lunes, 6 de noviembre de 2023

Los Nocturnos de Chopin por Barenboim, con mejor sonido

Llega a mis manos un producto que me desconcierta seriamente: trece de los veintiún Nocturnos de Chopin (¿por qué no la colección completa?) que grabó Daniel Barenboim para DG en Berlín en los meses de enero y mayo de 1981, en versión reprocesada en alta definición. Salvando lo que en Japón hace Esoteric, que se va directamente a las cintas originales y vuelve a mezclar, tenía entendido que con aquellas primeras grabaciones digitales no se podía hacer apenas mejora, porque se realizaron en baja resolución. Por si fuera poco, el volumen de estos Nocturnos es ahora mucho más alto que el de los correspondientes CDs de toda la vida. Difícil comparar, pero lo he hecho, subiendo y bajando repetidamente el volumen. 

A mi entender, el resultado está claro: ahora suenan mejor que antes, con más armónicos, más cuerpo y calidez. Si se ha hecho trampa ecualizando es algo que probablemente nunca sabremos, pero a mí nadie me va a obligar a volver a los compactos para esta selección de trece “escogidos para la gloria”, porque –voy a ser claro– a mí no me convencía cómo sonaban antes, en esa línea seca en la que DG grababa a sus pianistas en los setenta y primea mitad de los ochenta.

Las versiones son para mí muy viejas conocidas, y repetidamente escuchadas, pero esta vez he querido tomar notas. En el Nocturno nº 2 encontramos ya las señas de identidad de estas lecturas: sobriedad, parquedad incluso en determinados aspectos –rubato chopiniano–, enorme concentración y un voluntario alejamiento de los aspectos más voluptuosos y ensoñados de la escritura para interesarse -en este caso concreto, clímax antes del final- por aquellos en los que el dramatismo permite al maestro hacer gala de esa perfecta mezcla de arrebato y control que le caracterizan.

Pasa algo parecido en el Nº 4, que le suena desolado, pero no del todo poético; se nota demasiado que al intérprete los momentos que le interesan es son los tempestuos. En exceso severo y distante el Nº 5: solo se anima en el clímax. En el Nº 6 Barenboim se aleja todo lo que puede de lo salonesco en busca del amargor: resultado algo unilateral. Impresionante, por el contrario, el Nº 7, que comienza con enorme negrura y se enciende con el mayor arrebato en la sección central.

En lugar de dejarse embriagar por los perfumes de la noche, el maestro de Buenos Aires ofrece una interesantísima mezcla de sutileza y misterio en el Nº 9, sin renunciar a esos acordes secos y dramáticos marca de la casa. No me interesa tanto lo que hace con el Nº 11: a su enfoque viril y decidido le faltan poesía y matices, incluso estilo.

Aun elegantísimo y tocado con enorme depuración sonora, a su Nocturno Nº 12 le faltan ternura, sensualidad y ensoñación: que el exceso de estos ingredientes sea una trampa mortal no significa que haya que renunciar a ellos. Claro está, si en la página impera una atmósfera desolada el concepto de Barenboim resulta el ideal, y eso es justo lo que ocurre en un memorable Nº 13 en el que el nuevo reprocesado permite a los tremendos acordes en el registro grave sonar como deben.

Hay que repetirse: severidad algo excesiva, concentración y una enorme tensión armónica de los acordes caracterizan al Nº 14. A la postre es magnifico, cosa que no puedo decir del Nº 15, quizá el punto interpretativo más bajo de la colección. Aquí hay que descubrirse la manera en que alcanza emotividad lacerante en la sección central, pero en el resto de la pieza Barenboim va algo rápido y se muestra más bien frío.

El Nº 18 es uno de los nocturnos más apasionados escritos por el polaco, y por ello nuestro pianista vuelve a moverse como pez en el agua, aunque es en el Nº 19 cuando hay que quitarse el sombrero al ser capaz Barenboim de potenciar el carácter esencial y hasta visionario de esta obra maestra haciendo gala de esa mezcla de contención y tensión dramática que presiden estas lecturas.

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