de Dresde (DG, 1995). Uno de los directores más injustamente tratados por una parte de la crítica –y de algunos
músicos, ahí están las venenosas declaraciones de Teresa Berganza– fue el malogrado
Sinopoli, quien aquí ofrece una interpretación de perfecto estilo y
considerable inspiración. Sobresale en ella toda la sección introductoria,
cierto es que algo pimpante en lo que podemos denominar “marcha élfica”, pero
de una sensualidad y belleza rara vez escuchada; las calidades tímbricas de la
orquesta sajona tienen mucho que ver, claro está. Por lo demás, cierta
tendencia a lo curvilíneo en el fraseo que es marca de la casa y mucho fuego
bien controlado. Una mayor atención a la claridad, eso sí, se hubiese
agradecido. (8)
17. Barenboim/Filarmónica
de Israel (DVD Euroarts, CD Sony, Stage+, 1996). En este concierto por el 60
aniversario de la formación israelí Daniel Barenboim se ocupó únicamente de la
obra que abría el programa. Y lo hizo con enorme acierto, hasta el punto de que
aportó uno de los mejores registros hasta la fecha. No en lo que se refiere a
la ejecución, ciertamente, porque la orquesta no es gran cosa y dista de
ofrecer la limpieza y belleza sonora de otras formaciones, pero sí en lo
interpretativo: enorme dosis de misterio y sensualidad embriagadora en la
introducción, mágicas texturas feéricas más adelante y, ya en el resto de la
partitura, un equilibrio perfecto entre músculo y agilidad, pero sobre todo
entre fuego y voluptuosidad lírica. Sí, es cierto que en toda la parte
extrovertida se echa de menos mayor personalidad, pero lo compensa la atención
prestada a la sección lírica intermedia, que paladea con primor. (9)
18. Sinopoli/Staatskapelle
de Dresde (Hänssler, 1998). Lo mismo de tres años atrás, solo que esta vez no
se trata de una grabación “en estudio” en la Lukaskirche sino otra en directo
en la Semperoper. Suena peor, así que resulta prescindible. (8)
19. Haitink/Orquesta
del Covent Garden (YouTube, 1999). Esta filmación televisiva de la etapa en que
fue titular de la Royal Opera –recuérdese: lugar del estreno– es perfecto testimonio de arte justamente
calificado de “objetivo” que caracterizaba al maestro holandés: extraordinaria
solidez en la construcción, gusto irreprochable y renuncia a dejar una huella
personal, bien en forma de creatividad, bien en la voluntad de subrayar unos
aspectos por encima del otro. Por eso mismo resulta quizá un poquito lineal,
dentro de su considerable nivel. (8)
20. Jansons/Filarmónica
de Berlín (Digital Concert Hall y Stage+, 2000). Filmación en Tokio, de buen
sonido e imagen por debajo de los estándares de hoy día, en la que Mariss
Jansons deja constancia de su enorme solvencia y profesionalidad, como también
de un gusto irreprochable en el que no hay espacio para las precipitaciones ni
los excesos en que incurrían directores mucho más famosos, pero en la que
tampoco terminan de aflora la poesía que anida en los pentagramas: todo en su
sitio, y ya está. (7)
21. Thielemann/Filarmónica
de Viena (DG, 2002). Hay que agradecerle al maestro berlinés que apueste por
una lectura amplia de tempi en la que la cantabilidad, y no el carácter
trepidante por el que apuesta la mayoría de las batutas, se ponga en primer
plano en esta recreación en la que la belleza sonora de los Wiener
Philharmoniker es otra baza fundamental. Pero en ella reside, paradójicamente,
lo discutible del resultado: a Herr Thielemann le va la marcha en este sentido
y se recrea de manera excesivamente narcisista en los mimbres que tiene a su disposición, por no decir que incurre en lo preciosista e incluso en lo
relamido. Lástima. (7)
22. Neeme
Järvi/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2010). Grata sorpresa la del
patriarca de los Järvi, en esta ocasión mucho más que un concertador con
oficio. Hay en su lectura sonoridad apropiada, solidez en el trazo y equilibrio
expresivo, pero también apreciable musicalidad y buen gusto: las melodías están
bien cantadas, el impulso vital se encuentra sólidamente controlado e impera el
buen gusto. Eso sí, ni el tratamiento orquestal resulta particularmente
refinado ni la poesía alcanza todo su potencial: nunca fue lo suyo. Gloriosos
