viernes, 22 de diciembre de 2023

Barenboim vuelve a las andadas

No pensaba sacar a este blog del stand by durante un tiempo. Lo hago de manera excepcional porque esta tarde Daniel Barenboim, después de no pocos meses sin apenas actividad musical, ha vuelto a las andadas. Lo ha hecho en la mejor compañía, Martha Argerich y la Filarmónica de Berlín, más sus amados Beethoven y Brahms en los atriles. ¿Cómo está el de Buenos Aires? En lo físico, muy desmejorado. En lo artístico, el de siempre. Mejor dicho: el de los últimos años. 

Sin novedad el Concierto para piano nº 2 –ya saben, primero en el tiempo– de Ludwig van Beethoven, muy parecido al que Barenboim y Argerich ofrecieron junto a la WEDO en 2015. Lo que escribí en este blog sigue vigente –he repasado varias veces el audio disponible en Peral Music–, así que aquí va el enlace y me limito a resumir: el encuentro entre el Beethoven noble y profundo de él con el efervescente, nervioso e incisivo de ella se salda con la victoria de Doña Marta. Ella es quien lleva la voz cantante, pero también la culpable de que el último movimiento no termine de convencer pese a que Barenboim y la orquesta lo interpretan con una jovialidad y un entusiasmo fuera de lo común. Magnífico el movimiento inicial, y hermosísimo un Adagio en el que la pianista sabe remansarse y destilar matices de admirable poesía, aunque no sea bajo el concepto de Barenboim. Este, en cualquier caso, le soltó un enorme "bravo" nada más apagarse el último acorde. Aplausos muy largos, caras de alegría y ninguna propina.

 

La Sinfonía nº 3 de Brahms ha sido la versión corregida y aumentada de las dos –una en audio y otra en vídeo– que el maestro porteño hizo no hace mucho con la Staatskapelle de Berlín, que a su vez eran el fruto maduro de aquel lejano borrador con la Sinfónica de Chicago. Es decir, versión hipergótica, amarga y profunda, lacerante sin que el enorme desgarro interno conduzca a la extroversión dramática, atentísima al peso de los silencios y ejemplar en su testimonio de la manera en que Barenboim comprende la dirección de orquesta como arte de la transición. ¿Diferencias? Ninguna en lo conceptual, unas cuantas en lo formal. Esta de hoy viernes 22 de diciembre le ha durado dos minutos más que la del disco de DG. La riqueza de matices, por increíble que parezca, ha sido superior. El equilibrio de planos sonoros conoce algunos reveladores cambios. Y la inspiración poética es más elevada.

A destacar cómo el celebérrimo Poco Allegretto arranca ahora con un sugestivo rubato y alcanza, cosa que aún no lograba con la Staatskapelle, una inspiración tan grande como el de Giulini con la Filarmónica de Viena, aunque desde una visión menos amorosa y más inquietante que la del italiano. Sublime la trompa de Stefan Dohr –creo que era él, aunque ya no esté en plantilla–, y el mismo calificativo se puede otorgar a los demás solistas de la formación berlinesa. Lástima que en el Finale, en cuya introducción Barenboim saca un partido extraordinario de la sonoridad grave de la madera –más que en el disco–, haya un momento en el que parezca perderse el pulso, porque globalmente es difícil alcanzar un grado tan superlativo de comunión espiritual con esta música.

Me incomoda terminar como algunos lectores malignos esperan que lo haga. Pero tengo que hacerlo, porque es la verdad: esta es la Tercera de Brahms que más me gusta de cuantas he escuchado. ¿Más que la citada de Giulini? Sí, todavía más. Si por desventura este fuera el cierre de la carrera de Barenboim, ¡menudo broche de oro!

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