Jean Sibelius escribió su Sinfonía nº 4 entre 1910 y 1911. Le salió una verdadera obra maestra. ¿Su mejor sinfonía? Podría ser, pero no estoy seguro. ¿La más "moderna"? Tal vez. Lo que sí tengo claro es que es la más sombría de las siete. Y que el melómano necesita unas cuantas interpretaciones en sus estanterías para, mediante enfoques muy diversos, descubrir toda la riqueza que alberga en su interior. Venturosamente hay donde escoger.
1. Stokowski/Orquesta de Philadelphia (Naxos, 1932). Soberbia restauración de Mark Obert-Thorn para la primera grabación mundial de la obra, realizada en estudio veintiún años después del estreno. Don Leopoldo le pone muchas ganas al asunto, inyecta pasión y sentido de los contrastes, procura otorgar vistosidad a una partitura que para el momento pudo resultar en exceso severa, pero con tanto portamento y con algún que otro exceso sonoro –clímax del tercer movimiento– termina entregándonos una lectura demasiado “romántica” y sentimental, amén de ajena a la magia poética que demanda. Muy notable el trabajo con la orquesta, que está francamente bien. (7)
2. Karajan/Orquesta Philharmonia (EMI-Praga, 1953). El Karajan de la Philharmonia se encontraba a medio camino entre la sequedad toscaniniana de sus primeros años y el romanticismo a veces desmelenado de su etapa berlinesa. El director modela a su antojo y con mano maestra la sonoridad de la que por entonces era la mejor orquesta del mundo para recrearse en la plasticidad de su cuerda grave, decisiva en una partitura como la presente, pero no cae en hedonismos ni puede disimular la sana aspereza de los metales de la formación londinense. El fraseo es una maravilla: amplio, natural, flexible y sin puntos muertos. Todo se desarrolla con lógica, belleza y convicción sin renunciar a la tensión interna. Eso sí, ni la poesía ni la garra dramática se terminan de desarrollar: Karajan se queda en el puro sonido. La toma es monofónica y de muy buena calidad. En cuando al reprocesado en alta definición de Praga, es bueno y no opta por el falso estéreo. (8)
3. Ormandy/Orquesta de Philadephia (CBS, 1954). Además de conocerle personalmente y de tener la posibilidad de discutir su música con él –eso ya le otorga una autoridad incuestionable–, el maestro húngaro demostraba comprender tanto el lenguaje sonoro que necesitaba Jean Sibelius como el trasfondo anímico que ocultaban las notas. Por eso mismo ofrece una Cuarta áspera, tensa, en absoluto romantizada, cuajada de acentos lacerantes y de clímax tan ardientes como llenos de rabia. Otra cosa es que, con lo que ha llovido desde entonces, se eche de menos mayor indagación en ciertas frases –tercer movimiento– o un tempo más sosegado –cierto es que está marcado Allegro– para el Finale. La suntuosidad de la cuerda es una enorme baza para recrear esta partitura, Excelente la toma monofónica tras su reprocesado en alta definición. (8)
4. Karajan/Filarmónica de Berlín (DG, 1965). Con respecto a su grabación con la Philharmonia, Karajan ralentiza ligeramente los tempi de los dos primeros movimientos, resta tensión interna y redondea el sonido para ofrecernos una visión eminentemente romántica, de gran vuelo lírico y serena belleza. La batuta, que sabe resultar suntuosa sin caer en lo pesante, se beneficia del empaste poderoso y rotundo de la orquesta, lo que no impide que haya algún desajuste aislado y que los metales no estén del todo finos. Ahora bien, una partitura como esta parece pedir un enfoque más atento a los conflictos: sin necesidad de llegar al desgarro, el de Salzburgo podía haber marcado mejor los picos de tensión. La reciente recuperación a 192 kHz hace sonar al registro francamente bien para su edad. En BR-Audio y en Atmos el sonido es muy redondo y confortable. (8)
5. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (Sony, 1966). Como esperábamos una interpretación extrovertida y vibrante, Lenny nos sorprende gratamente con una lectura muy lenta, densa y oscura que apunta a Tchaikovsky, y más concretamente en su final al de la Patética. Por desgracia, faltan una planificación más minuciosa y, sobre todo, tensión y electricidad sonoras. También un mayor vuelo poético. A destacar los clímax muy punzantes –y quizá más nerviosos de la cuenta– del tercer movimiento. La orquesta se queda algo corta, sobre todo por parte de los metales. Buen sonido en alta resolución. (8)
6. Maazel/Filarmónica de Viena (Decca, 1968). Tras un arranque adecuadamente dramático se desarrolla una interpretación muy fluida, de tempi animados –el Tempo largo podría estar dicho con mayor lentitud–, que en lo expresivo resulta menos escarpada y atmosférica que otras sin por ello perder intensidad. Hasta cierto punto, se podría pensar que Maazel se deja llevar por ese espíritu del “clasicismo vienés” que aporta la orquesta, con cuya complicidad alcanza un maravilloso equilibrio entre rusticidad y belleza sonora, entre oscuridad y luminosidad, entre sentido trágico y vuelo poético. El reprocesado en alta definición es espléndido y permite disfrutar plenamente de la asombrosa tímbrica de los Wiener. (9)
7. Barbirolli/Orquesta Hallé (EMI, 1969). El maestro londinense ofrece la interpretación hosca, severa y dramática en él esperable, aunque dada la naturaleza de la partitura no son las líneas de electricidad las que se ponen en primer plano, sino más bien la atmósfera ominosa, la concentración –tremenda– y el carácter expresivo de una tímbrica al mismo tiempo oscura y descarnada. Por supuesto, y a pesar del carácter introvertido de la obra, no hay aquí nada de otoñal ni contemplativo, sino drama áspero en toda su crudeza, hasta el punto de que ni siquiera en los momentos en los que alumbran los “rayos del sol” se intuye esperanza. Por descontado, el tratamiento de la orquesta es un trabajo de primera línea. La toma sonora no solo es menos problemática que otras de la misma integral –la fecha es algo más tardía–, sino que ha revelado muy notable tras la restauración en alta resolución: el relieve de la cuerda grave en el arranque es impresionante. (10)
8. Tilson Thomas/Sinfónica de Boston (DVD Ica y Medici TV, 1970). Interesantísimo documento visual –filmación excelente para la época, sonido monofónico– que nos permite ver en acción a la mismísima Sinfónica de Boston de la época de William Steinberg, así como reparar en el talento a la hora de controlar a la orquesta de un joven Tilson Thomas que pone toda la carne en el asador para ofrecer una interpretación fresca, contrastada y comunicativa. Lo consigue, aun a costa de dar una visión bastante romántica de la obra, no muy en estilo y ajena a los aspectos más “modernos" de la misma. Dicho esto, le funcionan bien los tres primeros movimientos. El cuarto me parece un enorme error conceptual: jubiloso y frívolo, incluso saltarín. ¿Inmaduro? Pues sí, pero es comprensible: Michael contaba por aquel mes de marzo veinticinco años. (7)
9. Berglund/Sinfónica de Bornemouth (EMI, 1975). El maestro finés ofrece una interpretación lenta y depurada que, sin renunciar al carácter siniestro de la página ni olvidar lo que tiene de inquietante, dirige desde la serenidad trascendente, atendiendo a su sensualidad, a su lirismo y a su hondura humanística. Lo consigue con un fraseo holgado, unas tensiones administradas con absoluta naturalidad, y unas texturas elegantes, sin asperezas. Se aparta en este sentido del Sibelius electrizante de otros maestros – de él mismo en el futuro–, lo que no le impide alcanzar un lirismo doliente de intensa emotividad en el tercer movimiento. Francamente buena la toma sonora, con apreciables graves si se escucha en el SACD que circula por ahí. (8)
