lunes, 29 de septiembre de 2025

Concierto para piano nº 14 de Mozart: discografía comparada

La sorprendente aparición del vídeo del concierto de Daniel Barenboim con la Filarmónica de Berlín de enero de 1997 me ha hecho redescubrir el Concierto para piano nº 14, KV 449, de Wolfgang Amadeus Mozart, una obra escrita en 1784 que alberga más pliegues de los que aparenta. A partir de ahí he realizado esta comparativa que a mí me ha servido de mucho. La comparto con todos ustedes con la esperanza de que les ayude a acercarse a esta creación del genio de Salzburgo.




1. Andá/Camerata Académica del Mozarteum de Salzburgo (DG, 1966).
No debe extrañar que esta integral alcanzara gran éxito en su momento, porque ofrece un Mozart muy para todos los públicos: elegante, coqueto, ajeno a conflictos y muy fácil de escuchar. Con todo lo que ha llovido, hoy no cuela. Tanto para los amantes de un Mozart tradicional más denso como para quienes apuestan por cualquiera de las variantes del historicismo, esto suena en exceso domesticado, suavizado en las aristas, parco en contrastes y trivial en la expresión, particularmente en lo que al piano se refiere. La dirección del propio Gezá Anda es mejor, parece más ajustada, pero su orquesta no es nada del otro mundo. (7)



2. Barenboim/English Chamber Orchestra (EMI, 1968). Aunque ambos hagan uso de una formación pequeña para lo que se llevaba en Mozart en los sesenta, no puede haber mayor diferencia entre esta recreación y la de Anda. La orquesta suena más poderosa y musculada, también más limpia, y las maderas adquieren el relieve que se merecen. El fraseo posee mayor pulso interno, las tensiones están más marcadas y hay mayores claroscuros. Y Barenboim, en postura que no es solo estética sino también ética, borra de un plumazo cualquier trivialidad para ofrecer un primer movimiento enérgico, hasta cierto punto combativo, y un Allegro ma non troppo conclusivo antes enérgico que risueño. Hay quien echará de menos chispa y picardía, y de hecho el propio artista corregirá esa insuficiencia en su siguiente aproximación, pero en cualquier caso el resultado está repleto de elegancia y musicalidad. como era de esperar, la absoluta excelsitud llega con un Andantino que Barenboim hace Adagio (7:57) y en el que despliega una cantabilidad, una belleza sonora y un humanismo agridulce y reflexivo ante el que uno cae rendido de emoción. (10)



3. Perahia/English Chamber Orchestra (CBS, 1975). La búsqueda de la efervescencia parece el objetivo de la propuesta del pianista neoyorquino, aquí también ejerciendo su faceta de director al frente de una ECO que vuelve a ser, como con Barenboim, la orquesta ideal para este repertorio, pero sonando ahora con menos músculo y fraseando con mayor vivacidad. No es pues severo su Mozart, menos aún combativo, aunque tampoco cae en la suavidad de un Géza Anda: aquí hay nervio, entusiasmo y mucha chispa. La parte pianística podrá no gustar antes quienes reivindican la necesidad de apostar por los aspectos más avanzados de la escritura mozartiana, pero a no me parece un error lo que hace Perahia: mirar hacia lo bullicioso del mundo clavecinístico, y haciéndolo en el buen sentido. ¿Y el Andantino? Pues lejos de la melancolía punzante que sabía ver Barenboim, pero bien cantado y emotivamente acentuado. Lástima que la toma deje que desear. (8)

 

4. Brendel. Marriner/Academy of St. Martin in the Fields (Philips, 1978). El Mozart de Sir Neville nunca se caracterizó precisamente por marcar claroscuros ni por hurgar en la llaga. Como en esta obra tampoco eso resulta imprescindible, aquí triunfa gracias a sus grandes bazas habituales: extrema pulcritud en la exposición, naturalidad en el fraseo, perfecto equilibrio entre chispa y serenidad, considerable atención a la belleza sonora y un punto de efervescencia interna que lo aparta de visiones en exceso relajadas. La misma búsqueda del clasicismo caracteriza el arte de Alfred Brendel, aunque aquí contrasta la relativa sosería que le afecta en el primer movimiento con la intensidad bien controlada, el vuelo poético y los detalles de enorme clase con que aborda el Andantino. En el tercero está perfecto, siempre que se acepte una recreación amable ante todo. (9)



