viernes, 20 de septiembre de 2024

Admirable concierto de Ozawa en Frankfurt

Está ganando muchos enteros la plataforma Stage + con la llegada de filmaciones televisivas que en su momento tuvieron circulación limitada en DVD o que, sencillamente, nunca aparecieron en formato físico. Es el caso de este concierto maravilloso que ofrecieron Seiji Ozawa y la Sinfónica de Boston en la Alte Oper de Frankfurt en septiembre de 1991, cuatro años después de que Bernstein ofreciera allí mismo su mítica Quinta de Mahler con la Filarmónica de Viena.

Comenzó el programa con esa pequeña maravilla que es Central Park in the Dark, de Charles Ives. Nada que decir: el maeso oriental domina todos los recursos.

Sobre la Sinfonía nº 8 de Beethoven sí hay mucho que explicar. Porque de Ozawa esperaba yo, en mi ingenuidad o mi ignorancia, una interpretación de esas elegantísimas, amables, risueñas y un tanto insustanciales, o al menos escasas en garra dramática y en contrastes, que acostumbramos a asociar con su batuta. Pues no. Elegancia ciertamente la hay, como también depuración sonora en altísimo grado, pero lo que aquí escuchamos en una lectura palpitante, fresca, valiente y llena de fuerza expresiva en la que, lejos del presunto por no decir rematadamente falso retorno al clasicismo por parte de Beethoven, las tensiones y el conflicto se ponen en primerísimo plano. ¿Para bien? Sí en el primer movimiento, sencillamente uno de los dos o tres mejores que he escuchado. Solo a Jochum con la Orquesta del Concertgebouw le he escuchado una recreación de este Allegro vivace que me guste todavía más. Ozawa consigue la cuadratura del círculo, porque aquí lo difícil es ser al mismo tiempo clásico y protorromántico, equilibrado y tempestuoso, risueño y dramático, señorial y lleno de tensiones. Él lo logra.

No impresiona tanto el Allegretto scherzando, pero está al mismo nivel: aquí ese sentido particular de la picardía, de la ligereza bien entendida, de la filigrana e incluso de la coquetería de Ozawa es una baza extraordinaria, si bien solo se redondea gracia a su atención a los otros aspectos de la música, a las líneas de fuerza y a los claroscuros. En los dos movimientos restantes bajan el nivel, porque ese aliento vital antes referido se traduce en nerviosismo. El Menuetto va demasiado rápido y se ve recorrido por la crispación, aunque quizá sea eso mejor que quedarse en la mera galantería. En el Finale la fogosidad sí que es bienvenida, pero se nuevo Ozawa se pasa un poco de rosca.

El Concierto para orquesta de Bartók lo llevaban de gira por razones obvias: la partitura pertenece a los de Boston. Es suya en todos los sentidos. La versión, curiosamente, es distinta a las dos de Ozawa comentadas en esta discografía comparada, que a su vez no se parecen entre sí. Esta en Frankfurt es muy superior a aquellas, aunque eso no la libra de irregularidades. Arranca de manera fascinante, en buena medida porque la cuerda bostoniana carnosa, empastadísima es un prodigio. Luego al maestro se le va un poco la concentración, de tal modo que la arquitectura pierde unidad y se resiente. Eso sí, limpieza y plasticidad sonora son dignas de admiración.

Estupendo el segundo movimiento, muy bien salpimentado sin necesidad de resultar sarcástico; chispa y desparpajo están garantizados. Nada impresionista ese corazón expresivo de la obra que es el tercer movimiento. Todo lo contrario: anguloso e inquietante a más no poder, yo diría que agitado en exceso. En contrapartida, el trabajo de colores y texturas es de primerísima categoría. Irreprochable el cuarto, en el que de manera sorprendente lo mejor es el tema lírico de la cuerda, que tan mal le quedará al maestro en su posterior grabación con la Saito Kinen. Muy bien el Finale, planteado y resuelto de manera irreprochable.

Por cierto, soy consciente de que hay una grabación de Ozawa con esta misma orquesta en formato CD tres años posterior a este testimonio televisivo, pero no la he escuchado. Tendré que hacerlo.

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