10. Colin Davis/Sinfónica de Boston (Philips, 1976). En los años setenta el maestro británico era capaz de ofrecer interpretaciones bastante más escarpadas que en la de su etapa de madurez, pero no es el caso de esta Cuarta no solo de corte lírico y elegante, “clásica” si se quiere, sino también bastante distanciada, cuando no indiferente. Los conflictos solo parecen interesarle en el movimiento conclusivo, y ni aun así termina de atrapar. En cualquier caso, la orquesta es formidable y se encuentra muy bien trabajada. Notable sonido extraído de SACD el que he tenido la oportunidad de disfrutar. (8)
11. Karajan/Filarmónica de Berlín (EMI, 1976). El de Salzburgo y los suyos repiten once años después. El motivo, grabar la obra en cuadrafónico. Hoy este formato se ha perdido, pero da igual: es la recreación más lograda de las de Karajan. Los tempi son ahora considerablemente más lentos, la atmósfera mucho más gótica, la negrura mucho más intensa. Por descontado que la sonoridad es igual de suntuosa –sobra algún portamento– y la expresión sigue siendo romántica, pero ahora se ve al maestro mucho más atrevido y sincero a la hora de hurgar en la expresión, particularmente en un Finale cargado de fuerza. Uno no puede dejar de pensar si Bernstein habría hecho algo parecido si hubiera alcanzado a grabar la página en sus años postreros. La toma es espléndida. (10)
12. Ashkenazy/Orquesta Philharmonia (Decca, 1980). Respaldado por una toma sonora sensacional, el de Gorki construye una interpretación que no necesita acercarse a la incisividad y la aspereza, menos aún renunciar a la belleza sonora, a la elegancia y a la cantabilidad, para ofrecer con absoluta sinceridad y sin resquicios para la esperanza toda esa desolación poética que piden los pentagramas. Lo consigue, además, haciendo gala de una absoluta concentración, trabajando a la excelente orquesta con un portentoso sentido de los timbres y analizando los planos sonoros sin dar la sensación de rebuscamiento o mera intelectualidad. Una visión, a la postre, esencial y depurada, que pone de relieve los aspectos más abstractos y modernos de la música. (10)
13. Blomstedt/Sinfónica de San Francisco (Decca, 1989). Lenta (36’18’’), concentrada y hermosísima interpretación la del maestro sueco-norteamericano, más interesando por la esencialidad, por lo contemplativo y por lo espiritual que por el conflicto y la negrura, pero plenamente convencido de su enfoque y perfecto a la hora de materializarlo: resulta difícil ir más allá en naturalidad, en depuración y en belleza sonora. La toma es perfecta. (9)
14. Maazel/Sinfónica de Pittsburg (Sony, 1990). Veintidós años separan esta versión en Pittsburg de la de Viena. Eso en alguien tan irregular e imprevisible como Lorin Maazel es muchísimo. De hecho, ambas solo tienen en común su considerable belleza sonora –la orquesta norteamericana está espléndida– y la perfecta exposición del entramado orquestal. Por lo demás, si aquella se decantaba por un interesantísimo punto de encuentro entre frescura y equilibrio, esta lo hace por un carácter otoñal que termina cayendo en la languidez, particularmente en un primer movimiento que en lugar de doliente suena quejumbroso. No es solo cuestión de tempi, 32’47’’ en aquella y nada menos que 39’23’’ en esta, sino de pulso interno: al maestro se le viene abajo desde el principio, salvo en un segundo movimiento muy bien llevado. La toma es sensacional. (6)
15. Berglund/Orquesta del Concertgebouw (RCO, 1991). Paavo va cambiando sus maneras de hacer en Sibelius. Con tempi considerablemente más rápidos en los movimientos impares con respecto a su grabación con Bournemouth, el maestro ofrece una recreación que sigue en la misma línea esencial y trascendida que en la anterior, pero aportando esa dosis de nervio, de garra y empuje que entonces se echaba en falta. Como la orquesta está a su extraordinario nivel habitual, los resultados son espléndidos. De gran nivel la toma de origen radiofónico. ¿Lo malo? Edición limitada difícil de encontrar. (9)