5. Bilson. Gardiner/The English Baroque Soloist (DG, 1983). Arranca con nervio Gardiner. Su lectura tiene incisividad, contrastes y animación. Atiende al carácter lacerante del Andantino. Pero renuncia voluntariamente a la flexibilidad, al sentido cantable de la línea melódica, al vuelo poético: para el maestro británico, eso son “contaminaciones románticas”. Él y su orquesta de instrumentos originales quieren hacer un Mozart de severísimo clasicismo, aunque a mí me parece que eso ya lo hicieron, en otras obras, maestro como Klemperer o Böhm. Lo que le sale a Sir John, a mi entender, es más bien un Mozart momificado, aunque no se le puede negar que hay coherencia e ideas en su propuesta. No las encuentro, la verdad, en la labor de Malcolm Bilson: se limita a tocar con corrección el fortepiano, y si aporta algo es más bien trivialidad a su recreación. Aburre muchísimo. Para los amantes de los puntitos: 7 para Gardiner, 4 para Bilson. (5)



6. Ashkenazy/Orquesta Philharmonia (Decca, 1986). Otro pianista más dirigiendo y tocando al mismo tiempo. El de Gorki es menos personal que sus colegas, no se escora tanto hacia una faceta y otra de la música: busca integrar todos los elementos de la manera más equilibrada y natural posible. Lo consigue, aun a costa de ser un poquito neutro frente a una música que parece pedir algo más de compromiso. Todo ello, entiéndase bien, dentro de un altísimo nivel, en el que frente a una orquesta soberbia bien dirigida sobresale un piano de sonido muy rico, enorme naturalidad en el fraseo y capaz de alcanzar, en el mágico Andantino, ese punto de poesía contenida que demanda la música. Como la toma es de apreciable calidad violines ligeramente ácidos, se disfruta muchísimo de este Mozart hermoso y magníficamente realizado. (9)



7. Uchida.
Tate/English Chamber Orchestra (Philips, 1988). Un Mozart tan sanguíneo y vital como elegante el que ofrece Tate, que no duda en hacer sonar a la gloriosa orquesta de cámara con músculo y ajena a preciosismos, pero también con mucha agilidad y sentido de los contrastes. Acompañamiento perfecto para una Uchida de sonido redondo, pulsación ajena a excesivas delicadezas y fraseo musicalísimo en el que sabe llegar a un perfecto equilibro entre lo dionisíaco y lo apolíneo de esta música, aunque cierto es que sin desplegar la riqueza de matices que poco más tarde ofrecerá Barenboim. En el Andantino los dos artistas superan el gran reto que supone atender al tempo marcado sin por ello quedarse en la superficie de la música, y lo hacen desplegando delectación melódica de la mejor ley y emotividad sincera. En definitiva, un Mozart de la más maravillosa y sensata ortodoxia, puesto en sonidos de manera admirable y dicho con elevada inspiración. (9)



8. Pires. Abbado/Filarmónica de Viena (DG, 1992).
Nunca fue el maestro milanés un grandísimo mozartiano. En las primeras décadas de su carrera, por escorarse en exceso a lo apolíneo. En las últimas, por ofrecer un Mozart excesivamente aéreo y suave, con frecuencia amanerado y con una abierta tendencia a la cursilería. Pero aquí estaba cronológicamente en medio y, en colaboración con una orquesta sublime ideal para este repertorio, realizó una lectura de este K. 449 ágil, fluida y espiritosa, bellísima en la sonoridad y contrastada en su punto justo, al tiempo que fresca, muy comunicativa y con un punto risueño muy adecuado; eso sí, al pathos, a la reflexión y al humanismo que se esconden tras las notas, y en el tercer movimiento acercándose un poco hacia lo trivial. Pires sí fue una enorme recreadora del de Salzburgo, aun siempre en una línea en el que la búsqueda de la belleza era objetivo primordial. Aquí, quizá contagiándose de la batuta, se muestra más extrovertida y bulliciosa que de costumbre, quizá más atrevida en el toque, aunque también es verdad que el lirismo de buena ley con el que canta las melodías esta vez no va acompañado de la emotividad y la riqueza en matices de sus mejores ocasiones. En fin, una gran lectura para quienes buscan un Mozart luminoso que no exija demasiado al oyente. La toma es espléndida. (8)



