La sorprendente aparición del vídeo del concierto de Daniel Barenboim con la Filarmónica de Berlín de enero de 1997 me ha hecho redescubrir el Concierto para piano nº 14, KV 449, de Wolfgang Amadeus Mozart, una obra escrita en 1784 que alberga más pliegues de los que aparenta. A partir de ahí he realizado esta comparativa que a mí me ha servido de mucho. La comparto con todos ustedes con la esperanza de que les ayude a acercarse a esta creación del genio de Salzburgo.
1. Andá/Camerata Académica del
Mozarteum de Salzburgo (DG, 1966). No debe extrañar que esta integral alcanzara
gran éxito en su momento, porque ofrece un Mozart muy para todos los públicos: elegante,
coqueto, ajeno a conflictos y muy fácil de escuchar. Con todo lo que ha
llovido, hoy no cuela. Tanto para los amantes de un Mozart tradicional más
denso como para quienes apuestan por cualquiera de las variantes del
historicismo, esto suena en exceso domesticado, suavizado en las aristas, parco en contrastes y trivial en la expresión, particularmente en lo que al
piano se refiere. La dirección del propio Gezá Anda es mejor, parece más
ajustada, pero su orquesta no es nada del otro mundo. (7)
2. Barenboim/English Chamber
Orchestra (EMI, 1968). Aunque ambos hagan uso de una formación pequeña para lo
que se llevaba en Mozart en los sesenta, no puede haber mayor diferencia entre
esta recreación y la de Anda. La orquesta suena más poderosa y musculada,
también más limpia, y las maderas adquieren el relieve que se merecen. El
fraseo posee mayor pulso interno, las tensiones están más marcadas y hay mayores
claroscuros. Y Barenboim, en postura que no es solo estética sino también
ética, borra de un plumazo cualquier trivialidad para ofrecer un primer
movimiento enérgico, hasta cierto punto combativo, y un Allegro ma non troppo
conclusivo antes enérgico que risueño. Hay quien echará de menos chispa y
picardía, y de hecho el propio artista corregirá esa insuficiencia en su
siguiente aproximación, pero en cualquier caso el resultado está repleto de
elegancia y musicalidad. como era de esperar, la
absoluta excelsitud llega con un Andantino que Barenboim hace Adagio (7:57) y
en el que despliega una cantabilidad, una belleza sonora y un humanismo
agridulce y reflexivo ante el que uno cae rendido de emoción. (10)
3. Perahia/English Chamber
Orchestra (CBS, 1975). La búsqueda de la efervescencia parece el objetivo de la
propuesta del pianista neoyorquino, aquí también ejerciendo su faceta de
director al frente de una ECO que vuelve a ser, como con Barenboim, la orquesta
ideal para este repertorio, pero sonando ahora con menos músculo y fraseando
con mayor vivacidad. No es pues severo su Mozart, menos aún combativo, aunque
tampoco cae en la suavidad de un Géza Anda: aquí hay nervio, entusiasmo y mucha
chispa. La parte pianística podrá no gustar antes quienes reivindican la
necesidad de apostar por los aspectos más avanzados de la escritura mozartiana,
pero a no me parece un error lo que hace Perahia: mirar hacia lo bullicioso del
mundo clavecinístico, y haciéndolo en el buen sentido. ¿Y el Andantino? Pues
lejos de la melancolía punzante que sabía ver Barenboim, pero bien cantado y emotivamente
acentuado. Lástima que la toma deje que desear. (8)
4. Brendel. Marriner/Academy of
St. Martin in the Fields (Philips, 1978). El Mozart de Sir Neville nunca se
caracterizó precisamente por marcar claroscuros ni por hurgar en la llaga. Como
en esta obra tampoco eso resulta imprescindible, aquí triunfa gracias a sus
grandes bazas habituales: extrema pulcritud en la exposición, naturalidad en el
fraseo, perfecto equilibrio entre chispa y serenidad, considerable atención a
la belleza sonora y un punto de efervescencia interna que lo aparta de visiones
en exceso relajadas. La misma búsqueda del clasicismo caracteriza el arte de
