jueves, 1 de diciembre de 2022

Anton Webern por Sinopoli: imprescindible

Hay personas –tan dispares entre sí como Norman Lebrecht o Teresa Berganza: no parece que se hayan puesto de acuerdo– que afirmaban que Giuseppe Sinopoli (1946-2001) no sabía dirigir. Lo cierto es que hasta que un fulminante infarto acabó su vida mientras dirigía una función de Aida cuando contaba tan solo cincuenta y cuatro años, el veneciano desarrolló una importante carrera tanto en el campo sinfónico como en el operístico, primero con la Orquesta Philharmonia y luego con la Staatskapelle de Dresde. Muy irregular, eso sí, pero no precisamente por cuestiones técnicas, sino por sus personales maneras expresivas: su fraseo curvilíneo, ágil y lleno de atractivo, poseía un nervio que a veces se trasformaba en nerviosismo, mientras que su búsqueda de contrastes, más en los tempi que en las dinámicas –que también– y sus decisiones no siempre justificadas podían desconcertar al oyente. En cualquier caso, pocos directores con tan desarrollado sentido del color y de las texturas se conocieron en el último cuarto del siglo XX como él.

Frente a un Bruckner y un Mahler controvertidos, hizo –sorprendentemente– un Schumann de calidad, un impresionante Stabat Mater de Dvorák, un Debussy interesantísimo –sensacional El mar– y un Respighi tan arriesgado como genial. También una inolvidables Tosca y Madama Butterfly, en ambos casos con una ya madurita pero maravillosa Mirella Freni. En cualquier caso, la gran joya de su legado son los ocho discos con la orquesta sajona dedicados a la Segunda Escuela de Viena, esto es, Arnold Schoenberg, Alban Berg y Anton Webern. Diríamos que estos CDs, reeditados en una sola caja a muy buen precio por Warner, son de obligada posesión para cualquier melómano, porque nunca han sonado esta música, presuntamente hermética e intelectual, tan maravillosamente humana, rica en sugerencias y comunicativa. ¿El secreto? Fusionar análisis y expresión al tiempo que se lanzan puentes no solo al universo expresionista al que toda esta música corresponde, sino también al romanticismo tardío y, no menos importante, al impresionismo.

Como queremos quedarnos con un solo disco, lo hacemos con el más difícil: Anton Webern. In Sommerwind es una obra de 1904: lejos de mirar hacia el futuro, como en esta página hace –por ejemplo– un Dohnanyi, el maestro italiano se centra en el presente para ofrecer una lectura sensual e incandescente, voluptuosa pero evitando el decadentismo; a flor de piel, en cualquier caso, y apasionada a más no poder.

En la Passacaglia op. 1 (1908) Sinopoli evita todo intelectualismo y apuesta por una lectura vehemente y con garra, por momentos tempestuosa, a veces subrayando los lazos con ese Brahms que sirve de indisimulada referencia al compositor; impregna siempre de expresión a cada una de las variaciones, pero no por ello deja de atender a la modernidad de la escritura gracias a un trazo clarificador y a un desarrolladísimo olfato tímbrico.

Las Seis piezas para orquesta (1909) son ya atonales, pero el de Venecia no renuncia a su enfoque altamente comunicativo y decide ofrecer una lectura expresionista, de aristas acentuadas y marcados contrastes, que alcanza gran temperatura en los momentos incandescentes, sabiendo asimismo también desarrollar un elevado sentido de lo misterioso y de lo inquietante; ejemplar, en este sentido, la marcha fúnebre del cuarto movimiento.

En las Cinco piezas para orquesta (1911-13), la Sinfonía (1927-28) y las Variaciones para orquesta (1940) aporta una buena dosis de sensualidad, sin olvidarse ni de la depuración sonora ni de la comunicatividad: los resultados son reveladores.

El Concerto op. 24 (1934) permite, por su parte, que se luzca un formidable grupo de solistas de la Stastskapelle, todos ellos al servicio de una batuta que les hace frasear de manera angulosa y sensual, extrayendo toda la poesía posible. La toma sonora, de 1996, es soberbia. Disco imprescindible.

 

PD. Han adivinado: este texto lo he escrito para el epígrafe sobre Sinopoli del libro que traigo entre manos.

3 comentarios:

Fouquier de Tinville dijo...

Su Richard Strauss es excelente también, y su Scriabin. Su Mahler es muy interesante, así como su Zemlinsky. Después tiene una Italiana de Mendelssohn fantástica. Tiene también grabaciones de Wagner (el Tannhauser, muy bueno, y un Holandés, también de gran nivel). Hubo muchas cosas que no le dio tiempo a hacer, si es que pretendía, porque me parece que, como Boulez, su atención se centraba en el repertorio moderno y en sus inmediatos antecedentes. Pero ojo porque en ese terreno era un estupendo director, personal y original.

Era un personaje singular, muy interesante en general (psiquiatra, compositor, director), que grabó mucho en poco tiempo. La verdad es que yo no diría que tiene grabaciones malas. Unas son más interesantes que otras pero todas están muy bien resueltas (las orquestas eran siempre de primera). Por ejemplo, su Bruckner me parece de muy buen nivel en general, pero salvo detalles sueltos no me llamó demasiado la atención en su día, a diferencia de Mahler, con el que, creo yo, tiene mucha más afinidad y aportaba una visión personal.

En todo caso un director infravalorado me parece, aunque los que hacéis comparaciones sistemáticas no lo pasáis por alto.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Estoy de acuerdo con usted, es un director bastante infravalorado. Se me olvidó mencionar en el texto su Mendelssohn y su Zemlinsky: a mí también me gustabn muchísimo. Más dudas tengo sobre el Richard Strauss: el Don Juan y la Ariadna en Naxos son una maravilla, pero en algunos poemas sinfónicos se pasa de nervioso, me parece. En cualquier caso, incorporaré esas menciones en el libro. ¡Gracias!

Fouquier de Tinville dijo...

Por cierto, volví a escuchar un Don Juan de Strauss que siempre me impresionó, el de Hans Knappertsbusch, grabado en estéreo para Decca en 1956, pero que reeditó Testament. Es portentoso, a pesar de que el sonido no es el mejor posible y de que el metal de la orquesta (la de la Sociedad de Conciertos del Conservatorio) suena estridente. También he escuchado algo que me recordó una entrada reciente de este blog: el Petrouchka de Celibidache en la serie de grabaciones que publicaron con la Orquesta Nacional de la ORTF (1974), y que me pareció sensacional, como el de Monteux que recomendaba hace poco y que también he repasado.

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