16. Levine/Filarmónica de Berlín (DG, 1994). Los espíritus de Stokowski y de Karajan sobrevuelan esta interpretación abiertamente romántica que busca la opulencia, la belleza tímbrica y los grandes contrastes sonoros sin miedo a caer en excesos –son unos cuantos–, y no muy atenta a destilar la poesía que albergan los pentagramas. La orquesta es tan adecuada para esos fines, el asunto está tan bien llevado a cabo y la labor de los ingenieros del sello amarillo –en la Jesus-Christus-Kirche– resulta tan irreprochable que entre todos terminan conduciéndonos al “placer culpable”. Relájese y disfrute. (7)
17. Colin Davis/Sinfónica de Londres (RCA-Sony, 1994). Aunque el arranque no parece el mejor posible –violonchelo algo sollozante–, pronto se aprecia que esta va a ser una gran interpretación, superior a la de Boston dieciocho años anterior. Cierto es que los tempi son muy parecidos y el enfoque sigue siendo fundamentalmente lírico, pero ahora las tensiones se encuentran más aquilatadas y se aprecia mejor la negrura de la obra, de manera especial la del tercer movimiento. La depuración en el tratamiento de la orquesta es todavía mayor, y queda muy en evidencia gracias a una toma sensacional. (9)
18. Berglund/Orquesta de Cámara de Europa (Finlandia, 1995). Ahora este hombre parece otro director: mirando más hacia el futuro que hacia el pasado, Berglund clarifica texturas, tensa la arquitectura y ofrece una recreación angulosa y electrizante pero muy controlada, sin el menor exceso y sin necesidad de hacer rústico el sonido, añadiendo también una buena dosis de cantabilidad y de emoción. Impresionante, imprescindible. (9)
19. Colin Davis/Sinfónica de Londres (LSO, 2008). Han pasado catorce años desde la grabación anterior de los mismos intérpretes. El tempo es ahora más deliberado en el primer movimiento –se incrementa la sensación de misterio–, pero la concentración de la batuta no es menor. Quizá haya también un mayor interés por trasmitir el carácter desolado de la página, incluso de atender a la emotividad sin que por ello sea necesario “romantizar” la partitura. En cualquier caso, el enfoque sigue optando por una suerte de clasicismo intemporal en el que el equilibrio, la belleza formal y la reflexión serena se imponen por encima de otras consideraciones. La toma se realizó en vivo a un volumen muy bajo para garantizar una amplia gama dinámica. No suena tan increíblemente bien como la de RCA, eso desde luego, pero la reproducción en multicanal del SACD ofrece un relieve y un sentido de la espacialidad impresionantes. Si usted posee el equipo adecuado, esta es su opción. (9)
20. Rattle/Filarmónica de Berlín (Blu-ray BP y Digital Concert Hall, 2010). Sir Simon nos ofrece una interpretación que sabe ser intensa, atmosférica y doliente, también muy hermosa, pero queriendo distanciarse tanto de la opulencia sonora como de la aspereza para alcanzar un adecuado equilibrio entre "romanticismo" y "expresionismo". Todo ello tiene mucho que ver con una orquesta ideal para la obra por el oscuro y denso sonido de su cuerda, así como con las muy acertadas intervenciones de los solistas. A destacar un tratamiento de las tensiones admirablemente resuelto, natural y flexible pero siempre de una solidez apabullante, así como la sutileza de la agógica. (9)
21. Kamu/Sinfónica de Lahti (BIS, 2014). Sensacional toma para una interpretación de trazo muy fino, atenta a las microcélulas tanto como a la arquitectura global, elegante en el fraseo, que en lo expresivo se decanta por la serenidad, el equilibrio y un cierto distanciamiento expresivo que afecta a los tres primeros movimientos, notables pero algo faltos de calor humano e intensidad poética. Pincha el cuarto, tendente a lo frívolo y con alguna blandura hacia el final. (8)
22. Rattle/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2015). Repetición de la jugada sin novedad reseñable. A destacar la espléndida arquitectura global, el minucioso trabajo con la gama dinámica, el preciso desarrollo de las células de tensión y el sutil tratamiento de la agógica. Impagable la orquesta, sobre todo la cuerda grave tan decisiva en el primer movimiento. (9)