Alfred Brendel, aunque aquí contrasta la relativa sosería que le afecta en el
primer movimiento con la intensidad bien controlada, el vuelo poético y los
detalles de enorme clase con que aborda el Andantino. En el tercero está
perfecto, siempre que se acepte una recreación amable ante todo. (9)
5. Bilson. Gardiner/The English
Baroque Soloist (DG, 1983). Arranca con nervio Gardiner. Su lectura tiene
incisividad, contrastes y animación. Atiende al carácter lacerante del
Andantino. Pero renuncia voluntariamente a la flexibilidad, al sentido cantable
de la línea melódica, al vuelo poético: para el maestro británico, eso son “contaminaciones
románticas”. Él y su orquesta de instrumentos originales quieren hacer un
Mozart de severísimo clasicismo, aunque a mí me parece que eso ya lo hicieron,
en otras obras, maestro como Klemperer o Böhm. Lo que le sale a Sir John, a mi
entender, es más bien un Mozart momificado, aunque no se le puede negar que hay
coherencia e ideas en su propuesta. No las encuentro, la verdad, en la labor de
Malcolm Bilson: se limita a tocar con corrección el fortepiano, y si aporta
algo es más bien trivialidad a su recreación. Aburre muchísimo. Para los amantes de los puntitos: 7 para Gardiner, 4 para Bilson. (5)
6. Ashkenazy/Orquesta
Philharmonia (Decca, 1986). Otro pianista más dirigiendo y tocando al mismo
tiempo. El de Gorki es menos personal que sus colegas, no se escora tanto hacia
una faceta y otra de la música: busca integrar todos los elementos de la manera
más equilibrada y natural posible. Lo consigue, aun a costa de ser un poquito neutro frente a una música que parece pedir algo más de
compromiso. Todo ello, entiéndase bien, dentro de un altísimo nivel, en el que
frente a una orquesta soberbia bien dirigida sobresale un piano de sonido muy
rico, enorme naturalidad en el fraseo y capaz de alcanzar, en el mágico
Andantino, ese punto de poesía contenida que demanda la música. Como la toma es
de apreciable calidad –violines ligeramente ácidos–, se disfruta muchísimo de
este Mozart hermoso y magníficamente realizado. (9)
7. Uchida. Tate/English Chamber Orchestra
(Philips, 1988). Un Mozart tan sanguíneo y vital como elegante el que ofrece
Tate, que no duda en hacer sonar a la gloriosa orquesta de cámara con músculo y
ajena a preciosismos, pero también con mucha agilidad y sentido de los
contrastes. Acompañamiento perfecto para una Uchida de sonido redondo,
pulsación ajena a excesivas delicadezas y fraseo musicalísimo en el que sabe
llegar a un perfecto equilibro entre lo dionisíaco y lo apolíneo de esta
música, aunque cierto es que sin desplegar la riqueza de matices que poco más
tarde ofrecerá Barenboim. En el Andantino los dos artistas superan el gran reto
que supone atender al tempo marcado sin por ello quedarse en la superficie de la
música, y lo hacen desplegando delectación melódica de la mejor ley y emotividad
sincera. En definitiva, un Mozart de la más maravillosa y sensata ortodoxia,
puesto en sonidos de manera admirable y dicho con elevada inspiración. (9)
8. Pires. Abbado/Filarmónica de
Viena (DG, 1992). Nunca fue el maestro milanés un grandísimo mozartiano. En las
primeras décadas de su carrera, por escorarse en exceso a lo apolíneo. En las
últimas, por ofrecer un Mozart excesivamente aéreo y suave, con frecuencia
amanerado y con una abierta tendencia a la cursilería. Pero aquí estaba
cronológicamente en medio y, en colaboración con una orquesta sublime ideal
para este repertorio, realizó una lectura de este K. 449 ágil, fluida y
espiritosa, bellísima en la sonoridad y contrastada en su punto justo, al
tiempo que fresca, muy comunicativa y con un punto risueño muy adecuado; eso
sí, al pathos, a la reflexión y al humanismo que se esconden tras las notas, y
en el tercer movimiento acercándose un poco hacia lo trivial. Pires sí fue una
