domingo, 19 de octubre de 2025

De la belleza

Escribía esta mañana que vivimos entre basura estética. Y lo afirmaba movido en buena parte pro la cantidad de versiones abiertamente feas, por no decir voluntariamente feístas, de la Sinfonía nº 8 o 9 de Franz Schubert, Inacabada o Incompleta, o como ustedes quieran llamarla, hechas por intérpretes "de instrumentos originales" que me he ido tragando en estos últimos días. No dudo que detrás de ellas suele haber sesudos argumentos musicológicos. Además, coincido en que esta música por completo genial no puede quedarse en la mera seducción tímbrica y melódica. Pero al final uno termina harto de esas cuerdas sin vibrar por completo inexpresivas, esos ataques excesivamente incisivos, esos bramidos de los metales, esos contrastes violentos, esos timbales bien de extrema sequedad, bien explosivos y en primerísimo plano, ese tratamiento de la orquesta a hachazo limpio, esa insistencia en quebrar el discurso y causar sobresaltos... 

Y hete aquí que tropiezo en YouTube con un testimonio consolador. Seiji Ozawa y la Filarmónica de Viena en el Suntory Hall de Tokio en 2016. Es de lo poco que dirigió ese día: del resto se encargó Zubin Mehta. El testimonio es precario desde el punto de vista audiovisual: la imagen que han subido es de mala calidad, y el audio, además encontrarse tímbricamente distorsionado, adolece de una compresión dinámica tan grande quem hay que estar todo el tiempo con el mando a distancia subiendo y bajando el volumen. Pero merece la pena.

Resulta entrañable ver a un Ozawa físicamente hecho polvo sacando fuerzas para hacer aquello que más le gusta en complicidad con una de sus orquestas más queridas. Y merece la pena (re)descubrir que esta música sí que puede ser hermosa. Increíblemente hermosa. Casi tan hermosa como la que se escuchó el otro día con Barenboim y la Filarmónica de Berlín. Bajo la dirección de Ozawa la D. 759 suena elegantísima, redonda y depuradísima en la sonoridad, tímbricamente incomparable (¡qué violonchelos!) pese a la referida distorsión, natural en la planificación, cantable a más no poder en el fraseo y todo eso que ustedes ya saben. Lo interesante es que, aun sin ser la suya una interpretación precisamente a tumba abierta, hay también tensión interna, sabor agridulce, drama y desazón.

Al final, uno se pregunta si los Jacobs, Venzago, Herreweghe, Emelyanychev, Savall y Heras-Casado de turno, con sus versiones completamente historicistas o de tercera vía a medio camino entre lo blando, lo frívolo, lo brutal o lo espasmódico, no estarán recurriendo a efectos baratos sencillamente porque "lo otro" no son capaces de hacerlo a la altura de los directores realmente grandes. Incluso cabe la posibilidad de que nos estén tomando el pelo. Y comparen, comparen cómo suenan los Wiener Philharmoniker con la sonoridad de la técnicamente magnífica (¡qué duda cabe!) Orquesta Barroca de Friburgo, o con la de la Orquesta de los Campos Elíseos, con Le Concert des Nations... o con la Barroca de Sevilla. ¿Se ha vuelto sordo todo el mundo, o qué? Aunque luego claro, a uno de estos directores le dan un Premio Nacional de Música y todos a practicar, como dice un amigo mío, la laudatio-fellatio. Lo dicho: vivimos entre toneladas de basura estética.

No hay comentarios:

De la belleza

Escribía esta mañana que vivimos entre basura estética. Y lo afirmaba movido en buena parte pro la cantidad de versiones abiertamente feas, ...