23. Segerstam/Filarmónica de Turku (YouTube, 2015). Tensa e intensa la recreación del veterano maestro finlandés –setenta y un años en el momento de realizarse la filmación–, quien al frente de una orquesta notable pero no exenta de fallos se propone recordarnos que la desolación que recorre esta música –muy bien atendida por una batuta que paladea los pentagramas sin prisas– tiene que ir acompañada de una dosis suficiente de nervio, de ráfagas de electricidad y de aristas sonoras. No es su intención cargar las tintas, pero quiere que los contrastes queden bien marcados. Si que se haga presente la inspiración de los más grandes, hay no pocos detalles –“llamadas” de flauta y clarinete en el tramo final– que demuestran olfato e inspiración. (8)
24. Paavo Järvi/Orquesta de París (RCA, 2016). Järvi hijo es de los que optan por el expresionismo: la negrura de la obra no viene planteada a partir de la atmósfera, de los colores ocres ni del carácter siniestro, sino de lo tenso, lo escarpado y lo lacerante en una lectura de apreciable garra que, para alcanzar lo extraordinario, podría estar más paladeada y ofrecer mayor vuelo poético. Magnífica la orquesta, y soberbia toma en alta resolución. (8)
25. Mäkelä/Filarmónica de Oslo (Decca, 2021). Ni romántica ni expresionista: la visión del joven director finlandés resulta ante todo esencial. Música pura, despojada, expuesta con extraordinaria depuración sonora y una belleza infinita. Otra cosa es que muchos podamos preferir acercamientos más intensos, más comprometidos, que presten mayor atención a lo que esta música –por mucho que uno quiera distanciarse– tiene de pesimista. En este sentido, desconcierta un Finale bastante animado en el que parece apreciarse una frescura juvenil, incluso un cierto júbilo optimista –sin llegar a los desmanes que hemos visto en otros directores–, que no parece coherente con lo propuesto en los movimientos anteriores. Soberbia la toma, disponible en algunas plataformas en formato Dolby Atmos. (8)
26. Blomstedt/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2021). Blomstedt continua en su enfoque esencial, no particularmente dramático, aun sin menoscabo de la fuerza del clímax del tercer movimiento ni de unos acordes finales secos e implacables. En cualquier caso, resulta en todo momento inobjetable por estilo, expresión y realización. Añade sobre su grabación en San Francisco la sabiduría que otorgan los noventa y tres añitos –al mes siguiente cumpliría los ochenta y cuatro-–y el lujo absoluto de contar con una orquesta que vuelve a ser la más idónea en todo el orbe para esta partitura. (10)
27. Rouvali/Sinfónica de Gotemburgo (Alpha, 2021). Interesantísima recreación en la que Santtu-Matias Rouvali, además de evidenciar un sólido control de los medios, se muestra comprometido y personal alcanzando un equilibrio entre estatismo y nervio, entre esencialidad y vehemencia expresiva, inyectando emoción y aportando detalles –de desigual interés: el arranque del movimiento conclusivo dista de convencer– que apuntan a una renovación de las maneras interpretativas tras el relativo “hasta aquí hemos llegado” de un Colin Davis, un Blomstedt o un Mäkelä, y también tras la visceralidad de un Paavo Järvi. Muy originales los compases finales, que le suenan más “a conclusión” que a la mayoría de los directores. Una pena que la orquesta no sea muy allá: sería formidable escucharle esta partitura con una Filarmónica de Berlín. Disfrutada en Dolby Atmos, la toma parece una de las mejores posibles. (8)
28. Mäkelä/Orquesta del Concertgebouw (Medici TV, 2022). El joven maestro repite el concepto de su registro de audio del año anterior, solo que esta vez cuenta con una orquesta de primerísima categoría cuya suntuosa cuerda supone una gran baza a su favor. El movimiento conclusivo, como ocurre con tantos otros maestros, sigue cojeando. (8)
1 comentario:
Enhorabuena. Muchas gracias.
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