enorme recreadora del de Salzburgo, aun siempre en una línea en el que la búsqueda
de la belleza era objetivo primordial. Aquí, quizá contagiándose de la batuta,
se muestra más extrovertida y bulliciosa que de costumbre, quizá más
atrevida en el toque, aunque también es verdad que el lirismo de buena ley con
el que canta las melodías esta vez no va acompañado de la emotividad y la
riqueza en matices de sus mejores ocasiones. En fin, una gran lectura para
quienes buscan un Mozart luminoso que no exija
demasiado al oyente. La toma es espléndida. (8)
9. Barenboim/Filarmónica de
Berlín (Teldec, 1997). En el segundo ciclo de conciertos mozartianos
grabado por el maestro porteño, la sustitución de la English Chamber por la
Filarmónica de Berlín no supuso una mayor “pesadez” en el sonido y el fraseo,
sino más bien al contrario: su ya la plantilla de la ECO era un avance con
respecto a la tradición, Barenboim hace sonar a la orquesta en su momento fue
de Karajan con agilidad y transparencia no menores, pero restando severidad, aportando
mayor plasticidad en el tratamiento sonido, interesándose más por la
efervescencia y otorgando un carácter más fresco, animado y bullicioso a la
interpretación. Los movimientos centrales perdieron, ciertamente, las tan
geniales como discutibles lentitudes de antaño, y eso aquí se nota en un Andantino
que el maestro no necesita ya llevar a un tempo distinto del marcado en la
partitura. El piano, por su parte, se hizo más variado, flexible y rico en
acentos, como también más variado en lo conceptual. Los planteamientos de
antaño, que no eran solo estéticos sino también éticos, han dado paso a un
Mozart de perfecto equilibrio entre lo apolíneo y lo dionisíaco,
maravillosamente cantado, reflexivo y también vitalista, no exento precisamente
de claroscuros dramáticos, pero capaz también de mostrar amabilidad, delicadeza
y sentido de lo risueño. La excelente toma en público recoge muy bien la
musculada y soberbia cuerda berlinesa. (10)
10. Barenboim/Filarmónica de
Berlín (Blu-ray BP y Digital Concert Hall, 1997). Increíble imagen y sonido –muy superiores a
cualquier vídeo de la misma fecha– ofrece la filmación realizada por la NHK en
la Philharmonie de una interpretación que, a tenor de las fechas de las
respectivas carpetillas, no se corresponde exactamente a la interpretación del
disco de Teldec, sino a unos días después. Da igual, porque la misma maravilla
es: un perfecto ejemplo de cómo se puede hacer un Mozart elegantísimo, risueño
y delicioso, siempre de enorme belleza en lo formal y depuración sonora
extrema, no solo evitando cualquier trivialidad, sino indagando al mismo tiempo
en el trasfondo melancólico de la música. (10)
11. Levin. Hogwood/The Academy of
Ancient Music (Decca, 1997). He escuchado esta grabación inmediatamente después
de la de Bilson y Gardiner: la diferencia es muy apreciable. Hogwood no tenía
la técnica de batuta de su colega, e incluso resultaba un poco tosco, pero aquí
se muestra muchísimo más sensato. Simplemente, Chris no se empeña en llevarle la
contraria a la tradición, quiere que la partitura suene hermosa –aun siempre
dentro de la tímbrica que es propia de los instrumentos originales y de la
articulación rigurosamente historicista–, deja que la línea melódica fluya y,
en definitiva, se muestra mucho más musical. El instrumento utiliza Robert
Levin –copia de un Anton Walter de hacia 1795– tiene un sonido mucho más
clavecinístico que el fortepiano de Bilson, pero está en manos de un maestro
que sí sabe frasear sin rigidez y matizar con sensibilidad. Eso sí, ni director
ni solista logran destilar la poesía que necesita el movimiento central; una
pena, porque los movimientos centrales, aun siempre dentro de una óptica que
mira antes al pasado que al futuro, son espléndidos. Un 8 para estos, 6 para el Andantino. (7)
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