9. Barenboim/Filarmónica de Berlín (Teldec, 1997). En el segundo ciclo de conciertos mozartianos grabado por el maestro porteño, la sustitución de la English Chamber por la Filarmónica de Berlín no supuso una mayor “pesadez” en el sonido y el fraseo, sino más bien al contrario: su ya la plantilla de la ECO era un avance con respecto a la tradición, Barenboim hace sonar a la orquesta en su momento fue de Karajan con agilidad y transparencia no menores, pero restando severidad, aportando mayor plasticidad en el tratamiento sonido, interesándose más por la efervescencia y otorgando un carácter más fresco, animado y bullicioso a la interpretación. Los movimientos centrales perdieron, ciertamente, las tan geniales como discutibles lentitudes de antaño, y eso aquí se nota en un Andantino que el maestro no necesita ya llevar a un tempo distinto del marcado en la partitura. El piano, por su parte, se hizo más variado, flexible y rico en acentos, como también más variado en lo conceptual. Los planteamientos de antaño, que no eran solo estéticos sino también éticos, han dado paso a un Mozart de perfecto equilibrio entre lo apolíneo y lo dionisíaco, maravillosamente cantado, reflexivo y también vitalista, no exento precisamente de claroscuros dramáticos, pero capaz también de mostrar amabilidad, delicadeza y sentido de lo risueño. La excelente toma en público recoge muy bien la musculada y soberbia cuerda berlinesa. (10)



10. Barenboim/Filarmónica de Berlín (Blu-ray BP y Digital Concert Hall, 1997). Increíble imagen y sonido muy superiores a cualquier vídeo de la misma fecha ofrece la filmación realizada por la NHK en la Philharmonie de una interpretación que, a tenor de las fechas de las respectivas carpetillas, no se corresponde exactamente a la interpretación del disco de Teldec, sino a unos días después. Da igual, porque la misma maravilla es: un perfecto ejemplo de cómo se puede hacer un Mozart elegantísimo, risueño y delicioso, siempre de enorme belleza en lo formal y depuración sonora extrema, no solo evitando cualquier trivialidad, sino indagando al mismo tiempo en el trasfondo melancólico de la música. (10)



11. Levin. Hogwood/The Academy of Ancient Music (Decca, 1997). He escuchado esta grabación inmediatamente después de la de Bilson y Gardiner: la diferencia es muy apreciable. Hogwood no tenía la técnica de batuta de su colega, e incluso resultaba un poco tosco, pero aquí se muestra muchísimo más sensato. Simplemente, Chris no se empeña en llevarle la contraria a la tradición, quiere que la partitura suene hermosa aun siempre dentro de la tímbrica que es propia de los instrumentos originales y de la articulación rigurosamente historicista, deja que la línea melódica fluya y, en definitiva, se muestra mucho más musical. El instrumento utiliza Robert Levin copia de un Anton Walter de hacia 1795 tiene un sonido mucho más clavecinístico que el fortepiano de Bilson, pero está en manos de un maestro que sí sabe frasear sin rigidez y matizar con sensibilidad. Eso sí, ni director ni solista logran destilar la poesía que necesita el movimiento central; una pena, porque los movimientos centrales, aun siempre dentro de una óptica que mira antes al pasado que al futuro, son espléndidos. Un 8 para estos, 6 para el Andantino. (7)

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