los primeros atriles. (8)
23. Jansons/Filarmónica
de Berlín (Blu-ray Euroarts y Digital Concert Hall, 2017). Repetición de la jugada, esta vez una
filmación en Pafos, en la hermosísima costa de Chipre. La imagen es ahora
superior, el sonido menos bueno. ¿Y la interpretación? Pues a pesar de las
soberbias intervenciones de los primeros atriles, más artesanía de primera
calidad que arte propiamente dicho. Demasiada competencia discográfica como
para prestarle atención al resultado. (7)
24. Kirill
Petrenko/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2021). Reveladora la
comparación de esta lectura del nuevo titular de os Berliner Philharmoniker con
la de Neeme Järvi once años anterior: el maestro ruso alcanza una dosis
superior de refinamiento, agilidad, transparencia y belleza tímbrica, pero en
lo expresivo se muestra mucho menos centrado: los momentos líricos le resultan
preciosistas antes que sensuales, mientras que cuando hay que galopar la noble elegancia
que exige Weber se ve sustituida por cierta tendencia a lo saltarín, incluso a
lo frívolo; eso sí, derrochando electricidad tanto en lo puramente audible como
en la gestualidad sobre el podio. Menos mal que ahí están otra vez esos
descomunales solistas para poner el listón muy alto. (8)
25. Weigle/Filarmónica
de Berlín (Digital Concert Hall, 2025). Sin salirnos de las filmaciones
disponibles en esta plataforma, se diría que la recreación del maestro berlinés –gesto sereno, sobrio y atento, sin necesidad de montar el numerito– es una
combinación de la musicalidad, el equilibrio y el control de Neeme Järvi con la
depuración sonora, el virtuosismo y la belleza de un Kirill Petrenko, superando
ampliamente a este último en lo que a amplitud melódica, nobleza y vuelo
poético se refiere. Solo le falta un poquito más de personalidad e imaginación.
Una vez más, es difícil concebir una orquesta mejor y más idónea para la
presente partitura; es de justicia aplaudir de manera especial las
intervenciones de la trompa de Yun Zeng, que repetirá el prodigio tan solo siete
meses más tarde con Barenboim. (9)
26. Barenboim/Filarmónica
de Berlín (Digital Concert Hall, 2025). Barenboim después de la pandemia. El Barenboim
más lento. El menos severo, el menos empeñado en convertir la interpretación
musical en un ejercicio de reflexión sobre el dolor. El más abierto a la luz, a
la sensualidad, a la delectación melódica. El más conciliador. Y también el más
genial posible. Los 9:30 minutos –he restado los aplausos– de la lectura en Tel
Aviv se transforman en 11:17, ahí es nada. Se puede echar de menos el carácter
trepidante de entonces, pero la música respira como no lo ha hecho en ninguna
otra versión, los increíbles solistas de la orquesta tocan con una musicalidad
y desinhibición incomparables, la sensualidad se multiplica sin que en ningún
momento se roce el narcisismo, la nobleza más humanística sustituye a la
rítmica implacable por la que se decantan la mayoría de los directores, y en
toda la sección introductoria se alcanza una magia poética insólita, aunque
quizá sea la sección lírica central en la que se realiza un descubrimiento en
toda regla: ni una sola de las batutas que hemos visto desfilar, quizá ni siquiera la de Celibidache, llegó a intuir
toda la música que aquí había. Por lo demás, Barenboim aporta sutilísimos, casi
imperceptibles juegos agógicos y dinámicos que otorgan una sensación de
naturalidad, de libertad y de fluidez en el discurso que no se evidencia en
esas otras recreaciones antedichas, empezando por la de Karajan. Todo ello
servido por una orquesta técnicamente perfecta –en el archivo de la plataforma se
ha corregido un levísimo roce del portentoso trompa que se presenció en
directo–, bellísima en su sonoridad y, curiosamente, menos oscura y más
tornasolada que en otras ocasiones, como si el maestro quisiera remarcar su
pertenencia a la gran tradición germánica e incluso que sonara… pues eso, a su
antigua Staatskapelle de Berlín. ¿Quizá tenga algo que ver que esta vez el
concertino fuera precisamente Wolfram Brandl, justo el de la citada formación? (10)
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