Mi escapada a París el pasado fin de semana en absoluto tuvo como objetivo la música, sino la arquitectura y las artes plásticas, pero aun así no quise desaprovechar la oportunidad de escuchar a la Orchestre National de Lyon. Me costó un importante esfuerzo, dicho sea de paso, debido a las complicadas comunicaciones en la urbe un sábado por la tarde: más de hora y media de desplazamiento desde el Museo Orsay hasta la Cité de la musique, cerca de la cual había buscado alojamiento. ¿Mereció la pena? No del todo, aunque tampoco en la capital de Francia hay muchas cosas que hacer a esa hora salvo que se disponga de bastante dinero. Y no es el caso.
Fue un concierto accidentado. Canceló a ultimísima hora Nicolaj Szeps-Znaier, otrora genial violinista que ahora ejerce de director, y fue sustituido por dos batutas diferentes, una para la primera parte y otra para la segunda, todo ello en un programa homenaje a Maurice Ravel por su 150 aniversario. Solo se nos advirtió del cambio a través del correo electrónico: ninguna información en hojilla de sala ni por megafonía. Un tal Laurent Zufferey se encargaba de la primera mitad. Maestro muy joven, protegido de Paavo Järvi y de Teodor Currentzis. Planteó correctamente la Alborada del gracioso, con transparencia y sin folclorismos equivocados –muy bien resueltas las sonoridades guitarrísticas del comienzo–, pero el potencial de sensualidad, misterio y vuelo lírico de la sección central no terminó de extraerlo. Rindió bien la orquesta, salvando un monumental error de ajuste en las violas que pudo deberse a la falta de ensayos. Notables los primeros atriles, sin ser el fagot gran cosa.
Se suprimieron las dos suites de El sombrero de tres picos (¡menos mal, aun sin ellas la primera parte de la velada se alargó hasta los setenta minutos!) para dar paso a un estreno: Concerto pour trompette - Boléro en hommage à Maurice Ravel de Ibrahim Maalouf, quien a la sazón ejercía asimismo de solista. De este señor, muy prestigioso en Francia y rodeado de una legión de seguidores que acudieron a verle, un servidor solo conocía la banda sonora de la película Finalement, de Claude Lelouch. Aquella me parece un notable ejemplo de esa maravillosa tradición francesa de los Francis Lai, Michel Legrand y compañía, esos "cancioneros" que con melodías delicadas y algo lánguidas, pero llenas de fuerza expresiva, son capaces de resumir las experiencias de toda una vida. Sin embargo, la obra escuchada en París no me ha convencido.
Maalouf habló mucho con el público, que mantenía con él perfecta complicidad. Como yo no se francés, solo me enteré que la página guardaba – con mucho disimulo– el esquema rítmico interno de la celebérrima obra raveliana y que, al igual que la homenajeada, se iba a repetir una y otra vez la misma melodía. ¿Resultados? La obra no es, en absoluto, un concierto. No hay diálogo alguno entre solista y orquesta. Lo que se ofrece es una melodía larga, complicada, agradable y no particularmente inspirada escrita para trompeta acompañada por piano, que luego se repite íntegramente –sin variaciones– en otras combinaciones orquestales, unas veces llevadas por el instrumento del propio compositor respaldado por la formación sinfónica de manera total o parcial, otras veces sin participación la trompeta. Yo me lo pasé bien solo a ratos, consciente de que lo que estaba escuchando es una especie de tema principal de una banda sonora con diferentes orquestaciones, mientras que me aburrí bastante cada vez que, entre movimiento y movimiento, el autor se ponía a contarle cosas al respetable. La única brillantez llegó cuando el artista se puso a hacer de las suyas y en una especie de cadenza glosó con aires más o menos españolizantes: ahí su público alcanzó el delirio.
Sorpresa agradable la batuta convocada para la segunda parte: Kirill Karabits, maestro ucraniano que está grabando bastante y al que tenía bastantes ganas de escuchar en directo. No tengo nada claro que sea un gran músico, pero lo cierto es que es este señor controla. En realidad, hacía mucho tiempo que no veía a una orquesta "de segunda" tan maravillosamente controlada. Técnica de batuta segurísima, lúcida a la hora de conocer los medios a su disposición para obtener las mejores posibilidades. Colocada "a la europea", con los violines de manera antifonal y los contrabajos atrás a la izquierda, Karabit hizo sonar a la Sinfónica de Lyon mejor que lo hacía Leonard Slatkin en los discos para Naxos: empaste, agilidad, limpieza y precisión fueron proverbiales. Ya nos gustaría por aquí por el sur de España, y por el centro y norte también, tener instrumentos sinfónicos así todas las semanas.
Las interpretaciones propiamente dichas son otro cantar, porque con un programa tan increíblemente bello hay que ser exigentes. Suite del Rosenkavalier para empezar. Karabits no huele ni de lejos el idioma musical Richard Strauss, pero ofreció brillantez bien entendida, nervio, muchísimo empuje, sentido de los contrastes y un gran interés por los aspectos más incisivos de la orquestación, un poco como si siquiera desplazarse desde la época de María Teresa hasta la Segunda Escuela de Viena. Me interesó, ciertamente.
La Valse de Ravel para terminar. Más de lo mismo: esta música necesita menos prisas, más misterio, un sentido más desarrollado para diferenciar atmósferas y, a la postre, más poesía, pero la lectura tuvo garra, estudió texturas, marcó muy bien las aristas y hasta se permitió descubrir detalles de la orquestación. Tendré que escuchar más discos de este director para confirmar o desmentir su talento musical.
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