Hice tres noches en Viena para lo de la Bartoli y tal, pero antes pasé una en Bratislava. Fue una decisión casi de última hora, toda vez que la capital de Eslovaquia se encuentra tan solo a cuarenta y cinco minutos en autobús del aeropuerto vienés.
Ante todo, tiene un casco histórico bellísimo y tranquilo que merece mucho la
pena conocer. Si no llueve, claro está: a mí me diluvió la tarde en que llegué, si bien a la mañana siguiente lucía un sol precioso.
Los precios no tienen nada que ver con los de Viena, ni de lejos: se parecen más bien a los de mi ciudad, Jerez de la Frontera. Por eso mismo me pude permitir alojarme en el Hotel Raddison Blu Carlton, una preciosidad.
Las vistas, si te dan una buena habitación, son inmejorables.
Claro que lo que a mí más me llamó la atención fue la decoración del pasillo, en torno a un tal Arnold Schönberg que se casó por cerca.
Los monumentos de la ciudad no son los más importantes de la historia de la arquitectura, pero sí muy llamativos. Alguno de ellos, casi emblemático.
Otras sí. Es el caso de la que, independientemente de su espléndida colección de clásica, da acceso a la casa en que nació Johann Nepomuk Hummel.
La gastronomía es muy distinta a la nuestra, y no solo en lo que a las famosas sopas se refiere.
Finalmente, hay que recomendar la subida al castillo. Las vistas no son solo bellas, sino también informativas: desde allí se perciben tanto los aciertos como los horrores de la no tan lejana época comunista.
Lo dicho, si van a Viena pásense por Bratisvala. ¡Qué hermosa ciudad!
1 comentario:
Magnífico Fernando, que envidia!
Publicar un comentario